Es sumamente triste ver todas las vidas que ha cobrado el paso del COVID-19, el cual además, ha afectado la economía mundial, ha desafiado nuestros sistemas sanitarios y ha cambiado disruptivamente la forma en que vivimos.
Por otro lado, las medidas de aislamiento que se han tomado para evitar su propagación han generado un impacto positivo que no esperábamos: se ha reducido la contaminación ambiental y la huella de carbono en varios países y ciudades del mundo.
Muchos habrán visto las fotos y vídeos que muestran como han aclarado las aguas de los canales de Venecia en Italia, volviéndose tan cristalinas que pueden apreciarse los peces en el agua. La Agencia Espacial Europea (ESA) recientemente captó imágenes de satélite que mostraban una drástica reducción de la contaminación en las principales ciudades de Europa, puntualmente en Roma, Madrid y Paris, las primeras ciudades que implementaron medidas de cuarentena en dicho continente.
Lo mismo ya había pasado entre los meses de enero y febrero en China, donde la NASA también captó imágenes satelitales mostrando como la nube tóxica de dióxido de nitrógeno (NOx) que cubría la ciudad prácticamente había desaparecido.
El impacto del coronavirus no ha sido solo en la contaminación ambiental. También está influyendo en las emisiones de gases de efecto invernadero. Se reporta que entre febrero y marzo las emisiones de CO2 en China disminuyeron un 25%, un cambio de altísimo impacto para el cambio climático considerando que China produce el 30% de las emisiones anuales a nivel global. Se pronostica también ya en Europa una reducción de un 24.4% de las emisiones de gases de efecto invernadero para 2020.
Todo esto ha sucedido en tan solo unas semanas de confinamiento, como resultado de la paralización de la actividad comercial, industrial y turística, la disminución de la generación eléctrica y la baja circulación de medios de transporte, incluyendo tanto los vehículos de motor como el transporte aéreo, todo lo cual se traduce en una dramática reducción del uso de combustibles fósiles.
Esto nos da una lección y nos deja un mensaje esperanzador: si nos lo proponemos, podemos salvar el planeta de la contaminación y el cambio climático. Luego que pase la crisis del COVID-19, tenemos una nueva oportunidad de hacer las cosas diferente.
Hoy en medio de la crisis, nos hemos visto en la obligación de cambiar nuestros hábitos de consumo. Esto se ha traducido en un efecto positivo en la naturaleza. Sin embargo, la crisis es temporal. Cuando haya pasado, todo podría revertirse en un abrir y cerrar de ojos. Para que sean sostenibles y tengan impacto, estos cambios deben trascender de ser meras medidas que hemos tomado porque nos han sido impuestas, a ser nuevos hábitos que emprenderemos desde la consciencia. El verdadero cambio será movernos hacia el llamado “consumo consciente” (conscious consumption).
Las empresas, por su parte, pueden también contribuir formalizando internamente, ya no de modo temporal o excepcional, sino de forma definitiva y ordinaria, esquemas de teletrabajo o trabajo remoto, en los casos en que esto es posible. Asimismo, las empresas podrían establecer políticas que limiten la celebración de reuniones presenciales solo a las que sean estrictamente necesarias, evitando así los desplazamientos en vehículo y los viajes en avión. En medio de esta crisis ya hemos visto todo lo que podemos hacer de manera virtual, gracias a la digitalización y la tecnología.
Sin embargo, los gobiernos tienen el mayor desafío, pues lo que produce el mayor impacto en el cambio climático es el uso de combustibles fósiles en la generación eléctrica (25%), la producción industrial (21%) y el transporte (14%), sectores cuyo rumbo ciertamente lo fijan la agenda y los planes de gobierno de cada país. Tras la crisis del COVID-19, los gobiernos estarán llamados a implementar políticas, medidas y paquetes de estímulo económico y rescate (bailout) para salir de la recesión. Las decisiones que tomen los gobiernos para afrontar la crisis económica definirán nuestro futuro por los próximos 5 a 10 años. El reto más importante será evitar que el famoso “efecto rebote” que genera la propia re-dinamización de la economía, nos vuelva a llevar al mismo estatus quo en términos de emisiones de carbono. Esto ya pasó en la crisis financiera de 2008, en la que las emisiones de carbono en China se redujeron en ese año y luego empezaron a subir en 2009. Por eso, Fatih Birol, el Director Ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía (IEA) ha hecho un llamado a los gobiernos a incluir la energía limpia en el corazón de los planes de estímulo que estarán aprobando para afrontar la crisis del coronavirus.
Si bien los gobiernos tienen que estimular la economía en tiempos de crisis, también pueden decidir a cuáles sectores, industrias y tipos de actividad económica incentivar más y cuales desincentivar. Deben seguirse incentivando las energías renovables, los biocombustibles y la movilidad eléctrica.03