"Nuestra generación se definió, contra de todo pronóstico, por encima de Trujillo, Balaguer y el TC"
Raúl Recio

A Sheila Shannon

Tengo la peor caligrafía del mundo porque el tedio de las planas de Coquito me paralizaba. Puedo reconocer una sensación de angustia en mi plexo solar sólo rememorando la hora de hacer la tarea rellenando el espacio entre dos líneas paralelas en ese instrumento de tortura caligráfica con: "Mi mamá me ama", " Mi mamá me mima". Qué curioso, acabo de darme cuenta de que mi anterior artículo sobre el TC comenzaba también con una metáfora de parálisis: el congelamiento. Intento ahora deshilar algunos laberintos que me saquen a flote, conjurando a Coquito, enrostrándole su obsolescencia, feliz con mi teclado porque ¿quién necesita la o redonda y la m simétrica a estas alturas? Nadie, nadie, nadie…

Llegué a este monólogo con Coquito inspirada por el único comentario (hasta ahora) a favor del fallo del TC a mi anterior artículo. Valga entonces esta aclaración como puntual dedicatoria al que lo escribió y también a l@s que piensan igual que él, que tal vez no tuvieron que rellenar el mismo Coquito de mi generación pero para el caso es igual. Repiten las mismas cantaletas con una sinceridad estremecedora.

Mi pregunta inicial,  o mejor, mi hipótesis, es que mi resistencia a alinearme con la caligrafía es quizás la razón de la dislexia social y epistémica a la que me he visto confrontada después del fallo del TC a favor de las clases dominantes de nuestro país y de Haití que se han beneficiado por generaciones de la trata esclavista haitiana en nuestro territorio. Un segmento de la población desposeído de facto de sus más elementales derechos ciudadanos, repito, en nuestro territorio, ahora institucionalmente, perdón, constitucionalmente, clasificado como apátrida, estaría efectivamente neutralizado "por si cualquier cosa" .

Vaya ecuación más ventajosa. Vaya manera de hacer negocios más eficiente. Salud.

Según mi autoanálisis, es imposible que la verdad sobre los que se benefician del desvalijamiento ciudadano de la comunidad dominicana de origen haitiano nos sea contundentemente visible a unas y unos sí, y a otras y otros no. El mejor dicho del mundo es el de que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver, y voy a aceptar este hecho incontrovertible a falta de otro remedio. Ellas y ellos escriben "soberanía" y yo leo " El Corte", la dislexia histórica, el espacio entre las dos líneas que cada quien rellena como mejor puede.

Como mi caligrafía es pésima pero mi ortografía y sintaxis se defienden solas, ofrezco aquí una visión que tal vez sirva a mis familiares y amistades pro-TC a comprender mi dislexia epistémica. Sé que les importan mi persona y mis ideas, sé que valoran nuestros vínculos entrañables, que tal vez reconozcan en las lágrimas de mi anterior artículo mi autocompasión por vislumbrar el horizonte de palabras hirientes y discusiones estériles que el TC nos ha regalado con tanta generosidad. Un regalo que me ha confirmado la fragilidad del ecosistema social que nos sostiene. ¿Bastará una sola palabra para que tiremos la toalla y nos demos la espalda para siempre? ¿Quién la pronunciará?

Tiemblo.

Mis primeros recuerdos de "un haitiano", provienen de una frase de mi padre que lo clasificó así, añadiendo que era nuestro deber como dominican@s lograr que algún día "esa pobre gente" viviera mejor. Era un ser humano vestido en andrajos que vió pasar nuestro Chevrolet del año como se mira desaparecer un mosquito. Durante esos viajes maravillosos por el país que hacíamos casi cada fin de semana jugábamos con palabras para distraernos (llegar a Bonao era ya llegar bien lejos) y también cantábamos o improvisábamos poemas, cosa que particularmente detestaba porque temía hacer el ridículo. Durante uno de esos viajes mi padre nos hizo la clásica pregunta a l@s seis herman@s: ¿Qué quieren ser cuando sean grandes? Mi respuesta fue: "Papi, yo quiero ser racista" . "¿Racista?" . "Si Papi, yo quiero ser racista, como Martin Luther King" .

