Sobreviviremos a ambos, venceremos a los dos, porque cada día las mujeres soñamos y hacemos todo para ganarles cada batalla y el triunfo de esta guerra a dos bandos será nuestro, seguiremos vivas y viviendo libres de violencia.

 

Las mujeres hemos vivido en un mundo que nos trata y ve como seres inferiores a los hombres y culpables, desde el pecado de Adan hasta por la violencia machista que nos hiere y mata. Patriarcado se llama, a muchos no les gusta el término y hasta nos hacen burlas por utilizarlo. Pero de eso se trata: el poder omnímodo que los hombres entienden les pertenece solo a ellos y temen compartirlo con las mujeres.

Asímismo, esta cultura patriarcal se ha encargado de garantizarse que nos quedemos quietecitas donde los hombres quieren que estemos: nos ha educado para ser las cuidadoras, las responsables de que todo marche bien en casa, las que debemos hacer de todo el sacrificio para “mantener un matrimonio”, y a pesar de la carga laboral que implican las horas de cuidado y atención, nunca recibimos paga por ello.

Históricamente las más afectadas en las crisis que ha vivido la humanidad hemos sido las mujeres, por ser responsables de la agenda del cuidado, por ser las más pobres y por no tener igualdad de oportunidades.

Por ejemplo al término de la segunda guerra mundial, la mayoría de los hombres en los países industrializados estaban en el frente o habían muerto. Fueron días difíciles para las mujeres que entonces tuvimos que salir de las casas, sin descuidar la agenda del cuidado, a hacer las labores del campo, de las fábricas, de las empresas, porque tuvimos que integrarnos a sostener económicamente la sociedad.

Pero una fuerza muy profunda y poderosa nos hizo adaptamos, nos reinventamos sin conocer todavía el concepto “resiliencia”, y esa situación la convertimos en la gran oportunidad, vimos que esa puerta estaba entreabierta, nos atrevimos a pasar y poco a poco, y desde entonces, hemos ocupado espacios reservados hasta ese momento solo a los  hombres.

Y lo seguimos haciendo al día de hoy, cuando las luchas son otras, los espacios son otros, la sociedad es otra, pero hay ciertas actitudes que no cambian, si acaso se disfrazan porque está de moda lo políticamente correcto. Seguimos demostrando esa capacidad de resiliencia, de adaptarnos a los cambios, reponernos y salir fortalecidas.

Desde finales del siglo pasado la violencia machista se ha convertido en una pandemia que azota a las mujeres en todo el mundo, sin importar raza, credo, estrato social, pobres o ricas, niñas o adultas. A todas las atrapa por igual y esta realidad ha hecho que el concierto de naciones tome medidas, compartan buenas prácticas, elaboren documentos de compromiso para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia, objetivo aún pendiente.

De pronto, en el 2020, en el escenario mundial surge una pandemia de igual alcance que la violencia machista: el coronavirus. Y el mundo se paraliza y se confina a millones de personas a vivir una cuarentena preventiva, y de inmediato las activistas nos llevamos las manos a la cabeza pues sabemos lo que eso significa para miles, millones de mujeres en todo el mundo

El confinamiento las obliga a permanecer en la casa, nuestro templo, el espacio que supone mayor seguridad para el ser humano, en compañía casi permenente con sus agresores. Prisioneras y expuestas a todos los tipos de violencia posible, a la psicológica, a la verbal, a la física.  Y se ven obligadas a reinventarse a adaptarse a ese encierro necesario para sobrevivir.

Y nos preguntamos cuántas realmente sobrevivirán o para cuántas esta cuarentena será una tortura y una larga agonía antes de que sus verdugos las ejecuten de manera sumaria.

En este nuevo contexto, con una emergencia sanitaria llamada COVID-19, el mundo también se enfrenta a la pandemia de los feminicidios y de la violencia machista, que se suma al temor profundo de descubrir cada día las estadísticas de contagios y muertes y a la incertidumbre que plantea enfrentarse a lo desconocido.

