La Revolución industrial (mediados del siglo XVIII e incluso principios del siglo XX) consistió en el cambio del trabajo manual hacia procesos de industrialización. Entre los principales aportes de este cambio de paradigma está el aumento de la producción, junto a la disminución de tiempo y costes. Dicho en otras palabras, se inició la era de la producción en serie.
Podríamos decir que como parte – o quizás consecuencia- de este proceso evolutivo, surge la producción en cadena o cadena de montaje, desarrollada por Henry Ford y que sirvió como sistema estándar para la fabricación del primer modelo de automóvil.
La construcción y en un sentido más global la arquitectura, ha estado ligada desde el principio a todo lo que significó la Revolución Industrial, ya fuera como beneficiaria directa o como respuesta sociológica a todo lo que provocó este fenómeno que cambió la forma de pensar de la sociedad.
Sin embargo y con el tiempo, la arquitectura y más específicamente las técnicas constructivas, se han quedado ancladas en una manera artesanal de hacer las cosas. La persistencia de algunos oficios dentro del campo de la construcción es una prueba de ello. Si es cierto que cada vez más y casi como algo habitual, se han industrializado varias fases y elementos compositivos de los edificios, también es cierto que industrias como la del automóvil nos sacan gran ventaja en cuanto al aprovechamiento de la producción en serie.
Gran parte de los productos que usamos y consumimos se han producido en serie en una fábrica. Entonces ¿por qué los edificios prefabricados aún se cuentan como algo un tanto anecdótico? No conocemos todas las respuestas a esta pregunta, pero si nos aventuramos a proponer una de ellas: en el imaginario popular la construcción prefabricada es percibida como algo con vida útil y funcionabilidad limitada, insegura y fuera de todo orden estético. Nada más lejos de la realidad.
Al día de hoy la construcción prefabricada no sólo representa durabilidad, seguridad y estética, sino también menor coste económico, rapidez en la fabricación y montaje (entre cuatro y seis meses) y posibles altas prestaciones energéticas.
En cuanto a este último punto señalado, podríamos ponderar algunos aspectos favorables, tales como el hecho de que al realizar gran parte del proceso constructivo en fábrica, se optimiza y reduce la utilización de materias primas y energía. Al mismo tiempo se genera menor cantidad de residuos no reciclables y al momento de la puesta en obra, solo se llevan a cabo labores de montaje y ensamblaje, minimizando la posible contaminación que genera una construcción convencional.
Cuando utilizamos el término modular dentro del contexto de la construcción prefabricada, hablamos de un sistema alternativo dentro del mismo campo, que ofrece mayores ventajas a la hora de plantear soluciones a un coste razonable, confortables y energéticamente eficientes. Este sistema de construcción consiste en módulos tridimensionales que salen listos de fábrica.
Estos módulos (diseñados y pensados para cada zona según sus condicionantes sociales, medioambientales y climáticas) traen ya de serie los equipamientos y las instalaciones que permiten su conexión inmediata a la red pública para el uso de sus habitantes. Son transportados hasta su lugar de emplazamiento en vehículos pesados y montados por grúas (apilados o en serie) según sea para un edificio en altura o para una urbanización horizontal.
El aspecto de estos módulos – si ha sido un propósito inicial de diseño- no evidencia ninguna diferencia con el aspecto de una edificación convencional, siendo incluso muchas veces más atractivas las construcciones modulares prefabricadas que las tradicionales.
Las ventajas y beneficios de esta interesante solución de diseño, sobrepasan los estereotipos ancestrales sobre la construcción modular y nos acercan al planteamiento de salidas más que óptimas al problema habitacional dominicano. Las autoridades competentes lo saben o por lo menos se lo imaginan.