Tal y como habíamos advertido, la llegada al país del coronavirus ha creado una situación de incertidumbre e inseguridad sanitaria, con efectos inmediatos y serias proyecciones sobre las actividades turísticas, la economía en general, e incluso, con el riesgo de reducir las tradicionales movilizaciones de la campaña electoral.
Llama poderosamente la atención que los dos casos vinculados al virus no hayan sido detectados directamente por las autoridades de salud pública. En el caso de los rumanos, fue un amigo quien dio la voz de alarma, afortunadamente con resultados negativos. Y en el más reciente, del italiano de 62 años, fue el hotel de la Romana quien lo notificó a las autoridades.
Es preocupante que, en ambos casos, ya habían ingresado al país, a pesar del empeño y del despliegue, acompañado del consabido anunció oficial de que “el país está preparado”. Hasta ahora, ninguno de los casos detectados ha sido el resultado de la “extrema vigilancia” de los organismos competentes del país.
Desde luego, en un país tan abierto al turismo, era cuestión de tiempo para que este virus llegara al país. Pero lo que inquieta es que su detección no haya sido el resultado de la eficiencia de Salud Pública y de los organismos de seguridad y vigilancia, sino de la buena voluntad de un ciudadano y de una empresa hotelera. Ojalá estos sean los únicos casos que se hayan colado, burlando la vigilancia oficial.
Esta debilidad institucional, la cual no extraña, está dando pie a muchas inquietudes, conjeturas y hasta falsas noticias. Crece la inseguridad en el personal de salud, el nerviosismo de los sectores económicos, el pánico en la población y la tendencia a ocultar y politizar el tema, en medio de una campaña electoral que apunta a un cambio de rumbo del país.
¿Por qué resulta tan preocupante?
En la medida en que pasan los días, afloran más informaciones y más enfoques diferentes sobre el tema. Quiero compartir dos que me enviaron dos queridos amigos médicos que considero de alto interés considerar, para poner en perspectiva esta nueva amenaza contra la vida y contra las actividades económicas, sociales y políticas.
La capacidad mortífera de este coronavirus es mucho menor que las muertes que han generado otras epidemias. Por ejemplo, la letalidad de este virus equivale al 1.9% de la población infectada, inferior a la que causa el cólera, con el 2.1%; la fiebre amarilla y del dengue, con el 5%; la influenza, con el 5.4%; y ni hablar de la gripe aviar con el 38.6%, del ébola con el 50% y la rabia, con el 95%. Por eso el llamado oficial es a mantener la calma, tomando las medidas de precaución recomendadas.
Estudiosos sociales hablan del hambre-virus infantil, mucho más letal, ya que diariamente cobra la vida de más de 8,500 niños por desnutrición, uno cada diez segundos. Lo cierto es que la principal preocupación del gran poder económico no es la mortalidad en sí, sino la rentabilidad. El coronavirus está ralentizando la economía mundial, con una caída alarmante de los mercados bursátiles.
A la reducción del turismo y de los vuelos internacionales, se le agrega una contracción del suministro a escala mundial de productos “made in China”, indispensables para la producción de la gran mayoría de las naciones del mundo, desaceleración que, a su vez, reduce la demanda china de materias primas del tercer mundo.
Esperamos mayor vigilancia y eficiencia de las autoridades oficiales para que los próximos casos sean detectados al ingresar al país, evitando el contagio de nuestra gente, del turismo y de la economía nacional.