La región hispanoamericana es una de las más vulnerables frente a la propagación del SARS-CoV2 (el virus) o COVID-19 (la enfermedad). Desigualdad, hacinamiento, pobreza, indigencia, marginalidad, inseguridad, desempleo y masiva informalidad de los mercados de trabajo son algunos de sus rasgos distintivos.

En estos países, entre los que se encuentra el nuestro, sobrevivir cada día es la emergencia cotidiana no declarada oficialmente de millones de seres humanos. Esta lucha diaria no requiere de máscarillas de protección facial ni de jabón de cuaba.

Los trabadores informales representan un caso particular. La informalidad es un mundo caótico, miserable, extremadamente endeudado y con escasas esperanzas de movilidad social.

Los medios habituales de su salvación son las tarjetas de crédito y los préstamos personales. Viven estirados entre dos mares despiadadamente tumultuosos: los usureros de las calles, que suelen apropiarse de sus tarjetas de nómina, y los bancos, donde igual los asfixian con escrupulosa atención en lujosos salones. 

La banca tiene para los trabajadores informales límites de crédito de subsistencia sin discriminar la tasa de interés por condición social. Lo mismo que otros segmentos más aventajados, pagan inadvertidamente sumas considerables por comisiones y cobros soterrados que hacen más pesada su carga financiera.

La realidad es que tanto a la usura callejera o barrial como a los bancos, les favorece, en épocas de desastres naturales o pandemias, lo que llamaríamos el efecto de arrastre del abastecimiento masivo preventivo: el gasto excesivo en compras de alimentos y otros productos para enfrentar la calamidad.

Sus deudas terminan incrementándose. En este sentido, las medidas temporales de flexibilizacion de la carga financiera anunciadas por el Banco de Reservas son plausiles (Acento, 19 de marzo de 2020). Es un buen ejemplo  que deberían seguir las demás instituciones financieras del país. Especialmente cuando sabemos que, en los dos últimos meses, han estado incrementando sin previo aviso la tasa de interés de los préstamos hipotecarios.

La dimensión de la crisis actual va más allá de las penurias de un sector en particular. La pandemia SARS-CoV2 no solo está poniendo en jaque la economía mundial, sino que habrá de colocar también la nuestra en una situación muy difícil. De hecho, la economía dominicana, muy a pesar de su sostenido y ampliamente publicitado crecimiento, adolece de grandes vulnerabilidades. Es altamente dependiente de las importaciones. Los pilares de su crecimiento-turismo y las zonas francas-son extremadamente sensibles al tipo de eventos que sufrimos actualmente.

Al margen de una eventual pérdida porcentual del crecimiento, en este 2020 veremos excesos en la volatilidad especulativa, fuga de capitales y reducción de la inversión extranjera directa y de las remesas.

En cuanto a la fuga de capitales, fenómeno al que nos tienen acostumbrados los muy ricos cuando se trata de calamidades extremas, 30,000 millones de dólares se escaparon ya de las economías emergentes, de acuerdo con cifras aportadas por el Instituto de Finanzas Internacionales (IFI). No es una cifra pequeña, supera lo estimado después del famoso crash financiero de 2007-2008.

Esta fuga de capitales fue registrada en los primeros 45 días antes del desastre que hoy vive Europa. Por tanto, nadie se asombre si esta cifra llegue a duplicarse y afecte de manera muy intensa a nuestras naciones. Pero, ¿saben quién es el principal beneficiario de estos flujos? Los bonos estadounidenses, lo cual sugiere una reorientación de los flujos financieros a favor de la primera potencia mundial.

Por otro lado, sabemos que los shocks externos reclaman siempre expansión monetaria. Hasta este momento, los Estados Unidos inyectaron al sector financiero 1.5 billones de USD, los europeos 120 mil millones de euros y el FMI amaga con un billón de USD. ¿Se beneficiará el sector real de esta cuantiosa masa monetaria liberada?

Estos astronomicos volúmenes de dinero no van a parar a la activación o modernización de la economía real, sino que paradójicamente engrosan las arcas del propio capital financiero. La realidad es que globalmente el sector financiero no está al servicio del sector real (el que produce las riquezas); es el sector real quien aparece cada vez más postrado ante el mundo de las finanzas.

Es precisamente el sector real  el que enfrenta serios problemas. Las pérdidas de la producción manufactura suman miles de millones (50 mil millones solo en China en primera instancia) y la crisis de oferta -todavía a dos velas dimensionada- se agudiza ante las interrupciones en las cadenas de suministros mundiales, estrechamente interrelacionadas.

En fin, contrario a lo sucedido con la crisis financiera de 2007-2008, la presente pandemia debería servir para remodelar positivamente este mundo tan desigual,  de tantas carencias, desigualdades y vulnerabilidades aterradoras.

Como señala Alfredo Serrano Mancilla, economista y académico español, “esperemos que, al menos, el coronavirus nos sirva para algo. Y ojalá aparezca una suerte de nuevo New Deal, nuevo contrato social y económico, en el que la salud y otros derechos básicos estén en el centro de la economía, y que la economía financiera esté al servicio de la economía real, y no sea al revés” (cursivas mías, RT, 17 mar 2020).

El momento presente, al decir de Joseph E. Stiglitz requiere de una respuesta global y cooperativa, que no minar la cooperación y el papel del Gobierno: Cuando enfrentamos una crisis como una epidemia o un huracán, recurrimos al gobierno, porque sabemos que esos acontecimientos exigen una acción colectiva…Muy a menudo, las empresas que maximizan las ganancias verán en las crisis oportunidades para hacer subir los precios, como ya se evidencia en el alza de los precios de las mascarillas faciales” (Plagados de trumpismo, marzo 9, 2020).

¡No dejemos decidir al mercado en estas situaciones extremadamente resbaladizas! Si dejamos que sus fuerzas ciegas decidan la situación, los establecimientos comerciales y productivos terminarán destruidos y arruinados por las multitudes. No perdamos la cordura, mucho menos la razón, pero los que concentran desmedidamente las riquezas son los llamados a asumir las más altas cuotas de sacrificio que impone la muy grave situación que apenas comenzamos a vivir.