I

A los jóvenes estudiantes de los colegios

Santa Teresita y Lux Mundi

y a los demás jóvenes lectores

Este año, como ya ha sido de conocimiento público, la Universidad INTEC dedica un día a un escritor o a alguna personalidad cultural, para dialogar y conocerlo mejor. El viernes 24, a las diez de la mañana en la Biblioteca Emilio Rodríguez Demorizi  me toca estar en la silla caliente. Agradecemos a las autoridades académicas que me escogieron, aunque no creo tener méritos para ese honor.

Los estudiantes, acompañados de los directores de los colegios a los cuales dedicamos en especial estas revelaciones, profesores Amalia Incháustegui e Iván Mejía, al que agregamos el joven estudiante José Luis Bordas Sméster que me mostró sus primeros versos y al que nada aconsejé, reservando entregarle las cartas de Rilke; él y especiales las hembras hicieron  multitud de preguntas en los clásicos encuentros conmigo sobre mi vida y mi obra. Cuando me pidieron consejos, lo mismo que hice recientemente en la UASD, fue decirles que leyeran a los clásicos. Que se formaran primero. Sin embargo, aunque les pedí a los universitarios que fueran parricidas, que nos superaran a todos, que esa es una de las misiones de la juventud, he querido dejarles, no solo las fuentes de donde tomé los Consejos de un maestro del verso, sino algo más: El link de un tesoro riquísimo en datos y en textos clásicos y modernos: Me refiero a Ciudad Seva. Recientemente informado por sus autoridades de lo ocurrido en Puerto Rico, su sede, siguen esperando que en breve término sus dificultades por la ausencia de facilidades ocasionados con motivo de los huracanes Lucía y María sean superadas y poder seguir manteniendo contacto directo con sus suscriptores, que podrían serlos cualesquiera que lo desearan, bastando con solicitarlo gratis a ellos para rccibir sus cuentos y sus poemas.

Bajado, pues, de su rica biblioteca, resumiremos a nuestros lectores y en especial a los jóvenes, ya que a uno entonces, Franz Xaver Kappus (1883-1956), a la sazón interno como cadete en una institución militar alemana, al final, aunque la última  comunicación fue con el oficial, quien, llegó destacarse como novelista y guionista. Las misivas fueron escritas de 1903 a 1908 y las editó en 1929 con eltìtulo Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke (1875-1926). Que la disfruten ahora, y in extenso cuando la bajen.

II

Cartas a un joven poeta

(http://ciudadseva.com/texto/cartas-a-un-joven-poeta/)

Aunque el volumen no es extenso y el ya maduro Franz Xaver  publicó obras como  narrador y guionista, se le recuerda más por estas famosas cartas.

Debemos explicar a los jóvenes que Rainer María Rilke es considerado uno de los más grandes poetas en lengua alemana. Nacido en Praga como Franz Kafka, los países europeos consideran que todo lo producido en su lengua le pertenece al país, que la verdadera nacionalidad cultural es el idioma que se habla. Lo que no ocurre con España, curiosamente. Recomendamos su lectura, por desgracia en traducciones, algunas excelentes, especialmente de sus obras poéticas Elegía de Duino y Sonetos a Orfeo, ambas de 1923.

Ya sin preámbulos, iniciando con la primera carta completa, solo poniendo al final la fecha de la misma, entregamos este precioso regalo lírico.

Los consejos de Rilke

Hace solo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya grande y afectuosa confianza quiero darle las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto, resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos equívocos más o menos felices.

Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente se nos quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables; suceden dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna. Y más inexpresables que cualquier otra cosa son las obras de arte: seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la nuestra que pasa y muere, perdura.

Dicho esto, sólo queda por añadir que sus versos no tienen aún carácter propio, pero sí unos brotes quedos y recatados que despuntan ya, iniciando algo personal. Donde más claramente lo percibo es en el último poema: “Mi alma”. Ahí hay algo propio que ansía manifestarse; anhelando cobrar voz y forma y melodía. Y en los bellos versos “A Leopardi” parece brotar cierta afinidad con ese hombre tan grande, tan solitario. Aun así, sus poemas no son todavía nada original, nada independiente. No lo es tampoco el último, ni el que dedica a Leopardi. La bondadosa carta que los acompaña no deja de explicarme algunas deficiencias que percibí al leer sus versos, sin que, con todo, pudiera señalarlas, dando a cada una el nombre que le corresponda.

Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien–ya que me permite darle consejo– he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: “¿Debo yo escribir?” Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un “Si debo” firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehúya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo.

Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida.

Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.

Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga usted que renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil: en todo caso, su vida encontrará de ahí en adelante caminos propios. Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.

¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda debidamente recalcado. Al fin y al cabo, yo solo he querido aconsejarle que se desenvuelva y se forme al impulso de su propio desarrollo. Al cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que la que sufriría si usted se empeñase en mirar hacia fuera, esperando que del exterior llegue la respuesta a unas preguntas que sólo su más íntimo sentir, en la más callada de sus horas, acierte quizás a contestar.

Fue para mí una gran alegría el hallar en su carta el nombre del profesor Horacek. Sigo guardando a este amable sabio una profunda veneración y una gratitud que perdurará por muchos años. Hágame el favor de expresarle estos sentimientos míos. Es prueba de gran bondad el que aún se acuerde de mí, y yo lo sé apreciar.

