En la undécima carta de Leonor Feltz (LF) a Pedro Henríquez Ureña (PHU), fechada el 24 de marzo de 1905, la maestra normal, alumna predilecta de Salomé Ureña, ante el cúmulo de problemas que la han atormentado desde que debió encargarse de ser padre y madre de su propio hogar y también, en cierto modo, de la orientación moral y pedagógica de sus hijos sustitutos (Fran, Pedro y Max), confiesa, derrotada, su abdicación a las letras.
Ante el silencio epistolar, PHU pregunta a su tía Mon Ureña qué sucede con Leonor y esta última le responde: «Yo no consagro ya el mayor tiempo a satisfacer mis aficiones literarias como en mejores días; no, sustraigo algunos momentos á la brega diaria y leo algo, regularmente periódicos i unas que otra lecturita banal, nada serio.» (Bernardo Vega. Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 2015, 156).
La causa del silencio epistolar de LF se debió, según lo explica, a su «… habitual apatía acrecida hoy considerablemente por el género de vida que me imponen mis actuales ocupaciones.» (BVega, 156).
La correspondencia de LF con PHU se extendió hasta 1910. Es posible que tal suspensión se deba a la vorágine en la que se vio envuelto el Sócrates dominicano a raíz del estallido de la Revolución mexicana que sacó a Porfirio Díaz del poder y, como ha de suponerse, al ser el principal mentor de la juventud ateneísta contraria al dictador azteca, pudo haber corrido peligro de muerte al ser extranjero y, por tal razón, su amigo íntimo Alfonso Reyes y otros cercanos, le recomendaron alejarse de México hasta que se definiera la tormenta política que se desató sobre aquel país.
El viaje de PHU a su patria en 1911 quizá explique la interrupción de la correspondencia entre ambos personajes, pues de seguro fue LF una de las primeras figuras con las que se encontró al llegar a la capital dominicana. Acogió el consejo de los amigos y se embarcó en Veracruz el 13 de abril de 1911 hacia La Habana, en tránsito para Santo Domingo. A la estación ferroviaria fueron a despedirle sus discípulos, ya amigos; Alfonso Reyes, el primero; luego menciona a Antonio Caso, Martín Luis Guzmán, Carlos González Peña, Escofet, Isidro Fabela, Diego Rivera, Gonzalo Argüelles Bringas, Julio Torri, Aurelio Collado y José Benítez. Y antes de su salida había sido agasajado con múltiples banquetes por algunos de esos amigos, entre los que PHU cita a Alfonso Cravioto, Luis Urbina, Chucho (Jesús) Acevedo y Pablo Martínez del Río (Memorias. Diario. Notas de viaje (México: FCE, 200, p. 191 [1989]).
Traigo esta cita a colación para que se observe que la mayoría de estos hombres serán los futuros ministros, altos funcionarios y diplomáticos de los gobiernos que surgieron después del triunfo de la Revolución.
Vuelvo de nuevo, luego de esta breve digresión, a PHU y LF. Paso por alto la estancia en La Habana, pues el lector interesado puede consultar lo vivido por PHU allí y leer su crítica al medio social y cultural cubano, y específicamente habanero en la obra citada supra, pero copio solamente a título de ilustración la opinión de este hombre que viene fogueado de discutir en México, junto a aquellos discípulos, todo el saber disponible a inicio de aquella centuria: «No han sido de mucha actividad para mí estos días. No he tenido con quien conversar mucho, parte porque aquí no abundan quienes puedan sostener conversaciones serias, parte porque todo el mundo está muy ocupado. La Habana no ha cambiado en nada sustancial (…) El mismo tono de escepticismo y ligereza preside a todas las conversaciones; el extravío del sentido moral en orden a todas las relaciones sociales (familia, amistades, instituciones, nación) –que en México sólo se ha producido en el orden político por el largo despotismo de Díaz–, continúa extendiéndose: ya los jóvenes hablan francamente, por ejemplo, de que quieren conquistar una heredera rica. Y la prueba de que no lo dicen por entretenimiento es que lo hacen. Esto sin contar que, en el lenguaje usual entre jóvenes, es obligado decir mal de las reputaciones de mujer, sea cierto o no lo que se diga: de mujer no puede hablarse, aquí, sin obscenidad.» (Memorias, pp. 193-206).
Las expresiones que coloqué en negritas son testimonio de la mezcla de entonación mexicana adquirida por PHU (parte porque) y que mezcla con la oralidad dominicana aprendida en el hogar (todo el mundo, allí donde el mexicano dice “todo mundo”, DC), cambio rítmico del que está consciente nuestro humanista: «Fran y Max, que resultan cubanos en todo punto a mi mexicanismo (cinco años llevo en México), que a ellos les hace reír, están completamente adaptados aquí, cada uno a su modo. Fran es quien habla más al modo cubano. Max conserva un modo más personal de hablar, y hasta ha hecho alguna escuela entre sus amigos jóvenes.» (Memorias, p. 193).
Con el perfil de la Cuba de 1911, PHU ha profetizado lo que pronto sucederá en aquel país: la dictadura de Gerardo Machado y los gobiernos ultra corruptos de Grau San Martín, Prío Socarrás y Fulgencio Batista. Y toda aquella sociedad corrupta y light sufrirá dentro de 48 años el barrido de una revolución democrática que se transformó en dictadura socialista de partido único.
Luego de costear a Haití por Los Cayos, el viajero llegó a Santo Domingo el 17 de mayo de 1911. No voy a copiar la impresión de soledad que le causó a PHU la Capital, cuyas casas no pasaban de un piso, aunque alabó la mejoría de las calles, el alcantarillado y la arborización. Como al salir de México fue objeto de varios agasajos de parte de familiares y amigos, llegado a la Capital casi no salió, aunque constató el mismo malestar político que dejó en 1901 al salir para Nueva York: la malicia dominicana (Memorias. Notas de viaje, p. 212).