Resulta que mi tío-abuelo Jaime Lockward era jefe de redacción del periódico El Caribe y estaba suscrito a muchas revistas internacionales: Life, Time, National Geographic, Paris Match, Bohemia (cubana), Gente (argentina) y por suerte, ahora que me doy cuenta, le faltaba Hola. En las revistas gringas veía muchas fotos del movimiento de los derechos civiles, imágenes de Martin Luther King y Rosa Parks, de gente marchando y protestando. Leía la palabra "racist"  y personas recibiendo muchos palos de la policía, y me indignaba a mis 6 o 7 añitos, porque leer ha sido siempre mi pasatiempo favorito pero entonces no hablaba inglés. Cuando hice la aclaración de mi motivación, mi padre respiró aliviado y me explicó que los racistas eran los otros.

Ese movimiento cambió la historia de los Estados Unidos. Así surgen los movimientos, cuando la gente ya no tiene nada que perder o se cansa, como Rosa Parks, de resignarse. Como me decía una amiga conmovida como yo por la toma de posición de ciertos sectores de la Iglesia Católica contra el fallo del TC, hemos tocado fondo y sólo nos queda rebotar para arriba. Ya es imposible continuar resignándose a la endémica situación de los descendientes de braceros como un asunto que nos rebasa como ciudadanos pensantes, sobre el cual hasta antes del TC podíamos "preocuparnos" o hasta "denunciar" pero hasta ahí. Ese camino ya es intransitable.

Pero no crea mi lector y comentarista pro-TC que lo he olvidado, para nada. Solamente que igual que mi abuelo Don Yoryi siento una atracción fatal por la disgresión.

Usted me recordó los degüellos de Moca y el legado siniestro en nuestro territorio de Dessalines y Christophe. Esa cantaleta de su Coquito me la enseñaron a mí también y canté a las 8 cada mañana con la manita derecha sobre el pecho honrando la bandera. Antes era así y además había que memorizar poemas patrios.

Le voy a regalar un argumento más para que continúe invirtiendo en su anti-haitianismo, tan imprescindible para que aquellos que se compran yates y villas en función de él, continuén impunemente su manera de hacer "negocios". Seguramente mientras más se ensañen usted y  quienes compartan su opinión sobre los descendientes de braceros, mejorará proporcionalmente nuestro PIB. Si me permite un consejo, investigue la manera de capitalizar su inversión porque aunque le otorgo el beneficio de la duda, y podría considerar que su ceguera es sincera y "patriótica", de todas formas nunca está demás averiguar por ahí cómo le puede salir lo suyo, como a tanta gente en esa nómina infame.

Y ahora prepárese, porque la información que le tengo es fenomenal: sólo he conocido un  par de intelectuales haitian@s versados en las masacres de Dessalines y Christophe. Por lo demás ignorancia total de lo que en esta idea de país consideramos como episodios fundacionales de nuestro anti-haitianismo. ¿Fantástico, verdad? ¡Aprovéchese! Ya con eso tiene usted para cebarse por un rato, pero por si no fuera poco, aquí le va otra: el consenso social en Haití es que todas las dominicanas, invariablemente, somos (potenciales) trabajadoras sexuales. ¿Maravilloso, verdad? Pues bien, con estos edificantes elementos confío en que continuará su camino mejor equipado para, repito, seguir contribuyendo a que haya más yipetas y más despilfarro y cero inversión social y muchísimo menos en la formación de una conciencia humanista y crítica.

