Luis Abinader y sus aliados muestran una significativa posibilidad de ganar en primera vuelta.  Marcan una alta  aceptación, 46 – 47%,  según varias encuestas hechas pública, y privadas,  y una baja tasa de rechazo.

Para la oposición real, la que quiere un triunfo contundente sobre el PLD/ Gobierno,  para abrir  compuertas   a cambios democráticos  y superar el peledeísmo en tanto régimen,  es importante alentar, y mejor garantizar la perspectiva de que esto se decida en primera vuelta.

Sería la garantía mínima de que no se adultere  la plataforma democrática  pactada en el marco de la Coalición Democrática entre el PRM y varios partidos realmente opositores,  cual responde a reclamos urgentes de la sociedad, entre estos, vale destacar a este respecto,  la necesidad de una justicia independiente que pueda castigar la corrupción y poner fin a la impunidad.

La segunda vuelta electoral fue concebida para dar mayor legitimidad,  y posibilidad de gobernar con holgura,  a los gobiernos  electos en un sistema con  una diversidad de ofertas electorales,  cada una  con posibilidades  de obtener una cuota significativa de votos que le servirían como factor de negociación para incidir en la  definición y ejecución de las políticas públicas.

Aunque cabe decir,  que en el país se estableció para cerrarle el paso al doctor Peña Gómez en 1994-96.

Pero el propósito general  es bueno, democrático, como ideal.

Puestos a la lucha  institucional, sería  un mecanismo excelente para un progresismo e  izquierda con cierta fuerza electoral, vocación de poder y propuestas políticas de principios, proponerse ser solución a situaciones de tranque;  en una perspectiva de entrar al imaginario de poder del pueblo, potenciar sus propuestas  y avanzar a ser opción.

Pero lo real ahora es que, aunque hay una diversidad de opciones, las perspectivas de votos aparecen concentradas en tres opciones que, si se diera  un escenario de segunda vuelta, el resultado mejor, que incluye al PRM,  tendría que comportar una negociación que dejaría todo en manos de la aritmética y mermaría aspectos esenciales del programa  de la Coalición Democrática.

Imaginemos nada más lo absurdo de otros dos escenarios.

El triunfo en primera vuelta es la garantía del programa  asumido, que comporta una dialéctica,  al menos para las circunstancias en que milito; porque  es, por una parte,  una intención de gobierno concertada entre varios sectores políticos y representantes de la sociedad, con el mayor interés de que se aplique; y por otra,  constituye una bandera de reclamos.  Es lo que queremos haga el próximo gobierno, y lo que estamos dispuestos a reclamarle a este.

En las últimas semanas se ha hecho evidente  de más en más la tendencia al cambio. La fortaleza de esta dice que es posible un triunfo en primera vuelta y esto conviene para la posibilidad del programa concertado.

Hay que desalentar el discurso y la pretensión de algunos sectores para  una segunda vuelta. Porque  esta no aportaría nada al discurso ni al programa de gobierno posible. Por el contrario, le quitaría elementos progresistas. Porque los sectores que podrían mejorar  ese programa no serían factor de decisión, dado su  desempeño electoral previsible.

En cambio, eso poco que parece obtendrían en las elecciones, si podría multiplicarse por mucho si ahora entran en la corriente del cambio. Porque tendría un factor multiplicador.

No hay que dar ningún espacio a la incertidumbre, a un juego tipo "ruleta rusa". Alentar una segunda vuelta es una suerte de  masoquismo político.

Hay que asumir el discurso de ganar en primera vuelta y trabajar más para eso.