Publius me vuelve a escribir sobre su tema con la residencia norteamericana, de interés para todo el dominicano que tiene el privilegio de ese estatus.  Después de casi veinte años, Helmis Moes contacta a los miembros de la entidad donde fue pasante, en los años que a sus mecenas no importaba el rugido acosador de dos leones y otros mercantilistas. Busca espacio para volver a opinar sobre la deuda externa. También recibo carta de un corredor, tan feliz como el Félix olímpico, por pasar con buena nota sobre la valla de examen que exige la Superintendencia de Valores.  Veamos que traen Publius, Helmis y Brokeró.

Publius. “Hace un par de semanas entré a los Estados Unidos, con la armadura de algodón, suspensorio de seda y humildad de franciscano que debe acompañar a todo el que estando “ni-ni”, ni trabajando ni viviendo en ese país, se presenta ante oficial de migración con pasaporte y tarjeta de residencia.  Esta vez estuve más tranquilo.  Apliqué para un permiso de estadía prolongada, con la motivación de permitir que  mis tres hijos, ciudadanos norteamericanos, adquieran en los próximos dos años los niveles de escolaridad que aseguren una mejor inserción a su sistema educativo.  Este fue aprobado y con el documento que así lo acreditaba, esperaba que la acostumbrada visita al “cuartico” fuese exonerada o menos estresante que la del evento que conté hace unos meses,  en el espacio que le cede este periódico digital.

Aunque esta vez no pasé por ese angustioso escrutinio, puedo inferir que la situación para los que estamos con un “pie aquí y otro allá” sigue complicada.  Tal vez ahora un poco más que nuestra política migratoria tiende a cambiar la laxitud que la caracterizaba con respecto a los nacionales haitianos.   Al examinar en el aeropuerto de Miami o New York  los papeles de un dominicano que viaja con visa de paseo, es probable que el oficial ponga poco caso a nuestros recientes debates sobre la situación migratoria.  El turista viene a gastar, compra regalos y se marcha.  Por breves minutos el agente se concentra en evaluar y hacer un juicio sobre la probabilidad de que las fotos y comentarios que el visitante publique en las redes sociales, sean consistentes con sus respuestas en la corta entrevista. Jamás le va a preguntar lo que el paisano hubiese hecho si a él también el juez le manda un libro de cortesía. No hay tiempo. No importa.

Pero si en vez de visa, el quisqueyano valiente se le presenta con una residencia sin arraigo en la tierra de los bravos y libres, el oficial de migración tendrá en cuenta el nuevo orden legal más estricto que aplican sus homólogos dominicanos al tránsito de extranjeros.  Si le toca una entrevista más hostil para averiguar la realidad de su caso, entienda que no es consecuencia de un juicio de valor sobre la famosa sentencia, el plan de regularización y las tensiones entre los gobiernos de la isla.  Tampoco una revancha por el replanteo que éstas han provocado en las rutas del flujo migratorio, elevando, por ejemplo, las alertas para la guardia costera de sus territorios u horarios extendidos en la supervisión de puertos y aeropuertos. Es más simple. Lo que en los negocios creo llaman “benchmarking” también es válido para las entidades que aplican políticas públicas. En ese monitoreo que allá hacen a sus pares caribeños y de otras latitudes, nos ven escalando peldaños en el celo por aplicar el actual ordenamiento jurídico y el caso, sin duda,  fue resaltado en una de las diapositivas de los talleres sobre eventos recientes que se imparten regularmente a los oficiales.   Como ven, el mal rato que lo puede enviar a un juez que revise su estatus de residente, no es nada personal. Tampoco está relacionado con la opinión que tenga sobre lo que aquí acontece en esta materia. Su opinión, sin embargo, si pone en su conciencia una encrucijada o dilema moral. Me explico.

Si es de los que ha opinado públicamente a favor de las nuevas medidas migratorias, es hora de que entregue, si no lo ha hecho ya, la residencia que posee sin tener vivienda o trabajo en los Estados Unidos. Ocioso abundar sobre un caso obvio de hipocresía, doble moral o a Dios rogando y con el mazo dando.  Si es un entusiasta opositor, indiferente al debate que ya lo hastía o  todavía indeciso en que lo que sopesa argumentos, la situación es la misma en cada caso: están haciendo uso discrecional de un documento de residencia cuya finalidad es clara y precisa, tal vez confiado en que volverán los años de tolerancia y laxitud de los oficiales de migración en el siglo pasado. Despierten. Vuelvo aconsejarles que busquen asesoría de expertos que les permitan decidirse entre cambiar a visa de paseo, usar la residencia como la ley manda y optar, si lo desea, por los beneficios de tener la doble ciudadanía.  Para consultas por aquí, recomiendo a Karina Pérez o Yadira Morel; en New Jersey, como explique en el artículo anterior,  nadie mejor que Don Israel Del Monte.”

En deuda externa y exámenes en mercado de valores, en otra oportunidad complacemos a los colaboradores Helmis Moes y al corredor que me pide lo presente con el seudónimo Brokeró.