Las alzas de precios y una amplia gama de problemas están caldeando los ánimos y en los barrios la impotencia y el descontento colectivos crecen y se expresan en protestas callejeras y quemas de neumáticos. La cobertura de los medios sobre esos incidentes no reflejan el nivel que están alcanzando y muchos piensan que pudiéramos estar en las proximidades de un gran conflicto.

Las protestas masivas sólo conducen a acciones represivas con saldos elevados de víctimas y daños incalculables a la propiedad, tanto pública como privada, y efectos perniciosos sobre la actividad económica, dificultando muchas veces el acceso a los centros de trabajo y los planteles escolares. Cuando a las autoridades se les hace imposible contenerlas, el caos se apodera de las ciudades y la represión tiende a ser enérgica. Recordemos la poblada de abril de 1984, que llenó las calles de la capital de sangre, con un balance de muertos y heridos que todavía se desconoce.

A fin de evitar la repetición de tan lamentables sucesos y preservar la paz social, necesitamos de una forma de protesta que libere los demonios interiores que las calamidades sociales han sembrado en la población, hastiada de corrupción y de promesas incumplidas, y al propio tiempo obligue a la adopción por el gobierno de las acciones que motivan las protestas que vienen creciendo desde hace meses, a un ritmo preocupante. Propongo, por tanto, que dos días a la semana, a una hora determinada, las 5:00 p.m., por ejemplo, cada ciudadano,  donde quiera que se encuentre, detenga lo que esté haciendo y a todo pulmón grite un “sanantonio”, a fin de que el eco de su exasperación penetre las cerradas ventanas de aquellos que embriagados de poder se han vueltos sordos a los reclamos de la sociedad.

Evitemos así que el desorden impere en nuestras calles y hagamos con ello avergonzarse a quienes faltan a su deber con el país.