Las mujeres, niñas, niños, adolescentes, que viven en violencia de género, sean desde la pareja, expareja, por incesto, violaciones… suelen sufrir mucha presión, miedo, amenazas, antes de atreverse a denunciar las situaciones que les afectan.

Atreverse a denunciar es un pleito comparativo como al de David y Goliat. Generalmente suele ser una persona vulnerabilizada por la desigualdad de poder, de oportunidades, de redes de apoyos y por desiguales valoraciones que tiene la sociedad hacia lo que hace una mujer y lo que hace un hombre.

De una mujer víctima de violencia sexual se suele recurrir a cuestionar todas sus conductas, estilos de vida, con el objetivo de desmeritarla y lograr que la persona responsable no tenga que asumir consecuencias por los daños que ha ejercido.

El agresor, familiares, amistades no logran comprender que la denuncia, el juicio, no se trata de la moral de la mujer, de la adolescente o de la niña, del adolescente, o el niño; se trata de enfrentar la conducta que hace daño. Y si no se enfrenta y no se castiga a la persona agresora, está continuará haciendo daño.

Durante los 15 años (desde mayo del 2005) que vengo laborando en violencia de género desde el Ministerio Público en la Unidad de Atención a la Violencia de Género, Intrafamiliar, y Delitos Sexuales (UAVGIDS) en Santiago, como Trabajadora Social;  30 y picos como activista social, investigadora de violencia de género, hay un clamor constante sobre la necesidad de que se destinen recursos para que se acompañe a la víctima-sobreviviente con la asistencia legal gratuita, el apoyo para detectar y fortalecer posibles redes de apoyo desde la familia, de compañeros/as de trabajo, de redes de observadores, de compañeras ex víctimas, y toda la sociedad civil organizada.

Hay una histórica y consolidada conciencia sobre las situaciones de terror, miseria, continuas amenazas, presiones económicas, que viven víctimas-sobrevivientes para que abandonen los casos, solas, bregando con todo un sistema hostil, que técnicamente es complejo y con una gran influencia de lo mercurial, ante lo cual ella no tiene defensa.

Hasta se suele decir con cierta frecuencia que las/os niñas/os y adolescentes mienten pues son muchos los intereses, sentimientos envueltos y que atropelladamente empujan buscando impunidad.

Las víctimas/sobrevivientes necesitan contar con abogadas/os que puedan pedir su resarcimiento económico, pues el Ministerio Público que les suele representar, por ley, no puede pedir indemnización económica ante los tribunales.

Las mujeres solas suelen estar marginadas de todo el proceso, y las pocas que tienen abogados/as, pueden llegar a acuerdos con los abogados del agresor sin hacerles partícipes de esas negociaciones.

En general, las sobrevivientes-víctimas llegan debilitadas al sistema de justicia por razones estructurales del patriarcado; tienen además la presión del agresor, de familiares del agresor, y a veces desde su propia familia. Las empresas aún no se han unido con firmeza en el apoyo, muchas veces las presionan, no quieren darle los permisos de trabajo y los juicios suelen prolongarse por años. Se suele gastar un dinero que ellas no tienen en transporte, alimentos, que es lo mínimo; no se hable, mucho menos, de pagos de abogados/as.

Cuando son varias víctimas afectadas por un mismo agresor los actores civiles, familiares, el agresor, amenaza a la parte que no ha desistido, convirtiéndose su vida en un verdadero calvario. Ni más ni menos esto está pasando con una víctima de un poderoso agresor de Licey al Medio.

Es necesario pues que todo el sistema de justicia, la sociedad en su conjunto, participe activamente en el seguimiento en el apoyo a las víctimas-sobrevivientes de violencia de género, más allá del estimularla a denunciar.