El familismo amoral, la actitud consistente en preocuparse sólo por el beneficio personal y familiar, en detrimento del interés común, tiene lesivas consecuencias para la conformación de una sociedad de derechos y deberes.

Una de estas consecuencias es, por supuesto, el socavamiento paulatino de todo proyecto dirigido al interés común. En la medida que las propuestas comunitarias fracasan en el devenir de los procesos históricos, afectando la correlación de fuerzas en favor de las ideologías individualistas, se va reforzando la convicción de que el único proyecto sostenible y válido es el que se lleva a cabo para favorecerse a sí mismo. Se desarrolla entonces una actitud cínica ante todo aquel que pretende trascender esta mentalidad y los esfuerzos por conformar grupos y movimientos sociales termina sucumbiendo ante lo que Juan Bosch denominó: “el grupismo”.

Con dicho término, Bosch se refería a la tendencia de la pequeña burguesía dominicana a agruparse sólo para lograr satisfacer intereses particulares e inmediatos. Es frecuente cómo, en nuestra historia, cualquier agrupamiento cuyo objetivo, en teoría, era la consolidación de una finalidad dirigida al bien común, se convirtió en un apandillamiento de individuos cuyas ambiciones fueron satisfechas aún a costa de lesionar principios básicos de convivencia social.

Esta forma de apandillamiento continúa gravitando en el escenario dominicano promoviendo para las funciones públicas sólo a aquellos que garantizan sus intereses, aún carezcan de las condiciones mínimas para el ejercicio de los cargos llamados a dar servicios a la ciudadanía. Se rebelan contra quienes afectan sus fines y boicotean cualquier proyecto de interés común si no pueden obtener de él beneficios personales, o si el mismo representa la ruptura con el tráfico de influencias y relaciones clientelares que han construido con el tiempo.

En semejante escenario, todo el que plantea un proyecto alternativo es visto como un hipócrita, no sólo por el pesimismo social que se va interiorizando hasta los tuétanos, sino también por la ideología justificadora del orden que enseña: “nadie es sincero cuando dice pensar en los otros, por tanto, sólo nos queda pensar en nosotros”.