Ustedes dirán que soy un tanto rosca izquierda, pero hay muchas cosas que aún no me cuadran con el asunto de Odebrecht. Como por ejemplo, que ahora haya quienes digan o piensen que todo el aparataje formado es un triunfo de la justicia dominicana, y el que se condene a los denunciados e imputados por sobornos comienza una nueva era de impunidad.

Pues miren por dónde, no me lo creo. Si el lío hubiera sido descubierto por los diversos e inútiles organismos que tenemos en el país encargados  de velar por nuestros bienes colectivos, entonces sí, me convencería y les daría mis parabienes, pero han tenido que ser nuevamente los gringos -antes fue con los Tucanos- quienes levantaran la yagua para descubrir tremendo nido de alacranes. Si no hubiera sido por los Estados Unidos, seguirían en el asunto de la cogioca hasta después del Día del Juicio Final.

Tampoco me cuadra que un soborno de esta categoría, de cuatro mil millones de pesos en juego, que no son paja de coco, ni rulos de sancocho, con una docena de participantes, que de seguro serán más, haya podido pasar desapercibido durante trece o catorce años, y menos con lo jabladores, chismosos, presumidos y exhibicionistas de bienes materiales qué somos cuando tenemos unos pesitos de más, y ni digamos si son unos buenos milloncitos caídos del cielo, del cielo de Brasil repleto de sabroso maná gratuito, eso es raro, muy raro. 

Aún me cuadra menos, que los encarcelados por sobornos lo hagan en celdas y condiciones superiores a los presos comunes, con televisiones, muebles, aires acondicionados, visitas especiales, bebidas finas, comidas extras, celulares, etc.

Si estos señores han sido importantes o relevantes, una vez condenados lo han dejado de ser, y se han convertido en delincuentes, y no vemos por qué, quien se ha robado cientos de millones tenga que estar mejor tratado que el que  hurtó un bolso con dos mil pesos dentro. Esto es una discriminación social más de las muchas que abundan por aquí.

Sigue sin cuadrarme, que aparezcan noticias inquietantes de que las acusaciones no estén lo suficiente sustentadas con pruebas y sirvan de salvoconducto para salir a la calle más limpios que si los hubieran metido en una máquina lavadora y echado dos paquetes de detergente. El derecho tiene su parte torcida por aquello de el que hace la ley hace la trampa, y muchos abogados especializados en liberar turpenes toda calaña se agarran a ella. Con demasiada frecuencia vemos delincuentes liberados por cualquier fallo técnico o por expedientes mal elaborados. Que, por lo menos, esta vez no pase.

No nos cuadra ni un chin que en Palacio estén como los tres monos aquellos, uno que no ve, otro que no mira y otro que no habla, sin pronunciarse frente a un escándalo de estas dimensiones, y que es la  continuación de otros no menos importantes En países medianamente desarrollados políticamente hubiera dimitido el gobierno en pleno, desde el presidente el vice, los ministros hasta el jardinero y se hubieran escondido para siempre en una cueva que nadie los viera.

Uno se pregunta con qué moral pueden los funcionarios continuar en sus cargos sin sentir vergüenza, y qué confianza pueden tener en ellos los ciudadanos, claro está que hablamos de países donde existe cierta ética y respeto por la gente y por las instituciones.

Ni siquiera un chin chin nos cuadra, que se quiera politizar todo el lío armado hasta decir que unos son los presos del Presidente ni de nadie, son los presos de todos los que pagamos el dinero que ellos se llevaron, como en su día dijo Balaguer, lo hicieron fuera del cajón. Ahí están los de una banda y los de la otra, y no decimos bando sino banda, de las que cometen tropelías. Suena sospechoso también los apoyos incondicionales y declaraciones de inocencia que algunos políticos han formulado sobre los imputados. Si el juez los ha metido de momento en la chirola, por algo será.

En fin, sigan llamándome rosca izquierda, pero aquí hay cosas más difíciles de cuadrar que la cuadratura del círculo. Que ya es decir.