Tú y tu vestido camisero llegaron justo a tiempo después de las épocas de las irrealidades y los desencantos. Te ha maltratado el sol y el tiempo injusto del amor liviano. A mí las tristezas inconfundibles, a mí las extraordinarias formas del vacío adquiridas por tu ausencia. Yo que pedí paz me encuentro sola en mi burbuja. Una burbuja con puertas de hierro y una felicidad gris. 

Delirio contigo: sube el telón, y en la cama me deleito con tus pies de agua de fresas y girasoles. Nada de pasado. Fuimos grandes en poco tiempo, hasta la hora del Gran Temblor.

No hubo gritos, ni reservas. El gemido de la memoria era exacto y erizaba la piel. Se generaban electricidades y ganas de volverse a ver, coincidir en las distancias. Inventar excusas nuevas para sentirnos menos miserables.  Hace varios siglos que no soy nada-nadie en ningún lugar. Aquella noche, entre sonrisas y calores sentí el deseo animal de monte de deshacer los baúles.

Quedarme en ti.