No se si a ustedes les pasa lo mismo, pero cuando voy al cine casi siempre me maravillo por lo que logran en la gran pantalla. Como no soy muy versado en el asunto comento sin mucha crítica los efectos, los artistas, los diálogos, los temas…pero hay escenas de la vida cotidiana que al pasarlas al cine no acaban de convencerme para nada. Por ejemplo, no me creo eso de que el Bueno de la Película encuentre parqueo a la primera de cambio. No importa donde vaya, siempre hay un lugar para el carro, -un modelo largísimo, además- que está justo ahí, esperándole. El protagonista no tiene que dar vueltas y vueltas durante horas acechando un triste hueco, ni bregar con el odioso parquímetro, o rogar al policía de tránsito que le conceda unos minutos de espera. Vaya usted a Nueva York, a Paris, a Madrid o a Tokio y verá el calvario que significa dejar el automóvil a las mismísimas puertas del trabajo. El último ciudadano que lo logró debió ser en 1964, después, nadie más lo ha conseguido.
Otra cosa, si usted roza su carro con un pilotillo traicionero del estacionamiento, un tanque de basura o una señal de tráfico, por leve que sea el golpe, verá el tremendo rayón o el abollón que le hacen a la carrocería. Pero al Bueno le chocan con una furgoneta repetidas veces en el costado o le impactan con un monstruoso camión por atrás tratándole de sacar de la carretera, y su automóvil sigue como si nada. ¿Y en las persecuciones? huyendo de los malos destroza las barreras de entrada y salida, o traspasa gruesas mallas ciclónicas como si fueran papel de fumar, y el carro queda enterito, ni recién salido de fábrica. ¡Por favor señores directores, que no somos tan tontos! Otra más, si a usted, o a mi, un Malo de esos que ponen con seis o siete pies y trescientas libras de puro músculo, nos da una sola pescozada –sin que ni siquiera llegue a puñetazo- y vamos para el Cristo Redentor directos y sin escalas. Pero al Bueno le dan docenas de golpes, patadas o le rompen sillas en la cabeza y siempre le quedan fuerzas para salir ganando la pelea, a veces hasta sin despeinarse.
¿Y el asunto de morirse?, eso si que no me lo trago. El amigo del Bueno, que es quien por lo general finiquita su recibo de existir al recibir varios balazos de un potente fusil, lo acuestan y en tono calmo empieza a contar sus historias inéditas: las aventuras en la tienda de caramelos del pueblo, lo buena que era su mamá que le horneaba pasteles de arándanos, cuando pescaba truchas con sus amigos… hasta que de manera plácida se despide del mundo. No se queja a grito ¨ pelao¨ del dolor terrible de las heridas, ni le mienta la madre del que le disparó, ni su pierna entra en frenéticas convulsiones, ni dice ¡ay carajo, que me muero ¡… y esto es lo que sucede en la dura realidad. Tal vez Armando Almánzar, el verdadero gurú del cine deominicano, pueda explicármelo, pero le va a ser difícil, muy difícil, que pueda convencerme.