No hay sobre esta tierra nada santo,
Por eso con razón escribieron los hombres,
“A Dios lo que es de Dios y al
César lo que es del César”.
Cuál será el por qué tenemos que estar pagando tal alto precio y al parecer eterna condena por nuestra real o supuesta “Primacía”. Una vez sus amigos mataron El Perínclito de San Cristóbal, se inició un periodo “justicialista” para borrar todo rastro de la Tiranía y, para esto, se emitieron leyes a trocha y moche, porque todo aquello relacionado con el Generalísimo era malo, atentaba contra el bienestar de la Nación, tanto así, que hasta la música en la cual se alababa a Trujillo quedó prohibida. Bien de bien, había que exterminar hasta las cenizas todo lo relacionado con la Era.
Enteramente de acuerdo pero, como siempre, todo o la mayoría de las cosas, principalmente las hechas por nuestros políticos, las dejamos a medias. Tenemos leyes para mil años sin que nuestros “representantes” tengan que molestarse por hacer más, ya que para todo, o casi todo, existe una ley que lo penaliza. Mentira del Diablo, porque todo está supeditado a los intereses particulares de quienes a partir de la “desaparición” de la tiranía, se han “sacrificado” por gobernarnos.
Como muestra un botón basta… ¡Los intereses de la Iglesia Católica, versus los intereses generales del pueblo dominicano! Creyente o no, no existe ninguna razón valedera para estar sosteniendo la funcionabilidad de una religión, aun y esté contemplado en el pedazo de papel llamado Constitución y que ningún político ha respetado. Por qué razón o motivo tiene el Estado, cada vez que construye un complejo habitacional tiene también que construirle una iglesia a la religión católica, incluyendo la casa curial, cuando las mismas deberían de ser edificadas por todos y cada uno de sus partidarios o fervorosos creyentes.
Pero, la razón o razones para esto, son bien conocidas… ¡El Concordato! ¡Sí, el bendito Concordato! El mismo del que a nadie le gusta hablar, el mismo que nuestros valerosos políticos le huyen como el diablo a la cruz y qué raro que así sea, porque si en realidad su intención era acabar con todo rastro de la Dictadura, la revisión o anulación de este pacto, hace tiempo que debió llevarse a cabo ¿o no?, ¿acaso no fue una “obra” del mismo dictador para congraciarse con ese poder factico?
Pero tirarse contra ese monstruo no es paja de coco. Ellos hacen y deshacen a su antojo y todo el mundo tiene que ajustarse a esos lineamientos, algo así como si estuviéramos en la Inquisición. Todo es donado o exonerado y tratado con manos de seda para no ofender sus jerarcas. A pesar de que sus adquisiciones están rodeadas de “buenas voluntades”, si las acciones, como el vender el terreno donde edificaron una gran plaza adyacente a un emporio católico lo hubiera llevado a cabo cualquier otra organización que haya recibido esos terrenos en donación por parte del Estado, no ha de dudarse, que los sanadores de almas, en su seminario, la protesta hubiera subido a los cielos pero, lo vendieron ellos y del dinero qué. Así si es bueno, ven la paja en los “pecadores” pero no ven la gran roca incrustada en sus ojos.
Y lo mejor es no profundizar mucho y solo exigir la anulación del “Concorgato”, perdón, quise decir concordato pero, a esta computadora se le daño el “delete”. El gobierno, sin importar la época, les repara y hace prácticamente nuevo el templo en Constanza y entre “ellos” y los irresponsables que llevaron a cabo la obra, cierran una de las calles que rodean el parque central añadiéndolo a los terrenos de la “Santa Iglesia” y nada pasó ni pasará. En tanto los dichosos curas de ese “templo sagrado”, despotrican en contra del gobierno por actuar correctamente contra los pobres padres de familia que estaban destruyendo un parque nacional. Creo en Dios pero, también creo en lo expresado por Karl Marx, sobre que “la religión es el opio de los pueblos” y, por eso se alimentan con los más desposeídos y de aquellos carentes hasta para un poco pensar. Así nomás, que desaparezca el Concordato, porque en si es inconstitucional, al solo haber creado un real y verdadero monopolio religioso, apoyado con los dineros del pueblo. ¡Sí señor!