Resulta beneficiosa volver a los clásicos y descubrir allí, a partir de su lectura crítica, formas para iluminar el presente y modos de conducción apropiados o razonablemente prudentes en medio de la situación de incertidumbre o frente al peligro que nos acecha en estos días pandémicos. La vieja distinción griega entre lo público y lo privado sirve de marco para Aristóteles establecer la diferencia, en su tratado sobre la retórica, entre el consejo y la disuasión.
Partiendo de que la vieja retórica solo estaba enfocada en la oratoria judicial, el estagirita se encamina a plantear lo que llamó una nueva retórica. Esta última debía enfocarse en dar cuenta de los usos de la palabra en cualquier circunstancia, más allá de los usos judiciales. La nueva retórica debía mostrar los modos más eficientes de persuasión a través de la palabra en otros ámbitos fuera de la acusación o la defensa.
Por esta razón es que Aristóteles, partiendo del tipo de auditorio, entenderá tres grandes tipos de retórica: la judicial, la deliberativa y la epidíctica. Digamos que la judicial es la que aborda la vieja retórica; los nuevos ámbitos de estudios serán los de la retórica deliberativa, que siempre trata de lo que vendrá, busca aconsejar o disuadir. Estos dos últimos términos son los de mi interés para entender estos días y los comportamientos, justificados o no, que nos causan tanta extrañeza.
Partamos de un sentimiento que es un desafío tanto individual como para la colectividad: estamos inmersos dentro de lo que se ha convenido en llamar “fatiga pandémica”, esto es, un agotamiento psíquico motivado por la vivencia de este largo periodo de pandemia y el encerramiento que conlleva como medida necesaria para el distanciamiento social. Creo que desde el más ligero de pensamiento hasta el más comedido coinciden en que este encerramiento forzoso nos tiene “a coger la calle”, como popularmente decimos.
Lo propio al discurso deliberativo es que está en el ámbito de los cursos de acción a tomar frente a lo que es desfavorable o dañino. Hay una realidad de incertidumbre o de riesgo para los individuos; por tanto, quienes deben tomar decisiones colectivas hacen uso de la palabra con el fin de mostrarnos lo conveniente (a seguir) y lo perjudicial (a evitar). Aquí es cuando el consejo y la disuasión entran en juego como formas básicas del discurso deliberativo.
Señala Aristóteles que el consejo se inscribe en la esfera privada y regularmente el tiempo es el futuro, como lo es también para el discurso deliberativo. Un consejo es un curso de acción posible en unas circunstancias determinadas. Como hace Epicuro en Cartas a Meneceo, indica los pasos a seguir para obtener la felicidad; pero no obliga; da razones convincentes, pero no impone. Disuadir es mostrar con evidencias de que determinado curso de acción o pensamiento traerá una serie de daños o desavenencias y se trata de convencer al auditorio al cambio de actuación o de pensamiento. Si en el consejo se mira lo posible como bueno, en la disuasión lo que viene es dañino y, por tanto, se pretende evitarlo.
Las autoridades sanitarias o cualquier persona cercana a un individuo pueden aconsejar y también puede disuadir a la persona o a la colectividad frente a este momento de agotamiento pandémico. Los usos de las palabras y los mecanismos para la persuasión no se restringen a la separación entre lo público y lo privado. El consejo no es solo del ámbito privado y la disuasión no es solo de la esfera pública, como pretende Aristóteles en La Retórica.
Los que detentan el poder suelen echar mano de la disuasión que representa un castigo como la multa o la privación de la libertad individual. Pocas veces hacen campañas brindándoles posibilidades de actuación a la colectividad y si lo hacen están acompañadas también de la disuasión del castigo posible si no atiende al llamado. Se parte de que históricamente el mecanismo más eficiente para doblegar a las masas ha sido la represión; pero también el más costoso para todos.
Hoy cosechamos lo que se ha sembrado anteriormente en términos de formación del ciudadano, aceptar el consejo o acatar la disuasión siguen siendo tareas pendientes que aprender en todos.