1. Recuerdos de infancia en la escuela con mamá
Algunos amigos me han pedido que evoque mis primeros años, para ir completando la autobiografía que comencé con estos títulos a principios de febrero y que hable de libros y de mi primera escuela.
Cuando nací, en 1933, ya había ido a la escuela. No solo yo, sino todos los hijos de maestras. Para colmo, mi madre era la única profesora de las tres tandas hasta que en 1943 me promovieron al quinto curso en la escuela del pueblo, desde la Escuela Primaria Rudimentaria de Campeche Arriba, que ahora lleva su nombre, mal escrito, según el criterio de los campecheros y de nosotros sus familiares, tanto, que no iremos a inaugurarla oficialmente hasta que no lo corrijan.
Ocurre que, ciertamente, su nombre era María Ofelia, pero la maestra era Doña Fella de Mora. Eso de que le llamaran doña Ofelia o familiarmente Fella lo dice todo. Cuando era Ministra de Educación Milagros Ortiz Bosch, tuvo la feliz idea de enviar algunos de sus empleados de los pueblos para que fuesen a los campos y preguntaran a los campesinos cuál había sido la maestra que más recordaban y que consideraban que merecía llevarlo la escuela recién construida y ellos, casi a unanimidad, me dijo Martín de la Rosa, exalcalde de Pimentel, recientemente fallecido, que lo acompañó, que dijeron: La Doña, Doña Fella de Mora, a unanimidad. A pesar de eso, al saber el nombre (sin consultarnos, sobre todo a mí, que era persona más o menos pública), cual debía ponerse, se llevaron del verdadero: María Ofelia Serrano de Mora, se comieron el Ofelia y le pusieron María O. Serrano de Mora, esa pudo ser ella para otros, pero no para nosotros ni para los campecheros, que al fin de cuentas, son los que cuentan..
En eso somos tajantes. Cuando fuimos una noche lluviosa de San Francisco de Macorís a Pimentel el 14 de junio de 1962, a celebrar el primer aniversario post muerte del tirano, a reunir de urgencia al Ayuntamiento, formado por amigos queridos y antitrujillistas, a que le pusieran el nombre de Tonino Achécar a la calle donde este héroe de la Invasión del 1959, había nacido, no el de Antonio Javier Achécar Kalaf, como realmente se llamaba, sino por el apodo con el que se le conoció, y por eso en San Francisco, cuna de su madre, también lo hicieron. Lo digo a propósito del nombre del Aeropuerto. Basta y sobra Peña Gómez, ya que sus seguidores le decían Peña simplemente. Eso de Doctor José Francisco está bien en un discurso, pero si fuera solo sus apellidos, se escribiría junto a Las Américas: Aeropuerto Las Américas Peña Gómez. o mejor. Aeropuerto Peña Gómez Las Américas, pero nadie puede con ese kilométrico: Aeropuerto Las Américas Dr. José Francisco Peña Gómez.
Si le cambiaran el nombre a la escuela de mi madre, con un Doña Fella Serrano de Mora, bastaría o como decía la gente: Doña Fella de Mora, iríamos a pesar de que para llegar, no hay, y nunca hubo, puentes ni carreteras. Creemos que es el único campo, en tierras llanas, donde no hay forma de ir decentemente, con apenas unos cuatro kilómetros de extensión desde la Estancia entroncando con la carretera Duarte hasta la antigua Duarte de Casa de Alto a los Lanos. Ojalá me leyeran en Palacio y enviaran a hacer ese camino vecinal, ahora que Pimentel ha llamado la atención del gobierno y hemos agradecido al ciudadano Luis Abinader, que mandase a asfaltar las calles del pueblo. Las duplicamos por este medio, si manda a hacer ese caminito de mi infancia.
- Alfabetizado antes de tiempo
Lo otro es que ahora sabemos cómo los fetos se comportan en el claustro materno. Oyen. Se dan cuenta de muchísimas cosas. Todos los que somos hijos de maestras, estábamos más adelantados que los que entraban al primer año. Íbamos a las tres tandas. Pero la memoria de un niño que no ha nacido es frágil. Todo eso lo olvidábamos.
Aunque siendo mi madre una lectora apasionada, de vez en cuando reunía a los campecheros los días lluviosos, que amanecían en casa de Sinencia Suárez, que entonces nadie nos dijo que éramos parientes cercanos, cuando el Cuaba no daba paso, que hacían una comilona y se preparaban a trasnocharse cuando les leía una de esas novelas románticas de Rafael Pérez y Pérez (1891-1984) y de M. Delly, que era el seudónimo de los hermanos Jeanne Marie (1875-1947) y Frédéric de la Rosiere (1876-1949) que eran las que más le gustaban. De modo que es posible que leyendo en voz alta frente a sus alumnos y sus campecheros, conmigo en su vientre, empezara también a sentir pasión por la prosa narrativa.
Empero, aprender machaconamente de números y letras en una pizarrón, cuando se trata de la madre de uno, no es tan fácil. Aunque los demás compañeritos te traten con cariño por ser el hijo de la maestra, siempre y uno se descuida si no es muy aplicado, como no lo fui yo en mi infancia y juventud, sobre todo con las matemáticas, que poesías creo que aprendí también en su barriga.
Me gustaba jugar con mis amiguitos, imaginar cosas en un rincón solitario, irme a caminar por los caminos y bañarme en los ríos. Montar a caballo, pasarme el día maroteando, ya que todas las fincas eran nuestras; en esos años nadie se molestaba si nos veían en los conucos comiendo guineos maduros, mangos, naranjas, etc., y en las sabanas, lo que hubiera. Salvo alguno en el pueblo, nadie nos perseguía, por lo menos en los campos y en los Sitios Comuneros en las proximidades de mis casas, la del pueblo en la entrada y la del campo.
Por hoy, evoco estas cosas, así, a vuela pluma. Otro día tendremos fotos actuales de la carretera de Campeche y de la Escuela de mamá.