Algunos medios de comunicación han informado que personas y grupos demandan que el Estado dominicano continúe construyendo el muro de alrededor de 376 kilómetros a lo largo de la frontera entre Haití y la República Dominicana. La idea de ese muro separatista que está en la mente y el deseo de algunos, debe ser bien ponderada, estratégicamente centrado; pues, es de suma importancia pensar y tomar la lógica decisión de formalizar y concretar la necesidad de implementar esta construcción. Hay que sopesar los múltiples perfiles, contingencias, y consecuencias efectivas o negativas particulares que deben ser tomadas en consideración y hacerlo pensando en las consecuencias que tendría a corto y extendido tiempo.
Desde épocas inmemoriales se han construido murallas, muros, vallados, baluartes y fortalezas para servir de líneas divisorias, defensoras y protección de invasiones o incursiones de tribus atacantes, hordas de bárbaros, intrusión de extraños o animales salvajes, jurisdicciones territoriales, naciones, ciudades y feudos. En algunos casos se construyeron para impedir o controlar la movilidad de personas, trafico ilícitos de gente, contrabando, fue puntual; pero a veces se lamentó la pérdida de intercambios culturales, deportivos y asuntos de envergadura económica como gestiones comerciales.
Los muros nunca han detenido eficazmente la movilización de personas y grupos que buscan mejoría social y económica. La historia está llena de evidencias de esta realidad. Una muralla en la línea fronteriza sería un muro de contención, pero no necesariamente una estructura de división entre pueblos.
El comercio entre los pueblos de la frontera es rentable, los intercambios son actividades humanas que elevan la cultura y los conocimientos de manera insospechable. Para bien o para mal, los intercambios seguirán a diversos niveles socioeconómicos, servicios médicos y de una realidad que generalmente no se conoce o se toma en consideración; esto es así, porque individuos y grupos de haitianos son devotos a la Virgen Altagracia y vienen a Higüey la semana del 21 de enero a venerar, cumplir promesas, dar gracias o pedir favores para mejorar alguna condición que sufren. Por otra parte, durante la Semana Santa y en otras fechas, muchos dominicanos van a Haití con fines de conseguir “agua bendita” en las iglesias católicas o para obtener servicios de los sacerdotes o brujos {houngan (hombre) o mambo (mujer)}.
Si el Estado Dominicano continua gastando dinero y recursos, que no tiene, para construir un muro de contención entre las dos naciones y no lo hace con sentido lógico y efectividad para prevenir, disminuir y eliminar el activo trato ilegal de personas hacia el territorio dominicano y más aún, frenar la dinámica actividad de contrabando que opera de ambos lados de la frontera, que como se sabe, está burlando los guardianes y esquivando los pagos de impuestos de aduanas que el Estado debe recibir. Si el muro no es efectivo para tapar los conductos de migración ilegal y obstruir los funestos escapes de pagos de gravámenes, sería la torpeza más vergonzosa de incapacidad jamás vista.
Si se construye un muro de contención en la frontera dominicana, los que pasaban el masacre a pie y “anba fil” (debajo de alambres), lo harán de otro modo; pues, siempre ha habido tratos de gobierno a gobierno, arreglos entre militares y funcionarios gubernamentales de ambos lados, contubernios entre empresarios hacendados de fincas agrícolas y ganaderas, y otros interesados que utilizan buscones para conseguir y traer obreros haitianos al país. Esta práctica es bien conocida, pero soslayada, porque en muchos casos se les pagan salarios más exiguos que demandan justamente los dominicanos y sin beneficios de asistencia de seguro de salud, despido, liquidación o vacaciones, ante esta realidad, se emplean a los nativos del país vecino de manera ilegítima y abusiva.
Se sabe muy bien que un muro mal diseñado entre los dos países sería una máscara engañosa de hipocresía, desvergüenza e inhabilidad. Se debe buscar formas legales de sensibilidad humana y con las modalidades propias para mejorar las condiciones de los obreros dominicanos y en caso de la necesidad de usar legalmente a los haitianos, hacerlo con la implementación justa de los derechos humanos y el respeto a la dignidad de las personas.