En la plenitud de la gloriosa guerra patria de abril del 65, contemplé a Claudio Caamaño Grullón que caminaba imponente junto al Comandante de Abril, el inmenso Francisco Alberto Caamaño Deñó, por la calle del Conde de la ciudad colonial, la ciudad gloriosa de Abelardo Vicioso del Santo Domingo Vertical.  Luego, regresé a Rio de Janeiro a terminar la carrera de sociología.

Claudio tenia el grado de primer teniente al comenzar la epopeya de abril del 65 y, por su valor y destacada actuación en la batalla del Puente Duarte, junto al pueblo en defensa de dignidad nacional, fue ascendido a mayor, desempeñando las funciones de jefe de Inteligencia y Contrainteligencia, pasando a ser miembro del Estado Mayor del Gobierno Constitucional en Armas del presidente Caamaño Deñó.

Claudio era parte de los patriotas que se entrenaron en Cuba, los cuales desembarcaron por Playa Caracoles, Azua, internándose en las montañas Ocoeñas para enfrentar a los enemigos que defendían a la dictadura ilustrada  balaguerista, logrando salvar su vida al compenetrarse y hacerse cómplice de las montaña y de los ríos, ante la incredulidad de los aparatos represivos de la contrainsurgencia y del imperialismo.

Estando en el exilio, dos años después, en 1975, regresó a la guerrilla y de nuevo a las montañas desafiando al mismo dictador ilustrado de Balaguer. De nuevo fue perseguido, pero sobrevivió otra vez.  Claudio era invencible, se burló de toda la represión y el odio de enemigos implacables. Se convirtió en un símbolo de valentía. El pueblo lo seguía, estaba con él, deseaban acompañarlo, ser como él, entre ellos yo.

Cuando Balaguer ya no estaba, cuando pudo regresar al país, el avión en que venía de Cuba, hizo escala en Managua, Nicaragua, y allí abordamos el avión Roberto Santana y quien suscribe, unas semanas después del triunfo de la Revolución Sandinista. Nuestra llegada al aeropuerto de Las Américas, José Francisco Peña Gómez, junto a Claudio, fue resaltada por el Listín Diario en una reseña, con fotografía incluida. ¡Nadie se sentía más orgulloso que yo!

Como amante de la naturaleza, Claudio se fue a criar peces cerca de la Avenida Las Américas y fue posteriormente a Bani a sembrar la montaña, como lo hacía el Generalísimo Máximo Gómez, glorioso campesino, guerrillero internacionalista, bautizado por Bosch como el Napoleón de las Guerrillas.

Cuando Claudio escribió su libro-testimonio sobre la odisea de Playa Caracoles, nos reencontramos en una feria del libro en la Plaza de la Cultura, donde tuve el privilegio de presentar su libro-testimonio de ese glorioso acontecimiento.   Después de eso, nos encontramos varias veces, bailando, en compañía de su esposa, Fabiola Velez, compañera de sueños, en el santuario del Monumento del Son y en diversos actos en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

Con cara de niño, a pesar de los riesgos y los sinsabores de la guerrilla, la montaña lo transformó, lo humanizó, lo espiritualizó. ¡Lo hizo trascendente!  La naturaleza y la cercanía con el universo lo sensibilizaron cada día más. ¡La montaña lo fortaleció! Con su fusil de almohada, contó y conversó muchas madrugadas con las estrellas. Allí soñaba con un país libre, con campesinos con tierra, sin la dictadura-ilustrada balaguerista y sin la dependencia imperialista.  ¡Claudio era un soñador, como buen revolucionario!

Claudio vio el agua de cañadas libres que enamoraban al viento y a las flores que invitaban a la poesía en las montañas. Claudio era un enamorado de la vida y de la patria. Amaba todas las tonalidades verdes de la vida, por la majestuosidad de las montañas. ¡Claudio era un revolucionario que luchó para que el amanecer de una patria liberada dejara de ser una tentación!

En una desvergüenza, propia de supermercados con letreros de clínicas de salud, en la complicidad  de una descarada impunidad del comercio, del dinero, en ausencia humanística, lo dejaron morir, sin pudor y sin arrepentimiento, como hacen con la gente del pueblo, después de sufrir un accidente automovilístico. ¡El mercado de la salud solo conoce el dinero!  ¡Qué descaro!

Claudio Caamaño, guerrillero glorioso, soñador de justicia y de paz, vive en las flores, los arroyos y los amaneceres que en las montañas solo le cantan al amor.  Lo siento caminando entre los pinos de nuestro país con su fusil justiciero, donde en días de sol salían mariposas y de noche se llenaba de luceros, soñando con un país de todos. ¡Siempre estarás con nosotros!  ¡Vives en el corazón del pueblo, en la gloria de la Patria agradecida y en la inmensidad de la historia!  ¡Hasta luego, Claudio, comandante, en esta lucha contra el olvido!