Salió antes del asesinato de Mon Cáceres, pero nos dejó una estampa sombría de la intelectualidad joven de la Capital, radicalmente diferente a la de aquellos mexicanos discípulos suyos que fueron a despedirle a la estación ferroviaria. La copio para beneficio de quienes no la han leído y provecho de los que, sí: «He estado también, en parques y cafés, con ‘la juventud literaria’, un grupo de gente ruidosa y quisquillosa, formado por Rafael Damirón, Arturo Logroño, Arquímedes Cruz, Arturo Freites Roque, Luis Armando Abreu, O.[tilio] Vigil Díaz., Primitivo Herrera, Fernando Arturo Garrido, Juan Bautista Lamarche, Julio A. Piñeiro (sic), Fernando Arturo Pellerano, Enrique Aguiar, y mi primo Noel. Es una juventud que quizás tenga más talento literario que la de Cuba, pero tiene todavía menos cultura que aquélla.» (BVega, p. 214).
El precio de esa incultura la pagará aquella juventud “ruidosa y quisquillosa” cuando al volver al país en 1931 a ocupar el cargo de Superintendente General de Educación, PHU encontró que casi todos sus miembros formaban parte de los mandos culturales de la dictadura de Trujillo, quien les había heredado el 23 de febrero de 1930 de Horacio Vásquez, Jimenes y el resto de pequeños partidos que ayer, como hoy, eran la bisagra de los grandes, producto todos de aquella alocada movilidad que vegetaba en torno al presupuesto del Estado clientelar, único lugar donde se ejercía la acumulación de riquezas desde 1844. Mucha tinta se ha escrito sobre esta colaboración de PHU con la dictadura, pero huyó a tiempo, mientras los demás sucumbieron a la vida muelle y a los fastos de la dictadura.
Salvo error de mi parte, no hallé mención del encuentro de PHU con LF, pero lo doy por sentado, porque a su llegada en 1931, ella fue una de las primeras personas a quien buscó e, incluso, la nombró directora del Museo Nacional.
En las Memorias (p. 63), PHU sí traza un perfil de LF y, cuando redacta esas líneas, posiblemente en 1910, ya sabe que su orientadora literaria ha colgado la pluma. Retracción que respalda la escasa producción de LF, recogida hasta ahora, por Julio Jaime Julia (Las discípulas de Salomé Ureña escriben. Santo Domingo: Ciguapa, 2001), donde figuran solamente 12 artículos breves de LF.
La segunda parte de la misiva de LF a PHU es más importante debido al reconocimiento de la superioridad intelectual de ese joven que todavía en La Habana, donde ella le escribe, a los 21 años, ha madurado lo suficiente para convertirse, tres o cuatro años después, cuando emigre a la capital azteca, en el mentor de la juventud intelectual de aquella urbe: «Contigo me ha pasado lo que á ciertos maestros viejos á quienes se le agotaban los conocimiento que debían transmitir á sus alumnos i llegaba un momento en que estos sabían más que él (sic), quedando pues anulada la autoridad del maestro.» (BVega, p. 156). Redacción rara para esta maestra culta. Hubiera eliminado la ambigüedad semántica y rítmica si hubiese escrito: “estos sabían más que el maestro, quedando anulada su autoridad”.
Muy convencida de lo que decía estaba LF, porque remacha de nuevo sobre la amplia cultura y sabiduría de este joven triunfador que publicó en la Imprenta de Esteban Fernández, en La Habana, su primer libro, Ensayos críticos en 1905, obra que será su credencial ante aquella intelectualidad mexicana engreída, encabezada antes de su llegada, por don Justo Sierra, Ministro de Educación del porfiriato, quien estuvo obligado a exclamar: «¡Cuántas cosas sabe Ureña»! «¡Cuántas cosas!» (BVega, p. 160). Esto lo dijo don Justo en presencia de los miembros del Ateneo de la Juventud, cuando PHU leyó, en la velada del 26 de enero de 1910, en honor de Rafael Altamira, su trabajo sobre Hernán Pérez de Oliva. Y el Ureña en boca de don Justo es un desliz, producto quizá de su ignorancia de que el primer apellido de ese maestro es Henríquez, y que el culto mexicano talvez internalizó que Enrique era su nombre: Pedro Enrique Ureña. Y el error grave se repite en la tierra natal del filólogo y humanista, en cuya capital uno lee en la calle que lleva su nombre: Pedro H. Ureña. ¡Cosas veredes, Ayuntamiento del Distrito Nacional!
LF escribió lo siguiente en la carta que analizo: «Digo esto a propósito de tus trabajos. Los leo, lo[s] encuentro buenos i si se me ocurre alguna observación me digo: ‘él sabe de esas cosas ya mucho más que yo, acaso tenga razón i yo estaré en el error’ (…) Hablo sinceramente. Cuando escribiste ‘sobre antología’ se me ocurrió hacer algunos reparos, pero pensando lo mejor concluí por estar casi de acuerdo contigo en todos sus puntos.».» (BVega, p. 156).
Y concluye la maestra su misiva con una nota de desolación, al constatar que casi todos los miembros del salón Goncourt han desertado: «Vivimos aisladas actualmente. Ha sonado la hora de la deserción i uno tras otro hemos visto alejarse los amigos que animaban el saloncito. Juan F. Sánchez, de los pocos que queda, se ausenta también para La Vega. (…) Acaso en día no lejano volverán ustedes los fundadores… i los otros.» (BVega, p. 156).
(*) Publicado en el suplemento Areíto, del periódico Hoy, el 4 de marzo de 2017 y publicado por Acento de la misma fecha.