Hace algunos días publiqué en Facebook una foto en la que el concepto de corrección política era objeto de un feroz sarcasmo. Algún tiempo después, una amiga reaccionó a mi publicación, refutándola, no sin cierta indignación. Intrigado, leí algunas definiciones de lo políticamente correcto y concluí que, a causa de mi prisa o de mi ligereza, la foto publicada enunciaba una posición opuesta a la mía.
Según lo leído, la corrección política puede referirse a tres cosas: primero, al lenguaje, las ideas políticas o los comportamientos con los que se procura minimizar la posibilidad de ofensa hacia grupos étnicos, culturales o religiosos. En segundo lugar, a la afiliación con la ortodoxia política o cultural. Finalmente, a las opiniones excesivamente acríticas con determinados postulados.
Creo que mi amiga y yo nos hemos referidos a puntos diferentes. Ella se refería, probablemente al primer punto: en cuanto a este, estoy completamente de acuerdo con ella. Es cierto que, buscando evitar las ofensas, muchas veces se es excesivamente cauteloso con las palabras que se utilizan. Ciego, por ejemplo, no me parece, en lo que a mí respecta, un término peyorativo. Me parece innecesaria la circunlocución de ‘no vidente’. Pero también es cierto que el oyente puede malinterpretar mi uso del primer término, por lo que es mejor pecar por exceso que por defecto de prudencia.
Mi critica a lo políticamente correcto se focalizaba más bien a las últimas dos acepciones.
Ya sabemos lo que significa ‘ortodoxia’ política en nuestro país: corrupción, nepotismo, hipocresía, impunidad, homofobia…Por eso no puedo estar de acuerdo con esa ‘corrección política’. De no denunciarse, nuestra catastrófica situación no solo no mejorará sino que, cual cáncer no tratado, empeorará y acabará con nuestra sociedad.
Una forma de comunión con la ‘ortodoxia’ política dominicana es callar ante la misma. Y el campeón de esta dudosa disciplina lo es sin dudas Danilo Medina. Medina calla ante todo: ante el escándalo de los Tucanos, de Félix Bautista, de la OISOE, de la Odebrecht, de Punta Catalina…Evidentemente, no comulgo con esta ortodoxia.
Mis críticas se refieren, sobre todo, al tercer punto: a las opiniones asépticas, a los que prefieren no comprometerse, no mojarse. Mis críticas van, sobre todo, a aquellos hipócritas que utilizan la corrección política para mentir, para esconder sus reprochables intenciones. Entre nuestros políticos, los que más se valen de la corrección política como herramienta de engaño lo son sin dudas los peledeístas.
Es sabido que el lenguaje crea realidades. En el caso de los miembros del PLD, el lenguaje preciosista que utilizan busca, creo, diferenciarles del resto de los políticos. Es herencia de aquella época en la que los círculos de estudio eran obligatorios, en los que los políticos se dividían en corruptos y peledeístas. Ese lenguaje se quiere una prueba de que los peledeístas son la élite intelectual y política de nuestra nación. Es como si utilizaran el lenguaje para marcar su distancia con una realidad demasiado mediocre para pertenecer a ella.
Esta realidad la resumió hace unos años un viejo de Sabaneta de Yásica: “Ellos buenos no son, pero bonito sí hablan”. Los ejemplos son muchos: Llamar envejecientes (como si no envejeciéramos todos) o personas de la tercera edad a los viejos que malpasan en los hospitales cuyos fondos se lleva la corrupción; llamar indelicadezas a robos vulgares; restarle importancia a las propias faltas con diminutivos como nominilla, cofrecito y barrilito; exagerar las faltas de los opositores con aumentativos como concordazo; en fin, calificar de desafortunadas a opiniones francamente disparatosas. Hasta Balaguer cayó en ese falso pudor cuando utilizó un pueril ‘hacerse cacá’ en lugar de decir ‘cagar’, pura y simplemente. En definitiva, a la corrección política a la que me opongo es a esa tendencia de no llamar pan al pan ni vino al vino, ni todo lo demás a todo lo demás, como decía el Perich.
Uno de los lectores de mi amiga resume perfectamente a lo que me refería: en República Dominicana se confunde lo políticamente correcto con lo políticamente conveniente (para las clases gobernantes, por supuesto). Hablando de Balaguer, por cierto, ¿No dijo que la política no es el arte de lo justo, sino de lo conveniente? Concluiré diciendo que ese lado oscuro, esa deformación de lo políticamente correcto se llama en nuestro país política. Así, con p minúscula.