Desde que empezó la pandemia del COVID-19 y el pánico se hizo viral, hemos visto de todo en las redes sociales. Pero lo que más me llama la atención son las imágenes de Dios que van surgiendo en este tiempo de desesperación mundial y de incertidumbre.
Muchas personas de buen corazón, pero con una fe infantil que olvida la parte reflexiva, se han dejado invadir por los sentimientos religiosos y por la idea de un Dios mago que puede detener la pandemia si se le invoca y se le pide incesantemente ese deseo. Por eso se han multiplicado las cadenas de oración, las estampas, las llamadas a rezar el padrenuestro, el avemaría y otras tantas oraciones. Esta idea de un Dios mago no sólo está en las creencias populares de personas que no estudiaron filosofía ni teología, también la encontramos en algunos sacerdotes y hasta obispos que han bombardeado las redes sociales con misas por streaming, exposiciones del Santísimo Sacramento y toda clase de reflexiones piadosas que alimentan y promueven esa imagen perversa de Dios. Tampoco faltan los que basan sus sermones en la terrible “ira de Dios” que ha llegado sobre la tierra por culpa del pecado. Quienes así piensan no han entendido el mensaje de Jesús y por ende, no creemos en el mismo Dios.
Yo me pregunto, ¿Cuál debe ser el papel del sacerdote, del obispo, del pastor; en este momento en que la humanidad se siente amenazada? De una cosa estoy seguro, que el verdadero pastor no asusta a sus ovejas con discursos moralistas y tampoco incentiva el miedo con la idea de un dios terrible que manda plagas, pandemias, terremotos, muerte y destrucción. Al menos, este no es el mensaje de Cristo que nos enseñó que Dios es Padre- nuestro, que nos ama incondicionalmente y que da su vida por nosotros. Un Dios que está con los más vulnerables.
La única manera de ver a Dios es con los ojos del Señor Jesús. Todo buen cristiano debe rechazar las ideas de castigo que siguen vigentes en algunas mentalidades. Y aunque aparezcan falsos profetas asustando y mandando a orar mucho, Dios no necesita de nuestros ruegos y nuestros sacrificios para poder sanarnos, pues “nuestro Padre sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos”. (Mt. 6, 7-8). La oración en este momento nos ayuda, no a pedir milagros, sino a la conversión personal e institucional, nos ayuda a vivir nuestra fragilidad y a pedir perdón por nuestros sacrilegios y pecados contra la Madre Naturaleza.
Evitemos también esa confianza ingenua de creer que Dios nos puede proteger individualmente si cumplimos con determinadas prácticas religiosas, como por ejemplo: ir a misa (ahora es imposible porque los templos están cerrados), rezar cien padrenuestro y mil rosarios, hacer promesas o alguna novena a san Sebastián, san Roque, san Blas, san Jorge, santa Bárbara, etc. Nada de esto está en la esencia del cristianismo; más bien parecen prácticas supersticiosas de quien se cuelga un amuleto para espantar al demonio. Se ha confundido tanto el cristianismo con la superstición, que algunas personas muy piadosas pero poco reflexiva, han llegado al absurdo de colocaron un trapo blanco en la puerta de su casa para que el coronavirus no entre, pues así lo había ordenado el papa Francisco. (Por supuesto que el Papa no hizo tal petición). Con lo dicho no estoy subestimando la oración ni ninguna otra práctica religiosa que me parecen válidas. Sólo creo que nuestra oración y nuestras prácticas deben ser coherentes con la fe de aquel en quien creemos.
Tampoco es cristiano el miedo ni el egoísmo acaparador de algunos que van a los supermercados a cargarse todo el papel de baño que encuentren y todo el gel de alcohol y el jabón posible dejando a los de atrás sin nada. Es hora de entender que no nos salvaremos individualmente, que no habrá un arca para los “buenos” y el diluvio para los “malos”. Entramos todos o todos naufragamos.
Este es el mensaje que deberían dar las iglesias, un mensaje de responsabilidad, de esperanza, de solidaridad, del amor que echa fuera al miedo. (1 Juan 4: 18)
No sé si algunos líderes religiosos contribuyen a aumentar el miedo, promoviendo los sentimientos de culpa, porque están convencidos de la “ira y venganza de Dios” o porque buscan sacar ventaja del caos. Hemos visto en las redes sociales a algunos pastores evangélicos arengando a su feligresía para que paguen el diezmo y sean más generosos al momento de realizar sus ofrendas en el banco del cielo; en cambio Dios bendecirá y protegerá a tu descendencia. Hemos visto tambien a algunos sacerdotes católicos, que dicen tener poderes curativos y hacen misa de sanación, desafiando la ordenanza del gobierno de no realizar actividades que congreguen personas, salir en procesión con una gran custodia como si fuera la fiesta del Corpus Christi. Y me pregunto, ¿Será que buscan ganar más popularidad que los otros de su gremio? ¿Buscan que se le vean como a héroes o santos protectores de la pandemia? Cuando se busca todo esto, se busca tambien manipular las conciencias, controlar las libertades posicionándose como los mesías a quien hay que seguir y obedecer.
Supe de un sacerdote católico italiano de 72 años que donó su respirador (que los feligreses habían comprado para él) a un joven (que no conocía) y que también estaba infectado con el COVID-19. El padre Giuseppe Berardelli murió a los pocos días.
He sabido también de un grupo de sacerdotes voluntarios que se han incorporado a los hospitales malagueños para apoyar en el trabajo de “consolar”, a sus capellanes. Rezan junto a los enfermos, debidamente protegidos para no contagiarse, los acompañan en su soledad. Esto es cristianismo y es tener amor por nuestros semejantes, es la esencia del cristianismo. Estos gestos rotundos de dar la vida, literalmente, por el prójimo, vale más que todas las procesiones solemnes y todos los cultos religiosos.
Terminemos esta Semana Santa en silencio y en oración con ese Cristo interior que nos habita, ese buen amigo que nos enseña el secreto de la filantropía, como decía el poeta Machado. Silencio para resucitar, para crecer en una fe adulta libre de toda superstición, para limpiar las imágenes de Dios que se nos han ido deformando con el paso del tiempo.
Silencio para poder vivir en estos días de muerte. Silencio para renacer, como cualquier Lázaro.