“La muerte no es enemigo, señores. Si vamos a luchar contra alguna enfermedad, hagámoslo contra la peor de todas: La indiferencia”-Robin Williams.
Las naciones enfrentan hoy un nuevo virus, el covid-19, de la familia de los coronavirus, nacido en las entrañas de la milenaria China. Las autoridades de ese gran y superpoblado país imponen serias restricciones en las ciudades en cuarentena; los italianos más o menos están haciendo lo mismo, solo que con el ímpetu italiano; las vacaciones en las hermosas islas Canarias podrían ser suspendidas para lo que resta del año; se cancelan eventos de resonancia mundial, los mercados bursátiles se derrumban y peligran los juegos olímpicos de Tokio.
También los dominicanos, en su hermosa islita, comienzan un aprovisionamiento de alimentos inusual y hasta el agua para consumo humano ya escasea; y todo ello está ocurriendo antes de que se declarara oficialmente la aparición del primer infectado de nacionalidad italiana. ¡Muchos hasta exigen en las redes una intervención urgente del presidente que sea capaz de calmar los ánimos y llevar el antídoto del sosiego a las familias!
El mundo está en shock y los dominicanos, cada día más inclinados a creer y reenviar toda la basura que les llega por las redes sociales, comienzan a alborotarse de mala manera, como si se tratara de una epidemia mundial de rabia con un índice de mortandad de 95%, o de 50% en el caso del Ébola.
Nada que ver. La tasa de mortalidad del nuevo bicho en la ciudad China de Wuhan se sitúa entre el 2 y el 4% y en los demás países es algo más de un 0.7%. Sin incluyéramos a los infectados asintomáticos, los que tienen el virus y andan por ahí como portadores sanos, seguramente la tasa de mortalidad sería significativamente más baja.
Tomando el número más alto en la zona cero, es decir, en Wuhan, 96 de cada 100 infectados sobrevive, proporción que, si incluyéramos a los asintomáticos, llegaría probablemente a más de 99 sobrevivientes de cada 100. De hecho, los que si pueden sentir algún temor por la propagación del nuevo asesino en serie son los de avanzada edad. En efecto, casi el 25 % de los fallecidos tenían más de 70 años, no existiendo hasta el momento ningún menor de 10 años que haya perecido.
También son muy vulnerables los inmunodeficientes. Y lo son más cuando se trata de otros coronavirus humanos endémicos, como son los alfacoronavirus 229E y NL63, y los betacoronavirus OC43 y HKU1, los cuales pueden causar enfermedades de tipo influenza o neumonía que sabemos pueden degenerar en letales.
De aquí que se corra más peligro circulando por ciertas carreteras interiores del país que por el hecho de ser contagiado por el covid-19. De algo sí estamos seguros: este nuevo virus nunca alcanzará las cifras de muertos y mutilados de las guerras fratricidas inducidas en Medio Oriente. Ello no significa que minimicemos la importancia del asunto y que dejemos de aplicar de manera estricta las medidas preventivas que nos están recomendando las autoridades. Eso no.
Al margen de ello, deberíamos preocuparnos más por las personas que mueren de hambre en todo el planeta que por el covid-19. En su acostumbrado informe anual (2019) la ONU dejó establecido que durante 2018 alrededor de 113 millones de personas murieron de hambre, 143 millones estaban cerca de perecer por este motivo y más de 800 millones en el mundo la padecían. Estamos hablando de cifras impresionantes a las que nadie pone caso y a cuyos umbrales nunca se aproximará el covid-19.
La cifra de “muertos por la peste del hambre” de 2018…¡es mayor que el número de muertes causada por la famosa peste bubónica o peste negra que acabó con las vidas, según algunos estimados, de más de 100 millones de seres humanos en Asia, Europa y África en el siglo XIV!
¿Es contagiosa el hambre? ¿De dónde viene la crítica falta de nutrientes que la causa de manera terriblemente gradual? La realidad es que nunca hemos visto que el hambre derrumbe bolsas, arruine empresas u obligue a desviar -para mitigarla- aunque sea una porción mínima de los cientos de miles de millones de dólares que se invierten hoy en letales armamentos. ¿Nos hemos preguntado cuántos millones de semejantes mueren por falta de vacunas que ya existen? ¡Vaya indiferencia e hipocresía la de este siglo!
Los afectados por las hambrunas globales son decenas de millones, no los cerca de 90 mil con apenas 3 mil muertes reportadas hasta el momento, es decir, aproximadamente el 3.4% del total de contagiados oficialmente declarados. Ciertamente, el 15% de los infectados sufre problemas graves, pero solo el 5% amerita cuidados médicos especiales y algo más del 2% fallece.
En realidad, dos coronavirus zoonóticos que preceden al covid-10 son mucho más peligrosos y letales: el del Síndrome respiratorio agudo grave (SARSCoV, 2002-2003) y el coronavirus del Síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV, 2012).
¿Y la gripe con la que convivimos desde el mismo magno acto del nacimiento? De acuerdo con la OMS, la cifra de muertos por esta maldición inevitable se sitúa entre los 290 y 650 mil personas anualmente. ¡La gripe es más letal que el covid-19 que hoy nos quieren presentar como una de las posibles causas del esperado apocalipsis de los creyentes!
Por el número de muertes, como vemos, el virus apocalíptico podría ser definido como un simple resfriado con alguna probabilidad de agravarse. Covid-19 es una mini-gripe; todo lo otro es la pandemia de la estupidez y del egoísmo humano exacerbado; es, en definitiva, la expresión de la más desvergonzada indiferencia humana frente a realidades inconmensurablemente más devastadoras y visibles que las que nos presentan ahora como una calamidad mundial.
En fin, somos unos azorados testigos de un terrible y vergonzoso circo mediático hábilmente organizado. Ojalá que aquí la mini-gripe no llegue a usarse como pretexto para tumbar las elecciones municipales extraordinarias programadas para el mes en curso. De ocurrir, el camino de una reforma constitucional al vapor estaría despejado.