El dominante no solo con la fuerza impone su dominio. Necesita que el dominado naturalice su situación como lo normal. También, es preciso que, a la hora de proyectarse al futuro, el dominado lo tome como referente. Que quiera ser como él. De esa forma, el dominado se convierte en un alienado, y estructuralmente, reproduce el sistema de dominación. Toda vez que se instaura una lógica de competencia entre los dominados para que, entre ellos, compitan en razón de quién tiene menos, y por tanto, quién es menos. De ese modo se bloquea la solidaridad política entre los de abajo. Y los que “no son” (que en América Latina, dada la historia de este continente, están marcados por la línea de color) en lugar de enunciar desde su lugar en la parte de abajo, lo que implicaría hacerse mayoría, lo hacen desde el rechazo a sí mismos; desde sus ausencias.

En América Latina esto ha marcado profundamente nuestra historia. Las clases dominantes latinoamericanas han vivido toda la vida asumiendo que sus privilegios son derechos. Que su piel blanca y facciones europeas, así como sus apellidos altisonantes, les hacen, además de su dinero, superiores sobre la mayoría “fea” y “bruta” de las barriadas, favelas, villas miseria, periferias de grandes ciudades y campos atrasados. Por muchos años los privilegiados estuvieron cómodos; sin nada en el horizonte que amenazara sus ventajas. Los pobres estaban en su sitio –jodidos y sobreviviendo- y ellos en el suyo. Tenían leyes, instituciones, partidos políticos, sistemas económicos y marcos culturales que garantizaban sus privilegios. Eran “los inteligentes” y emprendedores: gracias a quienes nuestros países no eran “selvas”. Pero algo cambió hace poco.

Las mayorías llegaron a los gobiernos

Movimientos de raigambre progresista comenzaron a llegar a los gobiernos. La situación de precariedad que instaló la política de ajuste fiscal, bajo recomendación de organismos como el FMI, provocó la deslegitimación de sectores dominantes que, ahora, el pueblo, veía como enemigos. Figuras de extracción popular y formación izquierdista, de momento estaban movilizando masas a partir de discursos populares anclados en la propuesta de redistribución de riquezas, justicia a los desposeídos y anti-imperialismo. No solo en el plano del discurso lograron introducir nuevos imaginarios sino que también en el estético. Nuestras mayorías veían que, en algo tan lejano para ellas como el poder político, comenzaban a acceder personas que se parecían al pueblo como un militar mulato, un trabajador sin educación formal, una mujer aguerrida de la periferia de su país, un mestizo de origen modesto que criticaba los bancos, un viejito ex guerrillero, entre otros. El pueblo entraba a los solemnes salones presidenciales otrora lugares exclusivos de la gente blanca y atildada que salía en la televisión.

Una vez en el poder, estos líderes, acompañados por nuevas mayorías en las asambleas, implementaron medidas de corte progresista persiguiendo solucionar el problema histórico de la desigualdad latinoamericana. Según las necesidades y realidad de cada país aplicaron sus propuestas progresistas. Ahora el FMI no era referencia ni Estados Unidos daba directrices. Se cambió la política del ajuste fiscal por medidas expansivas del gasto público enfocadas en la inversión social, se puso a pagar impuestos sobre ganancias de capital y bienes a los más ricos, se crearon nuevas constituciones, se legalizó la diversidad plurinacional integrando al redil de lo formal a pueblos y nacionalidades indígenas, se avanzó en la perspectiva de la educación como bien público y no como gasto ni servicio, se prohibieron muchos monopolios, se puso coto al poder de los medios privados, se crearon organismos de integración regional sin el tutelaje imperial, se alteraron relaciones de poder internas poniendo en el centro las mayorías, se cerraron brechas entre los quintiles más ricos y los más desposeídos, se crearon nuevas universidades y se amplió el ingreso a educación en todos los niveles de las masas pobres, etc.

Todo eso, para poder llevarse a cabo, implicó luchas muy duras contra los privilegiados. Una voluntad política férrea, respaldada por amplios apoyos populares, viabilizó la disminución de privilegios de los más ricos. Así las cosas, los señoritos y señoritas refinadas, vieron, de pronto, gente de “color raro” viajando en aviones, pagando con tarjetas en supermercados, negros entrando en la universidad y ocupando curules en las asambleas, niños pobres hablando inglés en las escuelas, y sobre todo, gente de “la chusma” opinando sobre política y determinando elecciones. Los pobres salieron de la invisibilidad. Ahora decían y eran. Los privilegiados aguataron, mientras electoralmente les era imposible imponerse, hasta que, en el actual contexto favorable, salieron con todas sus fuerzas.

Es lo que viene pasando en los últimos años. El regreso de los privilegiados en pos de recuperar privilegios. ¿Cómo han regresado? Primero, graves errores cometidos por los gobiernos populares, y un contexto económico internacional desfavorable a las políticas de corte progresista, han permitido que la derecha de los privilegiados vuelva a los gobiernos. Regreso que se ha dado a partir de tres factores clave: mediático, económico y judicial. Veamos cada uno.

Mediático

La verdad es una construcción social que se impone en relaciones de poder concretas. Los dueños de los medios imponen, pues, su verdad a través de sus televisoras, periódicos, radio y redes sociales. Lo que sale en los medios, y luego la gente reproduce en redes sociales, es lo que se convierte en agenda de discusión, esto es, en verdad. Los medios determinan los temas que son “importantes”. Que es, después, lo que orienta las decisiones de las personas. Y por consiguiente, lo que los políticos toman en consideración a la hora de asumir posturas públicas. Con sus medios, los ricos, han combatido, hasta derrotar en muchos casos, a los movimientos populares que desde el gobierno les quitaron privilegios.

