La sociedad dominicana viene cambiando de manera vertiginosa y por ello la pregunta crucial: ¿qué permanece siendo lo mismo de manera que –en medio de tantas transformaciones, procesos de globalización, inculturación e incluso rupturas con el pasado– se siga hablando de la sociedad “dominicana”?
La respuesta fácil sería decir que es dominicana la población y los acontecimientos circunscritos a un territorio geográfico, como si las fronteras no cambiaran a través de los años y los eventos se registraran únicamente en la superficialidad de las relaciones personales y de poder.
De ahí que busque lo dominicano en algo más permanente y constitutivo. Pero, ¿dónde descubrir esa continuidad de su ADN o código cultural hoy día en tanto que no limitada a un territorio y a prominentes figuras políticas y económicas?
La respuesta se encuentra en ese sector mayoritario del pueblo dominicano que reproduce en sus micro y pequeñas empresas y negocios el sistema cultural que dio origen y consistencia a la organización social que he presentado en trabajos anteriores a propósito de la sociedad tabacalera en el Cibao decimonónico. Estos son sus cuatro factores constitutivos:
- Espíritu empresarial. La sociedad dominicana preserva la misma pujanza empresarial y espíritu batallador que la caracterizó en el pasado. Ayer surgió y se consolidó al frente de cada minifundio tabaquero; hoy se pone en evidencia delante de talleres y negocios propios. El vigor empresarial de antaño, presente en una región particular del país, la cibaeña y tabacalera, se manifiesta ahora en todo el territorio nacional a través del denominado sector de las Mipymes (micro, pequeñas y medianas empresas).
A este propósito, valórense estos hechos tomados de las últimas publicaciones de FondoMicro: el sector de las micro y pequeñas empresas ostenta el 54% de los 2.1 millones de puestos de trabajo. Incluye 791,236 empresas, 772,899 microempresas ocupaban a 1,644,260 personas y 18,337 pequeñas y medianas empresas emplean a 522,231 empleados. Su aporte sectorial aporta a la economía nacional el 38.6% de un PIB de RD$2,557,063 en 2013. El 49% de ese valor lo generaron las microempresas (19.1% del PIB nacional) y el 51% las pequeñas y medianas empresas (19.5% del PIB nacional).
En el contexto antropológico –no económico ni político– de la historia patria, por tercera vez (la primera fue cuando el contrabando fronterizo en tiempos coloniales, con su infausto desenlace de las devastaciones y el surgimiento de la colonia francesa de Haití; y la segunda ocurrió durante la actividad tabacalera en pleno siglo XIX) estamos ante una actividad económica llevada a cabo por iniciativa de sujetos individuales, fuera del ámbito de control gubernamental, por medio de una economía calificada como “informal” y de bajo valor agregado.
- Ideal económico. Asediada por necesidades materiales que satisfacer, así como por la ambición de superación de sus integrantes, la población ha sido rescatada una y otra vez, tanto de la “asfixia moral”, como de la quiebra política e institucional, por medio de la voluntad de sobrevivencia de grandes sectores anónimos de su población: sean éstos cosecheros de tabaco o micro y pequeños empresarios, todos están aunados por la precariedad de sus condiciones de vida, por oportunidades desiguales e inequitativas y por las limitantes de capital tecnológico y financiero.
Pero en ese contexto vital, la voluntad de sobrevivencia y de progreso conforman a lo largo del tiempo una norma ideal de conducta propia e inalienable en esa población. Para esta colectividad de sujetos desiguales, el patrón de comportamiento económico de cada uno de sus integrantes es lograr su autonomía económica. Cada quien se preocupa y procura lo suyo, en medio del desamparo social y el libre juego del mercado, de forma tal que termina por soslayar otros valores e ideales como el sacrificio y la abnegación personal, la solidaridad con los otros y el bien común. Es como si se dijera cada uno vela por sí y todos por nadie. De tal patrón de comportamiento ideal, se siguen los otros dos factores de continuidad de lo dominicano en el tiempo.
- Desigualdad e injusticia social. Al margen del incuestionable crecimiento económico de las últimas seis décadas en el país, análogo al que regionalmente propició el tabaco solamente en el Cibao, persiste hoy día una sociedad profundamente injusta, tan inequitativa como desigual.
Antes, la desigualdad era menos estridente entre la población rural y la pueblerina. Hoy, sin embargo, presenciamos a un grupo eminentemente minoritario, urbano y de orientación globalizante, de un lado, y del otro a la mayoría de la población en campos y barriadas circunscritos todos por la misma globalización, pero sin oportunidades equitativas y circunscritos por bajos salarios, atados a puestos de trabajo no calificados y, sobre todo, con unas expectativas de vida que no siempre podrán obtener por medios legales y “legítimos”, ya que no cuentan con la preparación ni con los recursos requeridos.
La población, tanto la que opera en el sector formal, como la mayoritaria que opera en el sector informal de la economía, busca refugio en sus respectivas redes de apoyo y de intercambios familiares y sociales. Al igual que acontece con el que no tiene padrino, que no se bautiza por más fe o razón que lo asista, las costumbres y las normas institucionales aparecen una y otra vez burladas y desamparadas. Carecen de una concepción y liderazgo institucional eficiente porque la última verdad de la convivencia nacional no reside en un principio objetivo y universal, sino en intereses particulares y en redes de apoyo y de intercambios interpersonales que se establecen de manera casuística a través de todo el tejido social entre algunos patrones y miles de clientes. Todo al margen de razones universales y normas impersonales.
- Conservadurismo e Ineficiencia gubernamental. La sociedad dominicana operaba en la era de la hoja de tabaco negro al margen de los sucesivos gobiernos que se sucedían en Santo Domingo, así como hoy el grueso de la población cohabita desde su informalidad con un Estado adornado de calificativos tales como débil, secuestrado, ineficiente, desinstitucionalizado, patrimonialista y clientelar.
Ni siquiera el derecho –en tanto que racionalidad objetiva de toda una sociedad– resiste el embate de los intereses y beneficios particulares. Eso es lo que nos recuerda la posición de la República Dominicana en el Rule of Law Index 2016, al igual que antes lo hizo el Índice de Desarrollo Humano, y ahora el Foro Económico Mundial 2017 al constatar que la administración de la justicia dominicana no es independiente. Y eso así, a pesar de que la realidad dominicana es la de un conglomerado social repleto de leyes y reglamentos burlados e incumplidos, amén de los 39 textos constitucionales que trillan la historia hasta el presente.
En ese gran teatro burlesco del mundo, la población permanece retenida por el conservadurismo como patrón cultural de comportamiento. En el ámbito económico, el espíritu conservador se hace consuetudinario como norma de conducta –para no perder lo poco o lo mucho que se tiene; y en el ámbito público la resignada pasividad deviene la práctica usual ante funcionarios y autoridades de las cuales, por veces se depende pero siempre se desconfía, pues cada quien presupone que es connatural la usurpación patrimonial del Estado. De ahí que los movimientos políticos, al igual que los gobiernos, van y vienen y todos evaden la toma de decisiones que enfrenten y superen –de una vez y por todas– los problemas consuetudinarios que aquejan a todos por desigual.
Ahora bien, si ese estado de cosas resulta de la combinación de esos cuatro factores que sirven de sostén y continuidad a lo largo de la historia antropológica dominicana, ¿cuál es la característica singular que permite identificar la realidad de lo que es –exclusivamente– dominicano, en el concierto universal de pueblos, de cualquier otra verdad?
La pregunta de esa característica de su código cultural queda, momentáneamente, en suspenso.