Contrario a quienes se irritan por las críticas, considero un ejercicio divertido y relajante la reproducción de encendidos comentarios que envían algunos lectores de esta columna. En especial las que atribuyen mis referencias al ex presidente Fernández y a sus tres administraciones una razón personal, motivada en la envidia o el resentimiento por haberme despedido de un cargo al que renuncié a menos de un mes en su primera presidencia.
En busca de un tema encontré un viejo artículo sobre uno de sus muchos viajes, reproducido en Almomento.Com, que provocó las más diversas reacciones. Uno de los correos llegados a ese medio me mandaba a callar por ignorante y otro, igualmente generoso, me tildaba de obstinado dispuesto a criticar cuanto hiciera el presidente. Para un tal Lorgo, la columna me convertía en el “resentido social número uno de la República”, envidioso incorregible y uno más del montón de “teóricos dominicanos que todo lo resuelven en los medios”, creyéndome además un “sangre azul”, a pesar de ser mulato, de pelo crespo, añado además. Para otro, mi problema es que no me dan un “boroneo” por lo cual escribía tantas “pendejadas”. Uno bien caritativo me aconsejó dejar el periodismo y meterme a la política para que pudiera hacer también algunos viajes. Y alguien más sostuvo que el contenido de la columna es el fruto de mi “ineptitud” como comunicador, por lo cual el presidente me habría destituido, a pesar de haberme ido voluntariamente. Eso, a su juicio, creaba en mí “un anti-leonelismo sin igual”, cargado de un odio inmenso. Otro escribió que mi artículo era muy “cursi” y recomendaba que ayudara al presidente con una crítica constructiva.
Algunos lectores se extrañan que le preste atención a esas reacciones. Yo les digo que son las naturales en un país donde las pasiones políticas no permiten ver con claridad la importancia de un ejercicio periodístico comprometido con los valores democráticos.