Un hábito, sea bueno o malo, es como un músculo conductual que te hace actuar como resorte.  Y aunque no quieras hacerlo, muchas veces te sorprendes haciendo, o más bien, repitiendo las acciones que no te agradan.

Por ejemplo, yo tuve el infortunio una vez de tener por vecina a una mujer muy perturbada.  Ella tenía una hija adolescente la cual obligaba a que mantuviera impecablemente limpia toda la casa, patio y frente de la casa.  A la más mínima hoja que soplara el viento hacia su propiedad, la hija recibía la peor de las críticas y un doloroso recordatorio de su incompetencia.  Esta mujer poseía la malsana cualidad de darle riendas sueltas a su imaginación, sin siquiera contemplar la posibilidad de evaluar los hechos reales.  Por tanto, era autora de cuantos chismes y acusaciones su juiciosa mente pudiera generar de todo y de todos.

Yo fui víctima de sus conspiraciones.   Ese fin de semana mi madre había viajado dejándonos a mi y mi hermano menor, ambos ya adolescentes, a cargo.  Se me advirtió no salir ni llevar a nadie fuera de mi amiga con la que iba a hacer el proyecto de la escuela.  Mi madre, lamentablemente, tiende a ser muy influenciable.  Yo había seguido al dedillo sus instrucciones, pues anhelaba escuchar salir de su boca un “bien hecho”, un dulcito emocional del cual no me daban mucho, por más que me esforzara.

En fin, mi madre sabía que aquella tarde del sábado yo iría a buscar a mi amiga, vendríamos a la casa y luego, en mi “pasola” o motoneta, la llevaría de nuevo a su casa.  Así lo hice y fue una tarde sencilla, divertida entre adolescentes que cuchichean, escuchan música y se ríen de todo.  En nuestra inocencia, jamás contemplamos el hecho de que, mi chismosa vecina, tejería una red de falsos eventos, ni que lograría vender su historia tan efectivamente.

Antes de salir de casa, al darme una ducha decidí también lavar mi cabello.  ¡Craso error! Cuando salí en la motoneta y pasé por ep frente de la mujer con el cabello mojado, de inmediato su mente tejió una de las peores historias que una señorita de pueblo podía tener colgando de su reputación.  Aunque había regresado unos 20 minutos más tarde, con mi amiga, estuvimos dentro de la casa, sin visitas más que la de uno de mis hermanos mayores, y habíamos salido sólo para que ella llegara a su casa la hora acordada; eso no fue lo que llegó hasta los oídos de mi influenciable madre.

Durante toda esa semana, fui maltratada verbalmente, se me dio una bofetada, se me acusó de tener una moral dudosa, se me dijo que no era digna de confianza, gritos, castigos injustos y el título de ser la peor hija del mundo fue la recompensa a mi obediencia.  Por fin, tras días de sufrimiento, se me dijo, por boca de aquel hermano que nos visitó, lo que se decía de mí.  Mi creativa vecina, por no decir otra cosa, dijo a mi madre que yo, y un grupo de amigos, tanto hembras como varones, nos habíamos escapado para el río.  Decir eso, implicaba la posibilidad de que yo hasta había perdido mi virginidad.  Y la prueba irrefutable era mi cabello mojado.  Porque acorde con ella, no salí de casa con el pelo mojado, sino que así fue como regresé, y ella tenía certeza de mi escapada, porque “alguien” me había visto, uno de sus también imaginarios espías que sí van al río sin afectar su moral.

Para cuando vine a reclamarle a mi madre su falta de sabiduría ante las malas influencias de nuestra chismosa vecina, nunca recibí un “perdóname” o “discúlpame”, y mucho menos la satisfacción de que mi madre confrontara a la chismosa y por lo menos le reclamara el haber pisoteado mi moral a causa de su mal hábito de pensar lo peor de todo el mundo y divulgarlo.

La frustración de aquel momento me convenció de que en lo sucesivo, como madre nunca aceptaría como bueno y válido lo que otros dijeran de mis hijos sin antes evaluar y averiguar con ellos, para tener así todas las versiones de los hechos.  (1er hábito bueno)  Otra resolución fue el ser capaz de reconocer y expresar abiertamente sus virtudes.

Es común el criarse en hogares donde abundan frases de crítica y malos calificativos.  Incluso, he vivido el ser condenada a que tal o cual defecto lo heredé de tal o cual miembro de la familia, como si hubiese nacido fallida.  De ahí es que agradezco tanto a Dios el hecho de que, al exponerme a su Palabra de Sabiduría y restauración, todas las heridas, acusaciones, y malos calificativos, son sanados y transformados.  Y me enseñó a abandonar el ridículo orgullo que nos impide dar palabras de alientos y frases estimulantes, con las cuales fortalecer el autoestima de nuestros hijos.  (2do buen hábito) Porque a diferencia de los humanos, nuestro Padre Celestial dice de nosotros:

Salmo 2:7Ciertamente anunciaré el decreto del Señorque me dijo: “Mi Hijo eres tú,yo te he engendrado hoy.

Éxodo 19:5Vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos;

1 Pedro 2:9-10 Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.

Filipenses 3:20-21 Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; 21el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.

¡Así es como habla y actúa un Dios y Padre de amor.  Esos “caramelitos” endulzan y sanan cualquier alma!

¡¡¡Bendiciones!!!