La irrupción de la justicia internacional en el escenario de la corrupción dominicana ha generado una serie de expectativas en la lucha anticorrupción local.
Al mismo tiempo ha traído desasosiego en la vida de ciertos políticos latinoamericanos, en especial del corrupto local, dominicano, muy acostumbrado a los confortables escenarios de la impunidad, que le han permitido exhibir sin pudor las riquezas mal habidas; viajar, comer y beber mientras incursiona en camas diferentes.
Todo sin consecuencias, lo que sin lugar a dudas no deja de ser el estado ideal del corrupto, más allá de la justicia local, que poco o nada tiene que hacer.
La saga Oderbrecht (de Brasil para el mundo), si bien ha sustituido en el escenario de los medios a otros casos de corrupción tanto o más graves, parece haber impactado en nuestra anomia, aunque la sociedad no logra indignarse lo suficiente para rechazar tanta y tan sofisticadas formas de robarle al pueblo, desde el ejercicio de la democracia representativa, donde política y negocios son sinónimos de buen gobierno.
Los argumentos, las declaraciones de la empresa Oderbrecht con su presidente en prisión en Brasil, ruedan por los medios de comunicación. Hay muchos datos y actores esenciales del proceso conocidos, honorables, exitosos, políticos y empresarios. Mientras tanto, en República Dominicana seguimos siendo la excepción maravillosa, aquí parece no haber políticos implicados, sino generalidades de períodos de gobierno.
En el espacio de todo lo dicho y por decir, el corrupto local regresa de viaje, y se instala en la cresta de la ola mediática, cual tsunami del desprestigio, que pretende alcanzarlo. Pero él, acostumbrado a este tipo de pretensiones justicieras, sonríe y toma tiempo, se reúne con abogados y amigos, analizando desde cualquier perspectiva que es casi imposible que le pase algo.
En una sociedad donde las instituciones no cumplen ningún rol, hace tiempo que la impunidad se convirtió en el reforzamiento psicológico de la conducta de seguridad del corrupto. Ni sus padres lograron hacerlo sentir tan seguro cuando le decían que llegaría a ser alguien algún día.
Mientras recuerda los nombres de todos aquellos a los cuales les ha dado algo, en ese ejercicio del lobbysmo institucionalizado, ejercido siempre con entusiasmo en el mundo de "búcame lo mío".
Se trata de un hombre blindado por las relaciones, desde hace años. "Todos esos políticos me han ayudado a ser rico”, dice con "humildad, y fidelidad". Su lealtad construida en la precariedad de otros momentos difíciles es una especie de faro que le permite considerarse "excepcional", salpicado por unos valores raros, que sorprenderían al más ético de los éticos. Es "un hombre bueno", como diría un comunicador de moda.
Sin embargo, para el corrupto local las noches se hacen largas, contar millones de dólares en vez de ovejas no bastan para conciliar el sueño, el cinismo no alcanza a llenar los momentos en los cuales debe enfrentarse consigo mismo, matizando el éxito alcanzado con aquellos tiempos de precariedad, de los cuales escapó para dedicarse a ser únicamente rico, por encima de todo.
El corrupto local está relativamente tranquilo, mientras toma un vaso de whisky, tan viejo como el mayor de sus hijos. Mira el horizonte pensando en el difícil momento que le toca vivir, está en la boca de todos, pero más cerca que nunca de sí mismo, convencido de que no pasará nada.
En una sociedad donde las instituciones no cumplen ningún rol, hace tiempo que la impunidad se convirtió en el reforzamiento psicológico de la conducta de seguridad del corrupto. Ni sus padres lograron hacerlo sentir tan seguro cuando le decían que llegaría a ser alguien algún día.
El corrupto local es un hombre de terreno, hecho en la miseria material y moral de una sociedad que ha construido -desde el desamparado social del Estado- la impronta de que hay que hacer lo que sea para salir de abajo. Y ser corrupto es una forma más de actuar, de ser .
Pero, aunque usted no lo crea, el corrupto local en la actualidad se prepara para el futuro, es un hombre avezado y sabe que si aquí las no reglas le permiten vivir en el paraíso de la impunidad, la justicia internacional le está ocasionando problemas y pérdidas. Esto le lleva a una especie de introspección de la corrupción, que conduce a pensar en su militancia política, en las transacciones que debe hacer para evitar ser incautado, mientras mira a su amada esposa sonriente, piensa en Singapur, en los bancos árabes y en algún dinero en Estados Unidos de América, donde siempre todo puede acontecer.
El corrupto local en la actualidad ensaya lo que dirá, los papeles que mostrara en caso que le llamen a declarar en alguna Procuraduría General, como lo están haciendo con políticos y empresarios en Colombia, Perú, Panamá, Guatemla y Argentina.
Visualizando el escenario internacional, sabe lo que no dirá, banalizará las preguntas incisivas y las enfrentará, aunque el cuello de su camisa italiana le moleste. Se enfrentará con la comisión de "notables", consciente de que cuando uno quiere que algo se diluya, nombra una comisión. Seguro de que los integrantes de la comisión, con los cuales ya se ha tomado más de un trago, le recordarán con consideración y estima. Mientras se dice que los EE.UU podrían quitarle la visa, pero total, qué más da. Uno no lo puede tener todo en la vida.