La tasa de crecimiento anual del índice de precios del grupo Alimentos y Bebidas No Alcohólicas supera la del IPC general desde mayo del 2019, como se aprecia en la línea roja que está por encima de la negra en la gráfica. Para enero de este año, la inflación anual fue 6.2% y la de alimentos 8.9%, la segunda más alta en los últimos 21 meses. La gráfica también muestra un período con un comportamiento similar desde agosto 2014 hasta agosto 2016. En cada uno de los meses de esos dos años los alimentos también se encarecieron más que la canasta básica en su conjunto, al comparar el índice de un mes con respecto al del año anterior.
A la administración anterior corresponden 40 de los 45 meses en que ha ocurrido eso desde agosto 2014 y nunca contempló con seriedad poner en marcha una política para controlar los precios de los alimentos. PROCONSUMIDOR, por supuesto, siempre armaba su circo con denuncias y amenazas de asaltar comerciantes osaban poner precios a su libre albedrío a bienes en los que tenían propiedad legítima. Pero eso no pasaba de noticia breve en hora de alta audiencia poniendo cara de pocos amigos y frustración que causaba bostezo.
Del Ministerio de Agricultura sí se tomaban acciones, como ahora, de tratar de mitigar el impacto de los precios al consumidor final con medidas para disminuir costos con subsidios en tasas de interés y apoyos diversos para la siembra, transporte o comercialización. Una de estas fue la iniciativa de propiciar los mercados de abastos para productos agropecuarios, como vía de lograr precios más asequibles sin recurrir a la reglamentación de precios.
Una que otra vez se mencionaba el descontrol de precios y que había que hacer algo, pero no se pasó del dicho al hecho en los 40 meses que veían al grupo de bienes que representaba la cuarta parte del gasto de las familias aumentar más que la inflación anual. En los cinco meses que el fenómeno se presenta en esta administración, esperamos contar con la misma fortuna que los “tambores de guerra” a precios injustos es para no perder la costumbre de amagar y no dar.
Ese proceder obedece al consenso de que se encuentra en su descanso eterno el empeño de controlar precios manu militari, el estilo de aquella famosa Ley 13 del 1963 que creó la abominable Dirección General de Control de Precios. Esa entidad podía fijar precios máximos de venta al público a todo lo que se considerara como un bien o servicio de “primera necesidad”. Esa ley tan horrorosa, que daba poder hasta a los policías para meterse en los establecimientos a verificar si se estaba vendiendo o no conforme a la lista oficial una lata de sardinas, fue mandada al cementerio con las reformas económicas que arrancan a mediados de los años ochenta.
Los políticos han abandonado esa antigua ilusión de controlar precios que aparece hasta en el Código de Hammurabi, nada menos que hace cuatro mil años. ¿Por qué? Es probable que algunos se hayan convencido con los relatos de los fracasos de ese tipo de políticas en el famoso libro de Robert L. Schuettinger y Eamon F. Butler. Recuerdo que varios de los casos de “4000 años de control de precios y salarios” se publicaron en las secciones de la Fundación Economía y Desarrollo en los años previos a la reforma del 1990, cuando se trató de recurrir a ellos para controlar la inflación.
Esos políticos convencidos merecen el crédito de acomodar el cuerpo inerte de la ley de control de precios en el ataúd, pero los responsables de bailar con el féretro en su entierro, al estilo de los morenos de Ghana, fueron el Fondo Monetario Internacional y los tenedores de deuda pública soberana.
En efecto, los acuerdos con esa organización multilateral tienen como condición eliminar fijación general de precios por decreto antes de recibir los fondos de emergencia para estabilizar sus economías. Han terminado con cientos de zares de controles de precios en decenas de países en la primera reunión de los equipos técnicos.
Cuando la entidad estaba en su apogeo, recuerdo el tránsito de lo sublime a lo ridículo de un general de brigada. Un día tuvo dos reuniones, en la mañana con la prensa y en la tarde fue invitado a reunión extraordinaria de gabinete en el Palacio. En la primera estuvo nuevamente el general altivo y amenazante, tronando contra los comerciantes agiotistas frente a los periodistas de diferentes medios, en el despacho solemne donde con sus oficiales subalternos se planificaban las acciones de guerra contra la inflación. En la mitad de la segunda reunión, instruyó a un oficial que llamara a los medios para cancelar la rueda de prensa del siguiente día. Una periodista curiosa trató de buscar la explicación y dio un palo noticioso. Encontró al general sentado en una discreta mesa de la cafetería El Huacal esperando que su escolta le trajera un par de empanadas, lo abordó sobre si la cancelación tenía que ver con el anuncio de las medidas para el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Y éste, ¡Oh momento glorioso!, admitió que sí, que esa entidad lo dejó sin poder para hacer su trabajo de lograr que la población compre a precios justos y que, fuera de récord, él era lo más parecido a un gato angora castrado.
El rechazo a las regulaciones populistas de precios justos del FMI es compartido por los inversionistas que compran bonos soberanos. Las evidencias son abrumadoras de la correlación entre aumento de la prima de riesgo o cesación de pago con el afán de ser una santa madre de las tres calientes baratas obligando a vender cosas ajenas al precio que quieren los políticos. De los altos niveles de inflación que provocó la crisis bancaria, el país salió sin aplicar controles de precios y se reinsertó en los mercados de capitales explicando a los inversionistas que gozamos de un clima de libertad de precios que se considera esencial para el desarrollo de las actividades económicas.
Por todo lo explicado, estoy confiado en que el murmullo creciente para resucitar los controles de precios es el mismo teatro de años recientes. De insistir en ver a Lázaro en esa Ley 13 de hace casi medio siglo, no se necesitará al Pastor Casablanca para saber que a quiénes van a resucitar es a sus enemigos cuando apenas comienzan a descomponerse.