Antes de que naciera el partido político ya tenía enemigos que lo esperaban para aniquilarlo. Los partidos políticos heredaron el odio de que era objeto su predecesora la facción. La causa de este rechazo estuvo motivada en que el término facción fue asimilado como odioso desde la democracia romana hasta el surgimiento del partido moderno.
Como sostiene Giovanni Sartori, “en términos etimológicos y semánticos, ‘facción’ y ‘partido’ no tienen el mismo significado. La facción, que es con mucho el término más antiguo y más establecido, se deriva del verbo latino facere (hacer, actuar), y la palabra factio pronto llega a indicar, para los autores que escriben latín, un grupo político dedicado a un facere perturbador y nocivo, a ‘actos siniestros’ era sinónimo de sedición, perturbación y ‘actos siniestros’. Así, el significado primario que expresa la raíz latina es una idea de hubris, de comportamiento excesivo, implacable y, en consecuencia, nocivo. La palabra ‘partido’ se deriva también del latín, del verbo partire, que significa dividir… Cuando la palabra ‘parte’ se convierte en ‘partido’, disponemos pues, de un término que está sometido a dos atracciones semánticas opuestas: por una parte, la derivación de partire, dividir, y por la otra, la asociación con participar y, en consecuencia, con compartir”.
La transición de la facción al partido fue lenta y tortuosa tanto en la esfera de las ideas como en la de los hechos. Se podría decir que el argumento más notable a favor del partido fue el que formuló Voltaire en el siglo XVIII, en la Encyclopédie, al diferenciar partido y facción de la manera siguiente: “El termino partido no es, en si mismo, odioso; el término facción siempre lo es”.
Sin embargo, nada ha cambiado, los partidos políticos tienen detractores, que a pesar de no haber presentado nunca una alternativa viable que los sustituya, han logrado hacer que muchos de sus líderes y dirigentes, confundidos en su identidad partidaria, sientan vergüenza de pertenecer a ellos.
Quienes se han doblegado, en la actualidad, ante los enemigos de los partidos, en perjuicio de sus marginados miembros, ignoran la afirmación hecha por Kelsen, en el año 1929, que sigue a continuación: “Solo la ilusión o la hipocresía puede creer que la democracia sea posible sin partidos políticos”.
Es innegable que el partido político es imprescindible para la democracia, como se puede comprobar en la definición que ofrece Crotty, en su obra Political Parties Research, citada por Sartori: “Un partido político es un grupo organizado formalmente que desempeña las funciones de educar al público…, que recluta y promueve a individuos para cargos públicos y que establece una función de vinculación general entre el público y las personas que adoptan las decisiones en el gobierno. Se distingue de otros grupos por su consagración a influir en la formulación de la política en gran escala, preferiblemente mediante el control del gobierno y su aceptación de las normas institucionalizadas de conducta electoral, más concretamente de captura de cargos públicos por medio pacíficos”.
Como se ha podido apreciar, no existe motivo alguno para que un ciudadano que se comporte correctamente se sienta avergonzado de pertenecer a un partido político.