La única forma en que puedo describir la politización de temas nodales en medio de esta campaña electoral – como la corrupción – es catalogándola como un “carnaval en abril”. Casos como los de Félix Bautista y Pepe Goico subrayan dónde se encuentra la debilidad carcinógena en nuestra estructura gubernamental. Cuando digo gubernamental no me refiero solamente a las autoridades ya que, como sociedad, el pueblo juega un rol importante dentro de ese esquema. En ambos casos, el factor impunidad funge como columna vertebral de este zafarrancho que se ha armado, precisamente porque tanto autoridades como un sector de la población parcializan sus posiciones según les convenga, usualmente con fines politiqueros.
Me resulta inverosímil que muchos no hayan puesto en contraste el elemento impunidad. Tanto el gobierno en turno como la pasada administración del PRD han servido de escudo para los individuos hoy en cuestión (El Gato Félix y Pepe Goico). En el caso de la corrupción en sentido general, la misma es proporcional al grado de impunidad que nuestras autoridades demuestran ante hechos lesivos. A nadie le cuadra, ni al matemático más experimentado, la forma vertiginosa en que Félix Bautista se ha convertido en millonario. Ese elemento – el enriquecimiento inexplicable – por demás desafiando toda lógica de acuerdo a los ingresos de Bautista, debió ser inmediatamente investigado tanto por una comisión en el Senado como por la Procuraduría General de la República. Porque ese es precisamente el trabajo del ministerio público, defender los intereses de todos los ciudadanos ante posibles crímenes, sin importar origen ni partidismos.
Empero, la justicia se hizo la ciega o miró para otro lado y, cuando finalmente se vió acorralada por diferentes medios de comunicación y la opinión pública, designó al DPCA para investigar las denuncias en contra del senador sanjuanero. Esto da risa – por el teatro – porque para nadie es un secreto que el DPCA es un agujero negro: todo lo que entra allí se pierde en el olvido. Esa dependencia es un “vacuum” de casos y expedientes, con un Hotoniel Bonilla siendo el perfecto come-cheques o calienta-escritorio, como usted guste llamarle.
En cuanto a Pepe Goico, no comparto la opinión de muchos que buscan minimizar el supuesto complot. Haití vive desde hace años una debilidad gubernamental apoteósica; Martelly ya de por sí anda en la cuerda floja. Cualquier elemento que se le añada a la situación del vecino país puede servir como catalizador para una desestabilización de ese gobierno, porque en el plano geopolítico no se necesita de mucho para hacer tambalear un gobierno que camina dando tumbos.
Pero el supuesto complot ha dejado un saldo extraño de preguntas sin responder. ¿Quién es el dichoso jefe del cual habla don Pepe? ¿Desde cuándo éste supuesto complot se venía cocinando? Preguntas que, por responsabilidad, deben ser respondidas por la Procuraduría General de la República.
Tantos brinco e’ chivos sobre ambos casos, y la forma en que han sido sazonados por los partidos mayoritarios, nos dejan un balance nauseabundo: todo esto es parte del circo electoral. Nadie tiene el interés ni los pantalones para someter ambos casos ante la justicia. Incluso, nuestra sociedad misma ha caído en el juego de la propaganda y la contra propaganda. Y yo sólo pienso: estos son los que nos quieren gobernar (o seguir gobernando).
La corrupción es un problema a nivel mundial. Existe el tráfico de influencia a nivel corporativo, también en el sistema bancario mundial. Existe la corrupción política en Estados Unidos y de cuerpos castrenses en México. Esto denota que no contamos con un “contrato de exclusividad” en cuanto a la corrupción se refiere. Empero, el problema fundamental y la razón por la cual la corrupción en dominicana ha permitido que mafias políticas se llenen los bolsillos con el dinero del pueblo, es la maldita impunidad con la que vivimos. Nuestra justicia es partidista y ciega, siempre respondiendo a los lineamientos de un gobierno, lejos de ser un poder independiente, como debe ser en una auténtica democracia.
El razonamiento humano para realizar cualquier actividad ilícita es balanceado en la percepción de cada individuo con la posibilidad de ser o no castigado por el hecho ilícito a ser cometido. La impunidad – elemento que define a nuestro sistema de justicia y puesta en perspectiva por los casos de Bautista y de don Pepe – es el protagonista de las flagrantes violaciones a las leyes dominicanas.
Procurador, póngase los pantalones y dejemos el circo politiquero. Investigue ambos casos con seriedad y objetividad hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga. Nuestro país, hoy más que nunca, necesita ese precedente.