Como la amenaza anual de los huracanes que, materializándose o no, llenan de incertidumbre al pueblo dominicano, la ambición continuista de los gobernantes de turno, antes del vencimiento de cada período constitucional, hacen tambalear nuestro endeble Estado Constitucional.
A propósito de la fragilidad de nuestra Constitución Política, es oportuno recordar, como señala el reconocido profesor italiano de Derecho Constitucional, Giorgio Lombardi, en su estudio preliminar a la obra La polémica Schmitt / Kelsen sobre la justicia Constitucional, que “desde el célebre trabajo de Lord Bryce, tradicionalmente y todavía en la actualidad, las Constituciones suelen diferenciarse en Constituciones rígidas y Constituciones flexibles en función de si cuentan o no con mecanismos de revisión constitucional, esto es de si tienen un procedimiento agravado para su reforma”.
Por tal razón, sostiene que todas las Constituciones tienden en cierta forma a la rigidez debido a su natural propensión a dificultar o a complicar en la medida de lo posible los cambios. Las Constituciones se redactan partiendo de la premisa de que no van a ser modificadas porque están llamadas a acompañar el completo ciclo vital que marca el desarrollo político.
En nuestro país, por el contrario, paradójicamente, es más difícil reformar una ley que la Constitución, por supuesto, cuando se trata de posibilitar la reelección presidencial. Recordemos que en el 2015 la Constitución fue reformada, exclusivamente, para favorecer al actual presidente, Danilo Medina, mientras que ocho años después de la proclamación de la Constitución del 2010, más de 25 leyes orgánicas, incluidas la Electoral y la de Partidos Políticos, no han sido aprobadas.
Desde la Constitución Fundacional de 1844, se ha materializado la elevada cantidad de 39 reformas constitucionales, de las cuales 32 estuvieron motivadas en la reelección presidencial, lo que refleja el bajo nivel de respeto que sienten las élites políticas por la Constitución. Como se puede apreciar, la Constitución es sierva de aquellos gobernantes que se aferran al poder.
Sin embargo, lo más penoso es observar como los presidentes que reforman la Constitución con el propósito de reelegirse, le mienten descaradamente a su pueblo y utilizan los fondos y bienes del Estado para lograr imponerse en las elecciones.
¿A quién no le causó una profunda decepción la ambición desmedida del presidente de Bolivia, Evo Morales, por continuar en el poder? ¿Cómo respetar a alguien que convocó un referéndum para que el voto directo de los ciudadanos bolivianos decidiera su posibilidad de optar, nueva vez, por la reelección y que lo desconoció después de haberlo perdido? ¿Cómo podría terminar un presidente así, al margen de su buena gestión anterior? Recordado, más que como un buen presidente, como un violador de la Constitución y la voluntad popular.
Lo mismo le sucedería al presidente Danilo Medina si intentara imponer, nueva vez, la reelección presidencial, mediante una reforma del artículo 124 de la Constitución, o una interpretación sumisa por parte del Tribunal Constitucional de la vigésima disposición transitoria que el mismo redactó como garantía de que nunca más volvería a intentar reelegirse.
Es tiempo de frenar estas aventuras de autoritarismo constitucional, que dañan la democracia y generan crisis como la que vive Honduras y la que afectó al pueblo de Paraguay, donde el Congreso Nacional fue incendiado, en respuesta al frustrado intento del presidente Horacio Cartes de reformar la Constitución para instaurar la reelección.