Quien más quien menos, las personas estamos asustadas, ese auténtico e intrínseco miedo a la muerte, a morir en soledad y la impotencia de no tener una certeza de qué sucederá, nos tortura.

Y las mujeres, dónde estamos, qué hacemos, qué pensamos, qué sentimos… ¿Quién pregunta?

Nosotras, las que queremos tanto, estamos en confinamiento, sometidas a más carga del cuidado, algunas comparten con sus agresores y no preguntan, solo callan. No miran, solo friegan los platos. Tranquilas y sumisas, están también adaptándose a este encierro con el insondable deseo de salir vivas, de que todos salgamos vivos, tejiendo cada noche, con mucho amor, sueños de esperanza y de que el sol saldrá e iluminará un nuevo día.

Muchos análisis daban por sentado que en este periodo de cuarentena la violencia contra mujeres y niñas sería mayor y, ante las pocas denuncias o los pocos feminicidios podríamos pensar que el fenómeno está disminuyendo, Pero podríamos no tener la respuesta acertada ante la realidad que nos muestran las estadísticas que aportan los organismos a cargo de atender y resolver esta problemática.

Las mujeres volvemos a adaptarnos y en este momento se impone el sentimiento más auténtico y antiguo, el de sobrevivencia, que hace posible que seamos resilientes y escapemos del coronavirus y de la violencia machista.

Queremos sobrevivir y ese instinto de sobrevivencia hace que muchas mujeres le den la vuelta al encierro y a las posibles situaciones que se presenten. Sé que muchas mujeres que viven en pareja están orando para que no inicie un pleito o, para que él no se enoje, están tranquilas en sus casas, tratando de agradar con la comida, el postre, haciendo cualquier oficio para darles sus espacios a ellos, porque lo necesitan, cuidando de los niños para que no provoquen la ira, o llorando su dolor cuando pueden y en silencio, en un rincón, donde nadie las vea.

Pero, ¿quién cuida de ellas? Es tan grande y profunda la carga de la desigualdad de género, que hasta las mujeres nos olvidamos de cuidar de nosotras mismas.

El  Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, se ha referido en una de sus últimas intervenciones, a la desigualdad de género, incrementada más aún en esta pandemia y dijo que se necesitará un esfuerzo especial para cumplir el ODS 5, relativo a la igualdad de género.

Para proteger a mujeres y niñas/os de la violencia de género, que aumenta siempre en situaciones de conflicto e inseguridad, se ha comprometido a “prevenir y rectificar la violencia doméstica como parte de nuestras respuestas nacionales y globales”.

Desde el gobierno dominicano trabajamos diariamente para que todos los servicios de atención y prevención funcionen las 24 horas del día: la línea mujer *212, las Casas de Acogida, las Fiscalías, la Policía y los Cetros de Atención a Víctimas.

Pero en esta situación de emergencia sanitaria no es fácil pensar que simplemente solicitarán apoyo con los recursos que tienen disponibles, alguno a la mano porque con marcar un celular ya. Pero debemos pensar en qué tan difícil es para ellas hacer uso de estos servicios, en medio de un confinamiento donde ellos controlan hasta el modo en que respiran y en muchos casos, ellas no disponen ni de un baño en la casa donde encerrarse.

La realidad enfrenta a las mujeres a un gran dilema, el coronavirus versus la violencia machista, cuál de los dos nos llevará primero. Pero sobreviviremos a ambos, venceremos a los dos, porque cada día las mujeres soñamos y hacemos todo para ganarles cada batalla y el triunfo de esta guerra a dos bandos será nuestro, seguiremos vivas y viviendo libres de violencia.

Mientras tanto seguimos demostrando nuestra capacidad de adaptarnos al contexto  como un mecanismo de sobrevivencia para superar situaciones traumáticas. Nos asusta morir, pero hay días en los que el mayor miedo es no vivir.