“El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones”

Nos contaba con tristeza que cuando era niña la hacían arrodillarse sobre dos guayos bajo el sol. A veces con el peso adicional de dos piedras, una en cada mano. Nosotras, sorprendidas, escuchábamos y visualizábamos aquella escena a la que nadie debería ser sometido. Era una práctica muy común, tal como lo eran y siguen siendo muchas otras. Lamentablemente, en nombre de la “corrección” y con buenas intenciones, se han cometido y se siguen cometiendo grandes abusos a los niños. Y no siempre son tan obvios como aquellos visibles a través de golpes o accidentes. El abuso emocional no necesariamente está acompañado de abuso físico, sin embargo, el abuso físico siempre está acompañado de abuso emocional.

El abuso psicológico o emocional en la infancia es muy difícil de identificar y de evaluar, en parte porque muchas formas de maltrato están normalizadas en nuestra sociedad.  Este tipo de abuso se da cuando un niño es sometido recurrentemente a situaciones humillantes o descalificantes sobre su persona, generando vergüenza, miedo y afectando su autoimagen o autoestima. Puede consistir también en negligencia y falta de supervisión y orientación o exposición a situaciones de peligro. Vemos a diario como niños son víctimas de abuso y somos indiferentes. Incluso algunos adultos justifican lo que hacen “por el bien del niño” o “porque se lo merece”. Otras veces plantean que a ellos se lo hicieron y que no les pasó nada, repitiendo estas prácticas de crianza de generación en generación sin cuestionarse y evaluar otras formas de abordar las situaciones.

Cada vez que veo a un adulto maltratar a un niño o a un joven, ya sea por acción o por omisión, me indigno. Y mucho más si es su padre, madre o educador, lo cual sucede con frecuencia: el que más lo quiere es el que más daño le hace, cuando debería ser quien lo proteja. La violencia se disfraza de amor causando confusión y promoviendo relaciones disfuncionales. 

En mis charlas y talleres digo a padres y educadores que, por encima de todo, debemos velar por la integridad física, mental y emocional de nuestros niños por lo que antes de utilizar cualquier estrategia para disciplinar o corregir, recomiendo preguntarse si lo que van a hacer atenta contra sus derechos fundamentales. Estoy segura que al preguntarse esto, muchos padres y educadores tendrán que frenar antes de actuar. Y con esto no quiero decir que no se establezcan límites sanos o que se dejen de abordar las conductas inadecuadas. Todo lo contrario. Los niños y jóvenes también tienen deberes, necesitan modelos de conductas esperadas, límites y consecuencias naturales, con amor y firmeza, sin causar dolor o daño.

En este mes de prevención del abuso infantil me pregunto: ¿cómo se previene el disciplinar o corregir con golpes, con palabras hirientes, el ridiculizar o educar con amenazas y con miedo a los niños o el ser negligentes e indiferentes ante sus necesidades?

La pregunta anterior no es fácil de responder. Son muchos los factores que intervienen y el problema es complejo. Cualquier niño, independientemente de su condición social o económica, puede ser víctima de abuso. El no actuar ante el abuso es una decisión y mucha veces se toma como medida de protección o para evitar problemas. Se necesita voluntad y compromiso de todos para mejorar las relaciones y formas de comunicación en los hogares. 

Me maravillo cada día ante la capacidad de resiliencia y de reinventarnos que tenemos las personas, de salir adelante a pesar de las dificultades y, en muchos casos, de sobrevivir al abuso físico, psicológico o sexual, tan presente y pocas veces condenado en nuestros contextos. Pero, a pesar de esta capacidad, los daños causados por cualquier tipo de abuso pueden ser graves y permanentes.

Sin relaciones sanas e interacciones positivas y apropiadas, no será posible evitar la cantidad de abusos infantiles de todo tipo que se cometen cada día. Si los adultos responsables de educar a nuestros niños no toman consciencia y aprenden ellos mismos a autorregularse o manejar las emociones de manera adecuada, será difícil la tarea. Los niños no son los responsables de lo que hacen los adultos que los cuidan. Nada justifica el maltrato y nadie lo merece, mucho menos un niño.