La democracia electiva está en un callejón sin salida. La confianza en las instituciones democráticas ha desaparecido. Entre estas, son los partidos políticos los que generan mayor desconfianza. Ante esta situación, una parte de la población persiste en poner sus esperanzas en este sistema ineficiente; otra, aboga por la instauración de dictaduras. Ninguna de estas opciones es aceptable. Hace falta buscar otras alternativas. Democráticas, por supuesto.
La democracia electiva está desacreditada porque carece de legitimidad y de eficiencia. Esta no representa a nadie: la participación ciudadana en la toma de decisiones políticas es inexistente. Lo representantes, una vez elegidos, dan la espalda a los que los eligieron. Por otro lado, los logros que se obtienen mediante este sistema requieren un despilfarro de tiempo y de recursos.
Existe la convicción de que la democracia no puede concebirse sin elecciones. Esto es falso. Las alternativas son posibles y, sobre todo, deseables. El sistema electoral genera problemas de envergadura: la fiebre electoral es permanente; el corto plazo y los intereses particulares derrotan siempre al largo plazo y al interés general.
Aristocracia representativa: Así calificó Robespierre a este sistema. Y tenía razón. Nunca fue concebido como un instrumento democrático, sino como un procedimiento para llevar al poder a una nueva aristocracia no hereditaria. Los ciudadanos no eligen representantes, eligen nobles. Un presidente dominicano está más cerca del absolutismo de un Luis XIV que cualquier monarca constitucional actual.
Por otro lado, Tocqueville, en su Democracia en América, fue muy crítico con el sistema electoral americano: "En el período previo a la elección presidencial, el presidente está absorto en la tarea de defenderse. Gobierna ya no en el interés del estado, sino en el de su reelección; se postra ante la mayoría y, a menudo, en lugar de resistir sus pasiones, como su deber lo obliga a hacerlo, corre a cumplir sus caprichos”.
¿Qué alternativas existen?
El historiador belga David Van Reybrouck propone que, en lugar de democracias electivas o, lo que es lo mismo, representativas, se establezcan democracias deliberativas o democracias representativas no electivas.
En una democracia deliberativa, las decisiones políticas son legítimas solo cuando son el fruto de deliberaciones públicas entre ciudadanos iguales. Este sistema se ha aplicado exitosamente en Islandia, Irlanda, Canadá y los Países Bajos, por ejemplo.
Por otro lado, en una democracia representativa no electiva, los representantes de la nación no son elegidos, sino escogidos por otros medios, como por ejemplo el sorteo.
Escoger representantes al azar puede parecer una idea disparatada, pero no es así. Existe una larga tradición que se remonta a la mismísima Atenas, cuna de la democracia. El sistema ateniense permitía que la participación de los ciudadanos se llevara a cabo directamente. Cualquier ciudadano podía ser escogido por sorteo y pertenecer sucesivamente a los tres órganos principales de la ciudad. Este sistema se aplicó también en Venecia, Florencia y otras ciudades del norte de Italia, al igual que en los reinos de Aragón y Castilla.
No hay que olvidar que, en la actualidad, en muchos países las decisiones de los tribunales se basan en las deliberaciones de jurados compuestos por ciudadanos que se eligen al azar. Y esto sin menoscabo de las decisiones que surgen de sus deliberaciones. Este sistema bien puede extenderse a otros sectores de la vida pública.
El recurso al sorteo puede corregir una serie de fallas en el sistema actual: atenúa el riesgo de corrupción, disipa la fiebre electoral y refuerza la atención por el bien común. Los ciudadanos pueden no tener la preparación académica de los políticos profesionales, pero tienen otro activo mucho más valioso: los valores. Un zapatero, iletrado pero laborioso, puede aportar más a la democracia que un político egresado de la Sorbona. Una ama de casa humilde puede aportar más a la democracia que un senador con cientos de millones de dólares. Por otro lado, al ser escogidos por un mandato breve (de un año, por ejemplo) y no poder ser reelegidos, los ciudadanos pueden tomar las decisiones necesarias para el bien común. La intención de reelegirse es la que hace que los políticos incurran en todo tipo de marrullas.
El autor belga sugiere que se establezca un sistema de representación dual, en el cual una parte de los representantes se elija mediante elecciones y otra mediante sorteo. Este sistema contribuiría a reforzar el sistema de contrapesos democráticos.
Ningún problema puede ser resuelto en el mismo nivel en que fue creado. Nuestros problemas actuales se derivan de la mal llamada democracia de que “disfrutamos” desde hace más de medio siglo. La política es algo demasiado serio como para dejársela a los políticos. Debemos democratizar la democracia.