Le devuelvo los adjuntos versos, que usted me confió tan amablemente. Una vez más le doy las gracias por la magnitud y la cordialidad de su confianza. Mediante esta respuesta sincera y concienzuda, he intentado hacerme digno de ella: al menos un poco más digno de cuanto, como extraño, lo soy en realidad.”

  (París, a 17 de febrero de 1903)

De la segunda carta, extraemos:

“Sólo dos cosas más querría decirle hoy:

En primer lugar, algo acerca de la ironía. No se deje dominar por ella, y menos que en cualquier otra ocasión, en los momentos de esterilidad. En los que sean fecundos, procure aprovecharla como un medio más para comprender la vida. Empleada con pureza, también la ironía es pura, y no hay por qué avergonzarse de ella. Pero si usted siente que le es ya demasiado familiar y teme su creciente intimidad, vuélvase entonces hacia grandes y serios asuntos, ante los cuales ella quedará siempre pequeña y desamparada. Busque la profundidad de las cosas: hasta allí nunca logra descender la ironía… Y cuando la haya llevado así al borde de lo sublime, averigüe al mismo tiempo si ese modo de entender la vida brota de una necesidad propia y esencial. Pues entonces, bajo el influjo de las cosas serias, acabará por desprenderse de usted -si es algo meramente accidental-; o bien -si es que realmente le pertenece como algo innato- cobrará fuerza, y se convertirá en un instrumento serio para incluirse entre los medios con que usted habrá de plasmar su arte.

Lo otro que yo quería decirle es esto: De todos mis libros, muy pocos me son imprescindibles.

¡Que siempre le salga todo bien en sus caminos!

        (Viareggio, cerca de Pisa (Italia), a 5 de abril 1903)

Por razones de espacio, concluiremos con la última, la décima carta. Indicando a los lectores, sobre todo a los jóvenes, a bajar, no solo este libro, sino toda la obra de Rilke, que está en la Web. Si se inician ahora, como el joven José Luis, creo que les hará mucho bien.

Ha de saber usted, querido señor Kappus, cuánto me alegra tener esa hermosa carta suya. Las noticias que me da, reales y francas, como ahora vuelven a serlo, me parecen buenas. Y cuanto más lo pienso, más se afianza en mí la sensación de que son buenas de verdad. Esto, por cierto, quería yo decírselo en ocasión de Nochebuena. Pero por causa del múltiple y continuo trabajo en que vivo envuelto este invierno, me sorprendió la antigua fiesta, llegando tan pronto que apenas tuve tiempo para los recados más urgentes y mucho menos para escribirle. Pero a menudo he pensado en usted durante estos días festivos, imaginando cuán tranquilo debe de estar en su solitario fortín, perdido entre esas montañas desiertas, sobre las que se precipitan los poderosos vientos del sur, como si quisieran engullirlas a grandes trozos.

Debe de ser inmenso el silencio en que hay cabida para tales ruidos y movimientos. Cuando se piensa que por añadidura se agrega a todo eso la presencia del mar lejano, con su propio sonido, constituyendo tal vez el tono más íntimo y entrañable en esa armonía de prehistórica magnitud, entonces ya sólo resta por desearle a usted que, lleno de confianza y de paciencia, deje obrar en su ánimo la grandiosa soledad, que ya nunca podrá ser borrada de su vida, y que en todo cuanto le queda por vivir y hacer, actuará cual anónimo influjo, de un modo continuo y decisivo. Algo así como en nosotros fluye sin cesar la sangre de nuestros antepasados, mezclándose con nuestra propia sangre para formar el ser único, singular e irreproducible que somos, cada cual de nosotros, en cada recodo de nuestra vida.

Sí: me alegro de que usted cuente ahora en su haber esa existencia firme y determinada. Ese título. Ese uniforme. Ese servicio. Todo ese conjunto de cosas tangibles y concretas, que en tales parajes, como los que ahí le rodean, con una guarnición poco numerosa e igualmente aislada, no deja de adquirir un sello de gravedad y urgencia, y que, por encima de cuanto en la carrera militar hay de juego frívolo y pasatiempo, significa servicio siempre alerta, y no sólo admite la observación individual y autónoma, sino que hasta la fomenta y educa precisamente. El hallarnos en circunstancias que nos formen y labren, colocándonos de vez en cuando ante cosas grandes y naturales, es todo cuanto nos hace falta.

También el arte es sólo un modo de vivir. Aun viviendo de cualquier manera, puede uno prepararse para el arte, sin saberlo. En cualquier realidad se está más cerca de él que en las carreras irreales, artísticas a medias, que, aparentando cierto allegamiento al arte, en la práctica niegan y socavan la existencia de todo arte. Como lo hacen, por ejemplo, el periodismo en su totalidad, casi toda la crítica profesional, y las tres cuartas partes de lo que se llama y quiere llamarse literatura.

En pocas palabras: me alegro de que usted se haya salvado del peligro que representa el caer en todo ello  y ahora viva, en un lugar cualquiera, solitario y valiente en medio de una ruda realidad. ¡Ojalá pueda el año que está por llegar, mantener y afirmarlo en ella!

Siempre, Su

Rainer María Rilke

(París, al día siguiente de navidad de 1908)