Como si le faltase más agobio por tantas malas nuevas, este pobre país tiene que bañarse esta semana en la reciente vergüenza de ver caer, cual pajarito en bosque, violada y asesinada, a una criatura de Dios de apenas cinco años.
A Loreanis le vulneraron su cuerpo, le violaron su integridad, le quebrantaron la inocencia, le apagaron su mundo sin estreno y le robaron la vida para hacerla nadar en un desierto de ignominia; y fue ahí, en Villa Faro, municipio de Santo Domingo Este, también violentado en sus derechos, en su determinación y en su ciudadanía.
Cómo escaparse uno a la humana inclinación a ponerse en lugar de sus padres, que hoy han de estar más muertos que ella a causa de un dolor sin remedio que, entre lágrimas y ramalazos al pecho, por momentos les ha de dibujar culpables, y por otros, víctimas también de la misma cadena reproductora de vainas?
Y así como osaron esfumar, los que llaman los autores, cual efímera pompa de jabón, la vida incipiente de ese ángel, hicieron tal vez peor con las suyas, pues podrían volverse eternos prisioneros de un recuerdo imborrable que, desde la conciencia futura o desde la sociedad, les gritará a voces por doquiera que vayan, haciéndolos esclavos de un peso infinito que llevarán a cuestas mientras vivan.
En las pantallas de televisión y en la radio, en periódicos y en redes sociales, arriados, pienso yo, por la conciencia de apoyar – con su acción o su desgano, con su voz o su autocensura alto cobrada-, el modelo que pare esas vergüenzas, elementos de los medios critican en estos días con seudo radicalismo a los menores involucrados y a sus familias, sin fijarse ni de reojo en el entorno que las estructuras les han impuesto.
Cuál es el contexto en que han crecido estos niños, la fallecida y los homicidas, tuvieron acceso a juegos sanos e instructivos, disponían del calor y los mínimos necesarios; hay suficientes influjos positivos hacia ellos; cómo ha sido la vida de sus padres, qué lugar ocupan en su atención, en sus mentes y en su tiempo las carencias y los tormentos generados por las limitaciones de diversa naturaleza.
Uno sueña y espera, y lucha porque un día, la República Dominicana desmonte los distintos mundos paralelos en el que habitan nuestros niños, niñas y adolescentes, dibuje un jardín de igual acceso para todos y nos declare libres de estas lacras, que no quiere nadie ver llegar a su puerta una cruz tan pesada y pasmosa transportando la muerte de otro tiernito retoño como la niña de Villa Duarte.