"Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia"

Theodore Roosevelt.

Mientras más visible se hacen en el horizonte político las elecciones del 2020, más crece en el país la convicción de que este acontecimiento debe constituirse en una oportunidad única para cambiar el rumbo y apuntar a la solución gradual, de una manera menos convencional, a los problemas más importantes que enfrenta hoy la sociedad dominicana.

“Menos convencional” no significa seguir con lo mismo bajo otro nombre sonoro; es decir, con una gestión política atrapada en las redes de la corrupción, el amiguismo, el fenómeno creciente de captura del Estado por una oligarquía familiar insaciable y tramposa, con los sobrecostos económicos, la impunidad, las debilidades institucionales, las flaquezas e inmoralidades indecibles de una fracción importante de las autoridades, la hipoteca de un ahorro que no tenemos, la improvisación y deterioro de la seguridad ciudadana y la propiedad.

Con esas palabras queremos significar un cambio real y conmensurable que implante una modalidad de gestión sistémica ejemplar, responsable; que demuestre la capacidad de adoptar en todo momento y frente a cualquier problema decisiones morales y profesionales, que convierta en fuerzas internas dinámicas nuestra inserción en un mundo globalizado, que rinda cuentas y manifieste siempre su apertura sincera a la revisión legal y a las penalidades, sin condicionamientos ni discriminaciones odiosas.

Es un sueño donde vemos la rendición de cuentas no como un indicador más de la Administración, sino como la demostración de que en cada decisión política o institucional domina, de manera fehaciente y asequible, el buen juicio, la sensatez, la honestidad, la capacidad técnica y el interés nacional. Es un sueño donde vemos ocurrir cambios radicales en los actuales patrones de consumo y producción de nuestros recursos naturales, y en el modelo de negocios rentista y glotón que niega todo intento de hacer valer los derechos consagrados en nuestra Constitución.

Es precisamente el ejercicio cabal de estos derechos lo que al final de cuentas viene a definir al mismo tiempo la precondición y el objetivo final de un desarrollo más igualitario y menos concentrado, con mínimas grotescas asimetrías socioeconómicas y mejor distribución del ingreso. Es un sueño donde se razona no solo sobre desarrollo social incluyente; en él se aborda en profundidad, asumiendo todos los riesgos imaginables, el significado y los retos objetivos del desarrollo económico incluyente, sencillamente porque figura como determinante crucial del primero, pero también de la seguridad ciudadana en su acepción sistémica.

Liberarnos de las carencias y el miedo exige inevitablemente en esta etapa de la vida republicana el surgimiento y la determinación de hombres probos, competentes, que no sean enfermizamente proclives a trocar los principios por ventajas personales: en la conducción política renovada de la nación a la que aspiramos vemos efectivos facilitadores del desarrollo y no beneficiarios unilaterales de sus procesos.

Estamos cansados de agendas prescriptivas; necesitamos una que traduzca en hechos reales, cualesquiera que sean las dificultades en el camino, las aspiraciones legítimas de unos votantes que ya cumplen más de cinco decenios haciendo apuestas en el ruidoso y costosísimo carnaval clientelista que se repite cada cuatro años.

Nuestros reclamos y aspiraciones no niegan los avances logrados, especialmente en términos infraestructurales y productivos. Somos renuentes a todo fundamentalismo opositor inútil y ciego, a toda falta de racionalidad y unilateralidad en los abordajes. No obstante, reconocemos que estos avances han tenido un costo excesivamente alto para cualquier proyecto de verdadera viabilidad democrática en el futuro cercano; esto es, tal costo define un inapreciable desafío para cualquier determinación política que se proponga un desarrollo compartido con más seguridad, menos desigualdades y mayor eficiencia institucional. Un costo enorme en el ámbito moral y de los valores; un costo inadmisiblemente alto y pesaroso en merma de toda autoridad y orden social; un costo tan alto que puede efectivamente terminar convirtiéndonos en vergonzosos mendigos de la región.

Construyamos la opción, aportemos a su configuración conceptual, olfateemos las dificultades de su futura praxis.