La ola de manifestaciones recientes en varios países del mundo árabe contra gobiernos autocráticos de espaldas a los nuevos tiempos, de comunidades que reclaman en primer lugar justicia social, han vivificado interrogantes e inquietudes sobre un posible efecto dominó en este lado del Atlántico, de manera muy especial en Cuba, donde persiste un gobierno totalitario –con patronímico– de más de medio siglo.

Las cabezas de los sistemas dictatoriales de Túnez y Egipto cayeron sorpresivamente tras pocos días de protestas masivas en sus mismas capitales. Estos procesos siguen en marcha. Túnez cambió de presidente y, al parecer, hay espacio para las reivindicaciones exigidas. En Egipto se ha establecido por el momento un gobierno militar de transición que anuncia elecciones democráticas libres dentro de unos meses.

La lección aprendida es que la comunicación directa y libre en tiempo real, los vínculos creados al margen de los regímenes a través de Facebook, Twitter, el chat, los emails y otras redes, contribuyen decisivamente a cambiar gobiernos: Se quebró la psicología del miedo y todos se unieron

El ejemplo se ha extendido por toda la región. Yemen, Argelia,  Irán, Jordania, y recientemente Libia son o han sido igualmente escenarios de revueltas en correspondencia con el agravamiento de los factores presentes en estos y otros países: tienen en común que son regímenes totalitarios con el consecuente déficit o ausencia de libertades, pérdida de empleos, descenso en la calidad de la vida, caída de la producción de riquezas, corrupción generalizada, abuso del endeudamiento, y una juventud sin esperanzas.

La juventud de estos países con un papel protagónico decisivo en la movilización de sus pueblos comprobó que cuenta con el poder y la tecnología para forzar cambios e instaurar gobiernos que sean capaces de garantizar la libertad, la seguridad y el progreso económico.

A raíz de estos hechos, la mirada de muchos observadores e interesados, dentro y fuera de Cuba valoran la posibilidad de que el contagio árabe se expanda en la Isla.

Para el gobierno de Cuba, el problema es complejo, en primer lugar, porque después de un vacilante cambio de mando de un Castro a otro, finalmente el actual presidente designado ha empezado a ejecutar acciones concretas para detener –al menos– el deterioro económico y productivo del país, empantanado en una de sus peores crisis.

Se trata de medidas incongruentes con los postulados tradicionales del sistema "socialista" instaurado, altamente burocratizadas, poco humanitarias, de alcance dudoso en sus resultados, que pudieran contribuir más a agravar las dificultades que pretende salvar que a resolverlas. Es decir, que si bien pueden constituir una suerte de entretenimiento temporal para parte de la población y diferir una supuesta reacción popular, bien pudieran terminar empeorando las carencias de todo tipo de la gran población, ahondando las marcadas diferencias sociales en un país que ha vivido 52 años bajo una propaganda sin competencia que anuncia todo lo contrario.

Sin embargo, el régimen cubano cuenta con vacunas probadas con éxito en la práctica y mientras las masas árabes se lanzan a las calles o empiezan a cosechar algunos resultados de sus demandas pacíficas, ensaya nuevas fórmulas contra cualquier disidencia.

La condición de isla es una ventaja que ha sido muy bien aprovechada por el régimen para regular el movimiento de y hacia el exterior, lo cual permite controlar en un porcentaje elevado el flujo libre de la información y el intercambio de ideas mediante viajes directos. Añádase el control total sobre los medios de comunicación: absolutamente toda la prensa escrita y radial y televisiva ha estado por décadas en manos del Estado, y sus contenidos determinados por el único partido político válido en el país, el partido oficial que continúa presidiendo Fidel Castro.

En cuanto a las telecomunicaciones, recientemente ETECSA, la empresa telefónica estatal, la única que opera en el país, compró el total de las acciones que compartía una empresa italiana, lo cual refuerza oportunamente el monopolio estatal del sector. También, con el arribo del cable submarino tendido desde las costas de Venezuela, un negocio entre empresas de ambos gobiernos, se consolida el control estatal, se afianza la vigilancia e información sobre la opinión pública y se refuerza la política de aislamiento de los grupos disidentes.

Y no pueden echarse al olvido los métodos de represión tradicionales: la infiltración de grupos, las detenciones, los procesos judiciales manipulados, ni tampoco las excarcelaciones a cuentagotas que se logran por efecto de determinadas presiones internacionales, ni las consecuentes deportaciones de los presos políticos liberados.

En Cuba, la prensa estatal publicó las noticias sobre los sucesos en Egipto y presentó al régimen de Hosni Mubarak como una creación de y al servicio del gobierno de Estados Unidos. Se empleó la palabra "dictadura", sin temor aparente, y se criticó duramente la permanencia de 30 años de Mubarak en el poder por el propio Fidel Castro en unas de sus "reflexiones", al parecer, sin temor a posibles suspicacias.

En un reciente video para el consumo interno del Ministerio del Interior (filtrado no se sabe por quién ni con qué intenciones) el conferencista expone la creación de "una plataforma tecnológica fuera del control de las autoridades cubanas y que permita el libre flujo de comunicación entre (…) los opositores, blogueros (…) y el mundo". En otro momento de su calificada exposición reveló lo siguiente: "… tenemos nuestros blogueros y vamos a combatir a ver cuál de los dos sale más fuerte".

El reciente levantamiento de la censura al Internet por el régimen es más un gesto de fuerza que de tolerancia. Es, además, una nueva medida propagandística que confunde a los espectadores foráneos, simplemente, porque ni el número ni las posibilidades con que cuentan los propietarios de los escasos blackberries, teléfonos celulares, computadoras, laptops, etc., que está en manos de cubanos de a pie, constituyen lo que el gobierno considera una amenaza real en lo que califican "guerra cibernética".

Lo que intento destacar es lo siguiente: hay razones más que suficientes para exigir cambios en Cuba. En realidad, son básicamente las mismas carencias de los pueblos del mundo árabe y otras regiones del mundo. Hasta ahora, los que se han decidido a hacerlo públicamente en la propia isla han sufrido las consecuencias de vivir bajo un régimen eficazmente represivo.

Peor aún, los ecos de sus acciones no han repercutido ni han sido conocidos más allá del entorno inmediato en que se producen. Más se conoce de ellos en el exterior que en el país. La población es mantenida al margen, o recibe los hechos distorsionados, desacreditados los objetivos, y todo el que disiente o critica es presentado bajo la categoría de "mercenarios al servicio del imperio" por todas las vías de que dispone el régimen. Los hermanos Castro, y sus comparsas, siempre han contado y cuentan con los recursos para ello, a pesar de las recurrentes y graves crisis que se han sucedido durante más de cinco décadas –incluyendo la complicidad de gobiernos que o bien miran para el otro lado o aprovechan el auto-bloqueo que se ha impuesto en Cuba y contribuye a sostener un régimen ahistórico.

Es poco probable que esta situación cambie y que se produzca un intento popular masivo como los que hemos visto en estos días de revoluciones televisadas. Si bien existen motivos para sustentarlo, ante la ausencia de un diálogo abierto, franco y realmente democrático que ayude a colocar de nuevo a Cuba sobre los raíles del crecimiento, el desarrollo real y el progreso, los que se aferran al poder no están dispuestos a ceder ni un ápice en su posición, contraria a los deseos de un pueblo agobiado, de espaldas al mundo moderno, que al igual que una manifestante en la plaza Tarhir de El Cairo, sólo quiere "que nos dejen vivir".