Enfocando, mediáticamente, los temas de una forma que pone en cuestión la legitimidad de los líderes populares. Con lo cual han instalado un discurso de la anti-corrupción según el cual la izquierda es inherentemente “corrupta” e “ineficiente”. Lo que ha generado un sentido común moralista que despolitiza los individuos. Así, se creó el escenario para que surjan lideratos desde los sectores privilegiados que proclaman la anti-política y la eficiencia empresarial para resolver problemas sociales. Si los políticos son “el problema” la solución viene de gente fuera de la política. También, asociando izquierda con chavismo y populismo (lo que significa para la gente pobreza, inestabilidad y violencia) lograron que el ciudadano medio se asuste con la izquierda y asuma posturas conservadoras que privilegian lo que hay –lo estable- por sobre lo distinto –lo posible-.

Económico

En lo económico los gobiernos derechistas han sido feroces. Desmantelando leyes laborales para abaratar el despido de trabajadores y hacer atractiva las economías a la inversión privada; creando leyes que fomentan la concentración de riquezas y la financiarización para viabilizar la entrada del gran capital internacional; privatizando a partir del entendido generalizado de que lo privado “es más eficiente”; y con corrupción estructural mediante la legalización de fuga de capitales a paraísos fiscales y privatización de sectores públicos que generan utilidades. Macri en Argentina ha sido el ejemplo más acabado.

Judicial

En lo judicial, lo que se ha hecho es someter a la “justicia” líderes emblemáticos de la izquierda. O, en su defecto, mediante rumores repetidos muchas veces en los medios, acusarlos de corruptos a fin de que queden descalificados moralmente ante el gran público que confunde acusaciones con culpabilidad. El caso Odebrencht (que hay indicios fuertes de que está siendo timoneado desde la CIA y el Departamento de Estado estadounidense) ha sido el pivote de esta estrategia de desprestigio calculado de la izquierda.

La clase media

Otro eje de este entramado son las clases medias. Las que en tiempos de bonanza económica señalan a los empresarios como los buenos, y bajo crisis apuntan siempre contra el gobierno. Estas clases medias son el principal instrumento social que utilizan los privilegiados para adelantar sus intereses. Mediante la despolitización de éstas, e incentivando que desprecien los pobres a quienes adjudican responsabilidad de sus males, logran que este sector use su preponderancia social –en medios de comunicación, redes sociales y otros espacios públicos- para desacreditar a los que proponen una política sustentada en la solidaridad con los que tienen menos. Bajo esta lógica, los pobres que no tienen nada están jodidos porque “son vagos” ya que el que “quiere puede”. Y ellos, la clase media, “son los que trabajan” y “mantienen” con sus impuestos a los vagos. Los políticos que proponen atención a los de abajo son “populistas” que fomentan la vagancia e improductividad. Lo que se necesita es trabajo; y los empresarios ricos “son los que saben generar trabajo”.

El sustrato de esas ideas que encumbran como un valor la insolidaridad, es el discurso del progreso individual. El cual propone que todos pueden, y que, en este mundo difícil, “es normal” que unos no tengan nada y otros, más capaces, tengan mucho. El darwinismo social impone sus nefastos criterios: la vida se basa en la competencia. Que unos se queden en el camino “es natural”. Hay que trabajar duro para salir adelante. La solidaridad es debilidad. Y enfatizar en la justicia a los pobres es sinónimo de atraso. La clase media asume este sentido común, y, vía la plataforma mediática de los privilegiados, intenta imponerlo al resto de la sociedad.

No se puede esperar mucho de esa clase media. El grueso de ese sector vive en una encrucijada compleja, con etapas recurrentes de cierta precariedad, al tiempo que proyectándose en los privilegiados. Quiere ser como los ricos: vivir y pensar como ellos. Su mirada está puesta arriba y no abajo. De ese modo, el clasemediero, en el plano mental/existencial, vive distante del pobre. No lo ve. Y cuando lo ve es para descargar en él su malestar, miedos y prejuicios. Vive, entonces, en una suerte de vecindad mental con los privilegiados. Y si entiende que está con ellos no los va a combatir.

Toca, pues, ir a los de abajo. Re-politizarlos. Volver a hacer política con y desde las mayorías. Movilizando sectores mayoritarios al debate de lo público. Donde problematicemos lo que es de todos, lo público, y formulemos soluciones a nuestros problemas desde la solidaridad. No solo con voluntarismo (sería ingenuo) sino que con política. Y con rigurosidad y sustento al momento de proponer alternativas y nuevas opciones. Haciendo que veamos en el que tiene menos no un vago ni un fracasado, sino un hermano con quien luchar juntos, lado a lado, cuerpo a cuerpo, haciendo mayoría y, por la vía democrática, instalar en los espacios de poder la voluntad mayoritaria. Para resistir, y luego derrotar políticamente, la actual embestida de los privilegiados. De hecho, con las políticas anti-pueblo y siempre buenas para los de arriba y malas para los de debajo que gobernantes como Macri implementan, nuestros pueblos, tras la concientización alcanzada hace más de una década, pasarán factura a todas estas derechas de privilegiados tan pronto hayan elecciones.

¡Volveremos!