Con este título podríamos anunciar una nueva marca de whisky; indicar la dirección de un bar donde se toca jazz y también, sugerir los años que llevamos sin Julio. Es difícil escribir sobre los llamados grandes, pues ya se ha dicho todo (o casi) de ellos.
Sin embargo, les confieso que quisiera imitar a La Maga, tal y como lo hizo tanta chica en los sesenta, cuando recién la descubrían y como ella, no bañarme los domingos (ni los lunes ni los martes…). El intento duró sólo un día, el triste 12 de febrero, porque al siguiente me sorprendió un tremendo aguacero, así que para evitarme un catarro me ‘sequé’ debajo de la regadera. Lo que si suelo hacer, pese a los reproches conyugales, es apretar la pasta de dientes por la parte superior…
Julio Cortázar, el gran cronopio argentino, que nació en Bruselas en agosto del 14, mientras se afilaban los cañones que desatarían la Primera Guerra Mundial, también murió de aquel lado del Atlántico, en París, donde se fue a vivir desde 1951. Varias veces recorrí los senderos del cementerio de Montparnasse para visitar su tumba. Recuerdo que siempre la encontraba con boletos del metro, con cigarros Gauloise, con recaditos de las Magas eternas. La suya era una lapida sin cruz y con dos nombres: Carol Dunlop arriba y Julio abajo.
Comenta Monterroso que gracias a Rayuela, los cuentos que ya estaban allí se volvieron a leer. Se redescubrió ese velo extraño que desconcierta al lector. Lo fantástico es un elemento de elección, dijo Julio en una entrevista. Cortazarianamente el azar invoca unos cuantos:
Empiezo con uno que nos muestra a una pareja que disfruta de sus vacaciones en el campo, aunque cada noche, la tranquilidad se interrumpe con los galopes de un caballo inexistente. Hay otro en el que un tipo fracasa en su intento de ponerse un suéter: « A lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo». Es tanta su desesperación y está a un paso de la ventana abierta y… Luego, Casa tomada, que se leyó como una alegoría del peronismo. Sus dos personajes son expulsados poco a poco, por una fuerza extraña, de la casa que comparten y también está La autopista del sur, en la que, si no se mueve ni una hoja de los arboles, mucho menos los carros en la ruta París-Marsella. El tiempo congelado provoca que las gentes empiecen a simpatizar y a solidarizarse: « el viajante del DKW (…) pasaba horas contándoles cuentos a los niños».
En uno de sus últimos relatos, La noche de Mantequilla, Cortázar, apasionado del box, recrea el mítico combate entre Carlitos Monzón y José ‘Mantequilla’ Nápoles. Sin embargo, la pelea se traslada al graderío, donde unos personajes misteriosos intercambian maletines; su presencia se esconde en la victoria del argentino: «Monzón avanzando con los guantes en alto, más campeón que nunca». Imposible hacer una lista exhaustiva, pues son tantos y tan buenos: el Perseguidor, que narra la vida de Charlie Parker; la trepidante Continuidad de los Parques o Diario para un cuento.
Hoy muchos señalan el envejecimiento de Rayuela, pero en su momento fue un amuleto para los jóvenes de por lo menos tres generaciones. Según Gonzalo Celorio, Julio dio las instrucciones precisas de no seguir ninguna.
Erudito y enamorado del jazz, Cortázar también tradujo los cuentos de Poe, por encargo de la Universidad de Puerto Rico y tuvo que traducir textos infumables en la Unesco, aunque confiesa –no sin culpa– que no pocas veces guardaba los diccionarios y sacaba la imaginación.
Hay escaleras que sólo sirven para bajar, le dijo un día Aurora Bernárdez, su primera esposa, con quien volvió antes de morir y terminó siendo la albacea y heredera de su obra. Así que a nosotros nos queda el consuelo de usar sus palabras- ascensores.