Por aquí no puede pasar un tiempito sin que suceda algún escándalo que mantenga al público entretenido, porque los actos de corrupción de nuestros funcionarios son tantos y variados que constituyen ya una larga saga, superando a las de esas telenovelas en cuyos capítulos siempre aparece un enredo nuevo, un embarazo inesperado, una traición amorosa, una herencia oculta, y con esas excusas argumentales, nunca terminan.

Ahora la protagonista de la novela es la OMSA -se la veía venir de lejos- a quien una auditoría revela o está revelando graves anomalías que envuelven miles de millones de pesos en contrataciones dudosas, ilegales y fraudulentas, compras con sus probables y correspondientes comisiones y sobrevaluaciones, y servicios para un servicio de transporte que en la realidad, no sirve.

Esto no es nada nuevo, la OMSA ya ha estado en el punto de mira de la cogioca nacional otras veces, y es muy probable que siga siendo un buen negocio una vez se calmen las aguas, como se calmarán y se olvidarán en breve las mordidas actuales, además sin grandes consecuencias penales para sus principales responsables, pues ya sabemos cómo se manejan por aquí las acciones dolosas para que se diluyan y olviden, quedando en la más vergonzosa y rampante impunidad.

Parece que la corrupción produce en los cuerpos humanos unas sustancias llamadas corrupteronas, y estas a su vez son las responsables de la adicción al robo, al soborno, al desfalco, al dolo, y a todo lo que sea meterse de manera ilegal el dinero de los demás en los bolsillos para medrar mucho y rápido.

Los doctores, los científicos, los farmacólogos, deberían de buscar en sus sofisticados laboratorios una vacuna, como la de la difteria o la viruela, que evitara esta adicción a apropiarse de lo ajeno, aunque en verdad dicho remedio ya existe, y su aplicación es bastante sencilla. Consiste en inyectar a los adictos las penas de cárcel, la destitución deshonrosa, la inhabilitación de cargos, la confiscación de bienes, la devolución de lo robado, pero que en este país no se aplica con la debida eficacia.

La corrupción es, además, un enfermedad altamente contagiosa que por medio de ejemplos y de impunidades se propaga con una velocidad asombrosa, y en estos momentos ya está a nivel de peligrosa epidemia nacional.

Nada, que mientras haya dinero de por medio y no haya controles ni castigos, los adictos a la corrupción seguirán en aumento. Y como siempre, los idiotas de turno, como usted, como yo y como otros muchos, con nuestros impuestos, acabamos pagando su caro vicio.