La semana pasada, ACENTO publicó  la reacción del lector Rey Diaz a mi artículo ¿Dios ‘nadapoderoso’? He querido aprovechar la ocasión para profundizar mis reflexiones sobre el cristianismo. Pero no procederé a contradecir punto por punto sus respuestas Creo haber expuesto claramente mi posición. No quisiera aburrir a nuestros lectores ni enzarzarme en una polémica sin fin. En cambio, utilizaré su réplica para definir las características del fanatismo cristiano, citar algunos ejemplos históricos de las mismas y enumerar las razones por las cuales es necesario eliminar dicho fanatismo. Debo aclarar que no me refiero a todos los cristianos – sean católicos o protestantes – sino a los que asumen posiciones extremistas.

Un primer elemento es el desprecio de los fundamentalistas hacia quienes no creen lo que ellos creen. Aunque levemente, el lector trata de descalificarme mediante comentarios irónicos, despectivos y ataques personales, basados sin duda en su intolerancia. Lo peor de todo es que lo hace teniendo plena conciencia de que sus ataques son falsos.

Ya desde el título el lector me acusa de ateo, la peor condición de un ser humano, a los ojos de un fundamentalista cristiano. Pero resulta que no lo soy. Si lo fuera no hubiera escrito acerca de la imagen distorsionada o falsa de Dios: me hubiera limitado simplemente a negar su existencia, cosa que no hago. En otro artículo que he escrito sobre el tema planteo mi posición: “No sé si Dios existe, pero prefiero pensar que sí”.

A continuación, escribe que soy un arrogante, a sabiendas de que he leído su comentario y lo he invitado a que me enviara el “derecho a réplica” que reclamaba. Por otro lado, el agnosticismo es la posición intelectual más humilde que se puede tener respecto al Ser Supremo, ya que básicamente reconoce la propia ignorancia sobre la existencia de Dios.

El lector afirma a seguidas que quiero imponer mi visión de Dios. Esto es falso. Si así fuera, hubiera terminado mi artículo con un mágister dixit y no hubiera gestionado la publicación del suyo en ACENTO. De hecho, son los fanáticos cristianos los que practican un proselitismo irrespetuoso, precisamente, del libre albedrio de sus prójimos.

Termina Díaz tildándome de “nuevo teólogo” con pretensiones de “sabelotodo”. Sin saberlo, enuncia precisamente la segunda característica de los fundamentalistas: creer que tienen el monopolio de la verdad. Los fundamentalistas cristianos tienen la exclusividad de la comprensión del pensamiento y de los actos todos los santos: San Pablo, Crisóstomo, Orígenes, San Agustín, Anselmo, Santo Tomás, San Jerónimo, Anastasio…les pertenecen a ellos, exclusivamente.

Y no solo eso: los fundamentalistas cristianos tienen el monopolio de Dios. Solo ellos lo conocen, solo ellos son de su agrado, solo ellos tienen la garantía de su salvación, etcétera. Para decirlo en buen dominicano, los fundamentalistas cristianos tienen “a Dios agarrado por el rabo”

Otra de sus características es la deshonestidad intelectual. Sus argumentos están llenos de falacias. El argumento ad hominem, o ataque personal, por ejemplo, al que se entrega el lector en su respuesta; o el argumento ad verecundiam, en el que se apela a la autoridad de una autoridad para defender una posición sin aportar razones que la justifiquen. Los fundamentalistas apelan a Dios, la máxima autoridad y a la Biblia, que recoge su palabra. Pero al hacerlo caen en una falacia circular: Dios existe porque ha escrito la Biblia; la Biblia es sagrada porque la ha escrito Dios. Otra falacia a la que recurren es a la falacia ad baculum, la cual se basa en la amenaza para imponer un argumento. La amenaza en este caso es el fuego eterno para quienes se resistan a sus creencias. Finalmente, una falacia no tan frecuente pero también utilizada es el argumento ad ignorantiam, el cual pretende demostrar algo por el hecho de que no se ha demostrado lo contrario. “Tiene que haber algo que ha creado el mundo”, es la forma más frecuente de este argumento.

Esto no quiere decir que la Iglesia no haya tenido verdaderos filósofos. Los ha tenido, muchos y muy buenos, en particular santo Tomás de Aquino y, sobre todo, san Agustín de Hipona. Que conste que admiro enormemente a este último, hasta tal punto que elegí su nombre para uno de mis hijos. Pero hasta san Agustín contribuyó, lo más probable sin saberlo, al fanatismo cristiano. Cito textualmente el brillante razonamiento de Paul Strathern al respecto:

“Los antiguos griegos veían de buen grado el diferir en asuntos filosóficos. Diógenes el estoico ridiculizaba a los miembros de la Academia de Platón, pero eso era todo. Las cosas cambiaron con la unión de filosofía y cristianismo. Agustín no se implicaba en un debate meramente académico al atacar las herejías donatista y pelagiana. Estaban dividiendo a la Cristiandad, quería destruirlas y la manera más convincente de hacerlo era demoler sus bases filosóficas mediante argumentos de razón. Tales métodos son hoy tan evidentes como lo fueron en tiempo de Agustín: su lucha con Morgan (Pelagio) no era muy distinta de la disputa, filosófica entre Stalin y Trostky sobre sus diferentes interpretaciones del evangelio comunista. El perdedor sería juzgado por hereje y él y sus seguidores aniquilados. La mayoría de las batallas propagandísticas entre dogmas rivales han intentado ganarse los corazones y las mentes”. Strathern dice, con razón, que, al mezclar religión y filosofía, la primera hace un mal uso de la segunda.

No hay que abundar mucho para demostrar que las consecuencias de los fanatismos cristianos han sido desastrosas: la Inquisición, las torturas, las hogueras, las Guerras de Religión…Por cierto, es bueno señalar que las mismas no fueron causadas solamente por el fanatismo católico: los protestantes hicieron otro tanto. De hecho, hay autores que hablan de intolerancia e, incluso, de inquisición protestante. Según historiadores protestantes, “los Reformadores como Lutero, Beza y en forma especial Calvino, fueron tan intolerantes al disentimiento, como la Iglesia Católica Romana lo fue. Y esta tradición de intolerancia entre los Protestantes no se extinguió pronto, de acuerdo al historiador protestante Owen Chadwwick. Un ejemplo más cercano a nosotros fue el del exterminio de nuestros indios en nombre de la evangelización. Neruda lo resume magistralmente:

“Enarbolando a Cristo con su cruz

los garrotazos fueron argumentos

tan poderosos que los indios vivos

se convirtieron en cristianos muertos”.

Es lógico argumentar, en consecuencia, que la eliminación del fanatismo redundaría exclusivamente en consecuencias benéficas: menos muertes, menos violencia, menos odio.

Para ello hace falta respeto, fraternidad y tolerancia.

Hace falta que no haya hombres que se crean dueños de Dios y de la Verdad.

Hace falta que no haya hombres que crean que tienen agarrado a Dios por el rabo.

Cortémosle el rabo a Dios.