Igual que mucha gente, tal vez le ocurra a usted también, lucho constantemente contra los malos recuerdos. Hay  personas bendecidas por no sé qué hada o genio bondadoso, que tienen muy mala memoria o memoria selectiva. Algunas de ellas usan esta sublime facultad para vivir con ligereza y armonía. Yo las envidio profundamente porque si hay algo en lo que tengo que poner todo mi empeño constantemente es en conjurar el dolor, sobre todo por tantas pérdidas. Desde mi tempranísima niñez he visto morir demasiada gente. Detesto los entierros. Dejar atrás los malos recuerdos es inútil en mi caso, por lo que he diseñado estrategias de todo tipo para vivir con ellos cordialmente, con elegancia, por lo menos. He fracasado en varios aspectos en mi convivencia con mis fantasmas pero he triunfado en uno del que me siento muy satisfecha: no planeo mi vida en función de ellos.

A tod@s l@s que apuestan porque vamos a planear nuestro futuro como países gemelos en función de Dessalines, Christophe, Boyer, Trujillo, Balaguer y el TC, y beneficiando ciegamente a los principales responsables de nuestra imagen internacional como país feudal y (semi)esclavista, a quienes les sabe a gloria su bendita "soberanía", les anuncio lo siguiente. Aquí, entre las líneas de mi Coquito, hay una mujer como yo, que nació aquí de (tatara) abuelos que vinieron de otra isla-nación, y no tiene papeles ni para estudiar ni para moverse.

El Apartheid sistematizado por los alemanes en lo que hoy es Namibia, fue establecido como consecuencia del primer genocidio del Siglo XX contra los hereros y namas, principalmente. Estas leyes de segregación racializante necesitaron una infraestructura organizativa extraordinaria que los colonizadores alemanes se esmeraron en pulir en su siguiente versión, el Holacausto.

Cada paso que daba una persona sometida al Apartheid era sistemáticamente registrado en su pasaporte. Había escuelas para los oprimidos por el Apartheid, que comparadas con la de los opresores eran, por supuesto, pésimas. Pero existían. Había servicios de salud básicos. En Estados Unidos había escuelas segregadas, contra eso se luchaba, no porque no hubiera escuelas, si no porque estaban segregadas en función de una ideología de supremacía blanca. En el proceso de segregación, tal como lo analiza W.E. Dubois, que no fue más que la transición de un sistema esclavista a uno de Apartheid, se invirtieron fondos cuantiosos del estado.

En nuestro país se ha aplicado por generaciones un Apartheid de facto a la brigandina que nos quieren vender como "soberanía" y tienen gente tan "capaz" en ese terreno que han logrado mantener su marca como la identidad nacional dominicana. Ensañarse con los responsables a estas alturas es inútil. Lo que verdaderamente es impostergable es que l@s fervoros@s de la "soberanía“ se conecten al internet o abran un libro y finalmente vislumbren un futuro de convivencia con Haití, y particularmente con los descendientes de braceros, como habitantes de esta dimensión, en este momento de la evolución humana, de la conciencia humana.

Lo que hemos institucionalizado de facto en nuestro país impunemente en nombre de la "soberanía“ es un retrato pin-pun del Apartheid de Sudáfrica, Namibia y Jim Crow, en el orden que prefieran. ¿En qué se diferencia un batey de un campo de concentración alemán en Namibia durante 1904-1908, o de un township en Johanesburgo? En que sus habitantes tenían documentos que los identificaban. Aquí ni si quiera hay eso y para colmo salimos por ahí a troche y moche a engolosarnos públicamente con nuestro "amor a la patria“. Vaya caricatura de identidad. Vaya Coquito.

Termino citando a Luis Días igual que en mi artículo en honor a las difundidoras más reconocidas en el planeta de las glorias de nuestra patria, las que hablan volúmenes sobre nuestra obsesión con la  "soberanía" con sus pasaportes de desamor y sus visas para el olvido, las trabajadoras sexuales: "Santo Domingo es un merengue triste…“

(http://www.acento.com.do/index.php/blog/5351/78/Lo-llamaremos-Herminia.html)