Conocí a un pintor en mi pueblo que se levantaba diariamente a trabajar a las cinco de la mañana, lamentablemente su imposibilidad para establecer comunicación normal con los de su entorno termino enfermo y adicto

Estando una vez en su taller le oí recriminarle a su hijo su falta de habito para el trabajo y entre las cosas que le dijo fue; "terminaras como Conrado Lazaro".

Conrado Lazaro era uno de los personajes importantes del barrio en que disfrute la infancia  junto al grupo en aquellos años maravillosos.

En  Santiago  hay una calle cuyo nombre  es un  homenaje a los acontecimientos que tuvieron lugar el 24 de enero de 1856. En la sabana de Jacuba.

La estrechura de esta vía se debe a que en los primeros años del siglo aquella zona era la periferia de la ciudad.

La ciudad creció  y aquel sector  es hoy parte del centro histórico de la ciudad.

Conrado  Lázaro  es desde aquellos tiempos mi personaje favorito. Hijo del señor de las polainas que se la pasaba todo el tiempo hablando solo. O con los espíritus como decían mis compañeros.

Enamorado eterno de una de las muchachas del grupo, la nieta del dentista quien con el tiempo seria la esposa de un importante  músico dominicano.

Poeta –naif- si cabe el nombramiento, me mostraba los poemas inspirados en su enamorada los que escribía en un cuaderno escolar  que adornaba con dibujos de   corazones y  otras alegorías encantadoras  que les son propias.

Alguna vez llegue a pensar que Conrado, tan parecido al viejo era hijo de la vieja Teresa.

Teresa a la que llamábamos –vieja- perdió con los años la compostura de su columna vertebral, caminaba apoyada de un bastón y a ella es que todos los muchachos del barrio acudíamos a pedir el permiso para disfrutar de las cerezas de su amplio patio.

De la belleza de otros tiempos habla su mirada. Era del conceso de los muchachos de barrio  que aquella mujer fue la esposa de aquel extraño hombre de las polainas, breteles de botones y chaleco.

Era la ultima etapa de la  locura del viejo dueño de aquel  caserón que tanto atraía mi atención que fue edificado varias décadas  atras para la vivienda de otro tipo de personajes cuya condición económica era diferente.

El grupo de los muchachos de la barriada estaba compuesto por los hijos de maestras de escuela de abogados empleados municipales

Odontólogos, panaderos, hacendados secretarios de oficinas  pulperos y amas de casa.

El viejo dueño de aquella casa

usaba los pantalones  ya rotos,   con breteles abotonados y sobre sus zapatos de otras épocas, sus viejas polainas. Además de la vestimenta extraña llamaba la atención sus eternos soliloquios mientras paseaba por la destruida galería de la vieja casona.

En el patio se había construido una caseta casi improvisada que cuando la conoci ya estaba destartalada.  Allí vivía la vieja  Teresa,  como le decíamos.

Conrado hablaba solo o sino,   estando junto a mi hablaba con alguien que además de desconocido nunca le vi.

Alguna vez sorprendido por mi expresión extraña  se justifico diciendo que aquellos espiritus nunca le dejaban tranquilo.

Su   olor a sudor viejo era  perenne. Llegue a pensar que una misma ropa se desgastaba sobre su cuerpo.

De mi amistad con Conrado quedo en mi experiencia la construcción de una cámara fotográfica con la caja vieja de una que fue desechada por inservible. Los resortes y demás artefactos los obtuvimos de un viejo reloj que nos cayó como anillo al dedo.

Nuestra emoción compartida fue de alegría cuando nos llego la película revelada en blanco y negro. Fue el producto  de las fotografías que tomamos.

Mi primer caballete, fue hecho por los dos  a solicitud de Conrado cuando hubo que pulir los listones con que lo armamos, al  carecer de papel de lija o de aparatos sofisticados la improvisación y la emergencia nos llevo al vidrio de una botella rota y así pulimos la madera del caballete.

Un destacado personaje de la ciudad mantuvo hasta su muerte  una columna diaria en el periódico La Información de Santiago. El firmaba sus escritos con el pseudónimo de "Conrad Lazard".

Después con el tiempo supe que a Conrado se lo habían llevado para el manicomio.  Yo era ya adulto cuando supe de su muerte en el manicomio.

Como las palabras de mi viejo profesor, allá en la escuela de Santiago. "el hombre olvida lo que el niño amo"