La corrupción en nuestro país es un mal que ha estado presente a lo largo de nuestra historia, es más, mucho antes de constituirnos como nación. Cada vez son más los casos que salen a la luz pública y ya es visto como algo normal. Los funcionarios del Estado, en su inmensa mayoría, se enriquecen sin poder justificar sus fortunas. Pero todos saben estar en el lodo y no ensuciarse o la Justicia los limpia.

La corrupción ya se ha extendido y no sólo se encuentra en el sector público. No es raro escuchar en instituciones privadas, fundaciones, clubes sociales, instituciones deportivas y culturales, iglesias, etc. quejas por robos, engaños y mentiras. Se ha aprendido de los gobiernos todas las artimañas e incluso los maquillajes de datos.

Lo peor de todo es cómo es excusada por unos cuantos. Se oye decir, cito: “sí, ellos cogen pero dejan algo” o “todo el que sube roba” o “¿qué se puede hacer, todos son iguales? Ya nada parece importarles, a pesar del esfuerzo de grupos de ciudadanos que exigen transparencia y un alto a los engaños y robos.

Los beneficiados de la corrupción justifican sus acciones con obras de infraestructuras, programas especiales, por mencionar algo y los afectados, ilusos y permisivos, aceptan con los ojos llenos dichas obras sin indagar cómo o qué dinero ha sido utilizado o si ha sido sobreevaluado, porque aunque una obra sea buena y necesaria, si es sobreevaluada o ha sido utilizada para actos de corrupción, pierde todo el valor.