Tengo como lema de vida, una frase del cineasta Español Luis Buñuel tomada de su libro de memorias, Mi último suspiro. Dice Buñuel: “soy anti-fanático, fanáticamente”. Esas palabras me vacunan contra todo tipo de exaltación e intolerancia. Creo firmemente que hay que despojarse de la irracionalidad, de la sordera que se producen en ciertos eventos. Tengo una posición distante de los dos extremos que se enfrentan acerca de la problemática dominico-haitiana, sin con ello querer dar la impresión de pasar por neutral o imparcial ante la misma.

Todo lo contrario. Me explico. Creo que la condición humana está por encima de toda frontera. Pienso que el niño que muere de hambre en la línea divisoria de los dos países, sea este dominicano o haitiano, no deja de ser un niño y por lo tanto un ser humano que muere. No creo en quien entiende que solo tienen derecho a vivir los hijos salidos de sus entrañas, mientras se es indiferente ante aquel que languidece frente a sus ojos. Para mí, a quien así actúa, le separan muy pocas cosas de una hiena, por tanto tomo distancia de los que ven la vida de esta manera.

Ahora bien por otro lado, soy de los que consideran que existen diferencias, tanto culturales como de identidad, entre las naciones. Creo que Haití es una nación con características muy distintas a las nuestras. Por diferentes razones históricas y económicas, tienen un ritmo diferente que dificulta en este momento una fácil inserción en este mundo globalizado. Considero que este hecho crea elementos de dependencia económica que nos afectan irremediablemente como nación, ya que su mano de obra mucho más barata, favorece el enriquecimiento de sectores de la República Dominicana, a los que poco interesa los componentes perjudiciales para el sector laboral dominicano. Esta situación genera colateralmente un desprecio por parte de los afectados, quienes a su vez destacan despectivamente todo cuanto nos diferencia.

Comprendo que las diferencias con Haití son esencialmente de tipo cultural. No existe una guerra racial, sino el reflejo de problemas de índole económico que tienden a desvirtuarse y a tomar rumbo por otros senderos naturales al de dos pueblos que comparten un mismo territorio. El desequilibrio demográfico, más un mal manejo de sus problemas por parte de la clase dirigente del pueblo haitiano, obliga a una migración masiva hacia nuestro lado en la isla. Veo que la única solución a la vista debe pasar por una negociación. Puntualizo, una negociación donde los actores fundamentales se sienten a la mesa buscando la mayor viabilidad y alternativas económicas que permitan que, la parte más deprimida de la isla, eleve su capacidad productiva y reduzca su estampida hacia nuestro lado.

No me sumo a la moda de las capillas de intelectuales que sugieren o alimentan la salida más fácil, que es la de abrir las compuertas de par en par, para que penetren los nacionales haitianos sin control a nuestro territorios. Por igual no acepto el otro discurso de xenofobia, fascista que estimula el odio, que llama a una paranoia enfermiza e instrumentalizada con fines políticos secundarios. Me sitúo por encima de los dos extremos. No me gusta el vedetismo de los llamados intelectuales que ven todo lo extranjero como bueno y no disciernen, mucho menos entienden que así como nos llega una mano de obra barata para la construcción, también nos llega una carga económica que hay que sopesar.

En este sentido y tratando de establecer una analogía, aun salvando las distancias, me gustaría comentar el proceso de independencia de la India. Hubo en el mismo dos posiciones enfrentadas: los que abogaban por la colonización y los que rechazaban cualquier vínculo histórico, cultural y político con Inglaterra. Se llegó así hasta el extremo de que los sectores que aspiraban a una ruptura total con Inglaterra, exigieran que no se impartieran clases las matemáticas en las escuelas por ser considerada la materia un avance de occidente.

En medio de ese debate, apareció la voz de un intelectual como Tagore que llamó a la racionalidad, a la serenidad mental, a evitar ser arrastrados por la pasión. Isaiah Berlín en un hermoso ensayo describe de un modo magistral la posición de Tagore en medio de esas dos posturas antagónicas que se disputaban el escenario de la India. Dice Berlín que a Tagore le tocó aferrarse a la calzada estrecha de la verdad difícil. No es muy seguro quedarse solo y decir lo que es más racional en medio de la jauría, lo que tu cabeza te dicta. Es mucho más fácil ser parte de uno de los dos coros que gritan en el anfiteatro y dejar que las pasiones te dominen. De mi parte, yo elijo la calzada estrecha que no siempre es la más cómoda, ni es la más neutral de las posiciones. Es lo que pienso y defiendo.