El 17 de marzo del 1950, nació en Las Cañitas, municipio de Sabana de la Mar, Provincia de Hato Mayor, en la región Este del país, Froilán Antonio Rodríguez Jiménez. Su madre, había sido integrante del Ballet Folklórico del maestro René Carrasco, donde bailaba y era una voz privilegiada, terminando como profesora de canto, falleció cuando el niño tenía 11 años de edad, pasando este a vivir con Doña Julia, su abuelita.
Soñaba con ser abogado, pero terminó siendo locutor de Radio Maguá en Hato Mayor, porque no tenía recursos económicos para entrar a la universidad. Le llamó la atención el sonido de una guitarra de un vecino sastre que era un bohemio. Con mucho trabajo compró una guitarra de plástico, y en ella aprendió a tocar y comenzó a cantar serenatas y a participar en las veladas escolares.
Conoció a través de amigos a Joaquín Jiménez Maxwell, director de Radio Mil, la emisora más popular de la radio a nivel nacional en ese momento, con asiento en la ciudad de Santo Domingo, el cual, después de una audición, invitó a Froilán a integrarse como locutor a esta emisora. Incrédulo, aceptó de inmediato, trasladándose a la ciudad capital. El día que llegó a la ciudad de Santo Domingo, justamente era un día que Jiménez Maxwell cumplía año y en su celebración participó el inmenso Johnny Ventura.
En un espacio de la celebración, Froilán Antonio interpretó algunas canciones. Para Maxwell, que no conocía esa faceta, fue una revelación. Johnny lo escuchó muy atentamente y quedó impresionado con sus cualidades artística. Sin pensarlo mucho, le ofreció que ingresara como integrante del famoso “Combo Show”, el más impactante de su época, que dirigía el mismo Johnny Ventura.
Su nombre original conspiraba contra su carrera artística: Froilán Antonio Rodríguez Jiménez era el nombre para un pelotero o un ciclista, pero no para un artista. Cuentan en Hato Mayor, su pueblo, que un día entró a un colmado y compró un jabón de baño que se conocía comercialmente como “Kínder”. Algunos amigos lo encontraron después enjabonado en el río. Desde ese momento fue bautizado como “Kínder”. Ese tampoco era otro nombre artístico. Jiménez Maxwell lo percibió en toda su magnitud y lo bautizó con el nombre artístico de “Anthony Ríos”. Y con el triunfó.
Estuvo integrado al Combo Show del 1970 al 1979. Luego con Luisito Martí hizo tienda aparte y fundaron el Combo “El Sonido Original”, el cual fue un fracaso comercialmente. Pero Anthony no se desanimó, todo lo contrario, fue más allá de ser un exitoso intérprete de boleros, baladas o merengues. Se formó como actor y participó en varias obras de teatro bajo la dirección de la dramaturga Germana Quintana, trabajando incluso con la afamada actriz Monina Solá. Participó en varios documentales y en diversas películas como actor. Con esa base, creó con Luisito Martí para la televisión “El Show de Luisito y Anthony”. Incluso, sus presentaciones personales, tenían la magia del canto, chistes y cuentos. ¡Anthony Ríos, en sí mismo se convirtió en un espectáculo!
En las grabaciones de las comedias de televisión, cuando faltaba algún actor él lo sustituía, pero tenía el inconveniente de tener que cambiarse de ropa que normalmente no tenía a mano. Entonces el maestro Santiago Lamela Geler, le sugirió que vistiera siempre de negro y así resolvía el problema. Desde entonces, el color de su vestuario era de negro, el cual se convirtió en su identidad. Anthony, era una celebridad a nivel nacional e internacional. Siguió creciendo. Se hizo piloto de avión y escritor, con una novela que se desarrolló en Jarabacoa, espacio mágico del cual era un admirador.
Anthony se convirtió en un ídolo romántico entre las mujeres adultas y muchas quinceañeras. Todas soñaban con sus canciones de amor, desamor y con él. Contrajo matrimonio en cuatro ocasiones, pero era un bohemio empedernido que solo creía en el amor. Recuerdo que siempre repetía la parte de un poema de Neruda: “Amo el amor de los marineros, que besan y se van/ en cada puerto una mujer espera./ Los marineros besan y se van”.
En la urbanización Evaristo Morales, en un edificio del maestro Tirso Mejía Ricart, yo vivía en un apartamento en el primer nivel y Anthony en el segundo. Hicimos una hermosa amistad. Recuerdo que al otro día de la devastación y estragos del ciclón David, en la ciudad de Santo Domingo, fuimos frente al cementerio de la Av. Máximo Gómez, a ver una novia que él tenía en ese lugar. Llegamos no sé cómo por la cantidad de escombros y árboles en las calles. Después, fuimos a ver un Mirador devastado, casi en su totalidad, que ambos mirábamos con tristeza.
Conversábamos sobre diversos temas durante horas. Mi biblioteca estaba a su disposición y se convirtió en un voraz lector, a tal punto que no podía dormir si no leía antes alguna parte de un libro. Se volvió investigador y cuando se presentaba artísticamente en un pueblo, quería saber su historia y después de cada viaje me hacía observaciones históricas-culturales del lugar que había averiguado. Antes de grabar sus canciones, me las leía con pasión. Era un compositor innato, expresión de la cotidianidad, de esencias populares, simbolizaciones del amor y del desamor, con dimensiones románticas, con imágenes poéticas, siempre con exaltación a los amantes, idealizados siempre por él.
Anthony, era un auténtico rebelde, coherente, libre. No chismeaba, no hablaba por la espalda. Siempre era frontal, nunca lo vi con doble cara. De ahí, nuestra amistad. No conoció, al igual que yo, la formalidad, ignoraba a propósito el protocolo del sistema, era subversivo, irrespetuoso de las buenas costumbres impuestas. ¡Era un ser libre! ¡Era un cimarrón! ¡Era un profanador! ¡Siempre fue él!
La historia de Anthony, es la historia de un ser humano autentico, de un artista de trascendencia, de quien amó la vida y el amor, orgulloso de su país, amante de su patria, dueño de sueños, de aventuras y de utopías. ¡Era irrepetible!
Un fatídico 4 de marzo del 2019, se fue sin despedirse. Me negué a mí mismo asistir a su mortuorio. ¡No quería verlo inerte! Él estaba en mi corazón desde hace tiempo, tal y cual como era. ¡Lo respeto y lo admiro tanto porque vivió su vida con intensidad, con pasión, con identidad, sin ofender a nadie, sin tener que arrepentirse de nada! Sentí su ida, con profunda tristeza y dolor. Era un amigo del alma. ¡Descansa en paz Anthony, en esta lucha contra el olvido!