Desde hace más de 10 años realizamos estudios sobre la inserción de jóvenes y adolescentes en redes delictivas. Los estudios muestran que las redes delictivas no son provocadas y protagonizadas principalmente por jóvenes y adolescentes sino que muchas veces las personas adultas son las responsables de las mismas articulando a jóvenes y adolescentes.  Igualmente presentan que las redes delictivas tienen su principal operación y gestión fuera de los barrios urbano-marginales. El tejido delincuencial en nuestro país muestra, en los diferentes investigaciones que se han hecho, que su dirección no reside en los barrios urbano-marginales, sino que proviene de estratos de  altos ingresos.

Los factores que influyen en la integración de jóvenes y adolescentes en redes delictivas son múltiples y muy complejos según los trabajos que hemos realizado con esta población. En los que se puede identificar componentes estructurales, económico-sociales, culturales, políticos y de funcionamiento del sistema de justicia. En los componentes estructurales se encuentra la estratificación social, la inequidad en el acceso a oportunidades, la discriminación y segregación social de la población joven perteneciente a barrios urbano-marginales y su exclusión.

Otros factores estructurales trascienden a la población joven y al territorio como es el tejido estructural de las redes delictivas que se sostienen en el territorio pero su dirección y gestión se entreteje con los estamentos de poder político, económico y hegemónico. De ahí la impunidad convertida en una práctica cotidiana que sacude nuestro sistema de justicia.

Entre las adolescentes y jóvenes se identifican expectativas con respecto al joven u hombre en el que “ellas” se fijan. Este hombre o joven debe “mostrar” que mueve dinero

Hay un factor que debe dedicarse especial atención por su carácter de eje cohesionador entre las redes delictivas y la corrupción. Este es la presión social sobre “la apariencia” de dinero sostenida en patrones de consumo. La presión social tiene especial efecto en la población adolescente y joven. Consumo vinculado a uso de determinadas  “marcas” en: aparatos electrónicos, ropas, calzados, accesorios y prendas, así como en el porte de armas, vehículos y el modelo de peinados, aretes, uñas, tatuajes, entre otros.

Estas pautas de consumo tienen mucho peso en la población joven y adolescente que necesita en su desarrollo la aceptación social no importa el estrato social al que pertenezca.

En el caso de la población masculina la apariencia de que “tiene dinero” favorece su atractivo y sus posibilidades de conquista en la población femenina. “Ese hombre mueve dinero cómodo”. Entre las adolescentes y jóvenes se identifican expectativas con respecto al joven u hombre en el que “ellas” se fijan. Este hombre o joven debe “mostrar” que mueve dinero.

De ahí la presencia de “la picada” como fuente de ingresos rápidos mas allá de las posibilidades que ofrece un empleo o el sector informal.

Esto supone entonces una mayor demanda de dinero para la población masculina. En estas lógicas las grandes trampas del dinero fácil que se obtiene o con las relaciones políticas, relaciones de poder o actividades en conflicto con la ley son las más atractivas y su acceso va a depender del tejido de sus relaciones sociales e interpersonales.

La deconstrucción del “dinero fácil” que provoca “la picada” como modelaje social supone procesos de cambios en nuestra cultura social que atraviesan la masculinidad, feminidad,  ejercicio de poder y la impunidad.

Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY