En los últimos años, en casi cada rincón del mundo, comenzando con la Primavera Árabe, pasando por muchos países en el mundo, e incluso en América Latina, la turbulencia política ha dejado claro que los gobiernos han sido poco prudentes al hacer caso omiso de las crecientes preocupaciones de sus ciudadanos acerca de la corrupción.
Es un veneno que erosiona la confianza, despoja a los ciudadanos de su dinero y de su futuro, y ahoga el crecimiento económico en los lugares que más se necesita.
Esta epidemia es un fenómeno generalizado y creciente: una de cada tres personas que viven en el Oriente Medio y el Norte de África, se han visto obligados a pagar sobornos a cambio de los servicios públicos esenciales. La corrupción persiste en todas las regiones y países del mundo, incluyendo el mío.
Ya se ha perdido mucho tiempo, por parte de la comunidad internacional, para hacer frente a la corrupción con la seriedad y atención necesaria. Por eso, esta semana, junto a representantes de más de cincuenta naciones, organizaciones multinacionales y la sociedad civil, concretamos la primera Cumbre Global Anticorrupción en Londres.
Allí, anunciaremos medidas prácticas para fortalecer la lucha contra la corrupción, desde el lanzamiento de un Centro de Coordinación Internacional Anticorrupción, que mejorará el intercambio de datos entre los principales centros financieros y la cooperación en las investigaciones, hasta una ampliación en el apoyo a los periodistas que luchan para exponer casos de corrupción en todo el mundo.
Al comprometer el ejercicio de funciones básicas del Estado, como la seguridad y la justicia, la corrupción crea una sensación de frustración y un vacío de poder que los extremistas violentos se apresuran a cubrir con falsas promesas de un mejor trato. Eso ayuda a explicar cómo ISIS echó raíces en Irak y por qué perduran los talibanes en Afganistán. A menos que transformemos la lucha contra la corrupción en una prioridad, estos grupos abyectos continuarán sacando provecho de las quejas de los ciudadanos, y continuarán reclutando nuevos seguidores, entre aquellos que se sienten impotentes, que consideran que se les falta el respeto y que terminan convencidos de que el sistema tradicional está siendo manipulado en su contra.
Los traficantes y los carteles también se sirven de la corrupción, y terminan siendo las personas más vulnerables -mujeres, niños y minorías- las que a menudo pagan el precio más alto. La corrupción también permite que otros malos actores sociales consigan influir en las decisiones de los gobiernos, de manera que casi siempre terminan perjudicando a los ciudadanos comunes. Simplemente abran un periódico en cualquier parte, y encontrarán informes de ministros que han sido capturados por corrupción, guardias fronterizos sobornados para “hacer la vista gorda” mirando hacia otro lado en sus puestos de control, o incluso delincuentes que son puestos en libertad por un módico precio.
Igualmente preocupante es el hecho de que la corrupción, no sólo inflama muchas de las mayores amenazas que enfrentamos hoy en día, sino que también puede perjudicar la capacidad de los gobiernos para confrontar dichas amenazas. Por ejemplo, cuando el presidente Buhari de Nigeria asumió el cargo el año pasado, se encontró con un ejército carcomido por la corrupción y que no estaba preparado para hacer frente a Boko Haram. Del mismo modo, cuando el primer ministro iraquí al-Abadi asumió el poder en 2014, desveló la existencia de 50.000 soldados "fantasmas" que hacían parte de las nóminas de pago, los cuales le costaban al país $ 380 millones de dólares cada año y dejaban al ejército diezmado para luchar contra ISIS.
Estas realidades son las que exigen que hagamos de la lucha contra la corrupción una prioridad de primer orden en nuestra política exterior. Para enfrentar este desafío necesitamos un enfoque que sea, amplio y audaz a la vez.
Es importante el establecimiento y la aplicación de sanciones más fuertes, pero como ex-fiscal, sé perfectamente que poner toda la atención solamente en el castigo no va a resolver el problema de fondo. Tenemos que ser igualmente enfáticos en el castigo de la corrupción y en los nuevos esfuerzos para prevenir que la corrupción ocurra en primer lugar.
Esto lo podemos hacer ayudando a los gobiernos a crear procesos más transparentes y efectivos para reducir las oportunidades de corrupción. A la vez, podemos formar a ciudadanos y periodistas para supervisar e impedir que sucedan irregularidades. Asimismo, podemos adoptar nuevas tecnologías para ampliar el acceso a la información y capacitar a la sociedad civil para que colabore con las fuerzas del orden.
La comunidad mundial también puede aprovechar mejor las estrechas ventanas de oportunidad de las que disponga para generar reformas. Ese momento bien podría ser con la elección de un nuevo líder que haya hecho campaña para poner fin a la corrupción. O se podría concretar aprovechando las protestas públicas que se generan cuando salen a la luz nuevas evidencias de corrupción, como vimos el año pasado en Guatemala, donde 19 semanas de protestas pacíficas condujeron a la renuncia y el enjuiciamiento de un presidente en ejercicio.
Ningún esfuerzo para poner fin a la corrupción tendrá éxito si en el terreno no existe la voluntad política para ello, y debemos asegurarnos de que aquellos que se muestren comprometidos a impulsar las reformas, reciban en el momento, la asistencia necesaria que les permita hacer una diferencia real.
Y, desde luego, que todos somos responsables para hacer frente a la corrupción dentro de nuestros propios países, incluyendo los Estados Unidos. Ese es el objetivo de la nueva legislación propuesta la semana pasada por el presidente Barack Obama, la cual integra, por primera vez, la información sobre los propietarios de empresas fachadas, o empresas “fantasma”, en todos los estados y territorios de los Estados Unidos, para ayudar a la policía a prevenir e investigar los delitos financieros.
El gobierno del presidente Obama también se ha comprometido a arrojar luz sobre las turbias transacciones de bienes raíces en lugares como Nueva York y Miami, las cuales a menudo se utilizan como refugio para fondos ilícitos; y también se ha comprometido a cerrar las lagunas jurídicas que permiten a los extranjeros ocultar actividades financieras potencialmente ilícitas, detrás de entidades anónimas en los Estados Unidos.
Con estos pasos, estamos intensificando la lucha contra la corrupción y exhortamos a los gobiernos de todo el mundo a que se unan a nuestros esfuerzos.
Después de todo, los gobiernos gastan mucho tiempo -y recursos- en enfrentar amenazas como el extremismo violento, la delincuencia transnacional y los Estados frágiles. Sin embargo, al hacer caso omiso de los profundos vínculos de estas amenazas de la corrupción, hacemos que nuestro trabajo sea mucho más difícil. Hoy en día, ya no podemos alegar que no sabemos. Si somos serios respecto a confrontar estas amenazas y en cuanto a la construcción de un mundo más seguro y protegido, entonces debemos tomar en serio la lucha contra la corrupción.
publicada el jueves 12 de mayo en USA Today, – también disponible aquí: https://goo.gl/YMl37e