Nada hay tan difícil como conocerse a sí mismo.” -Thales de Mileto

“Conócete a ti mismo" era el ya-entonces-tradicional precepto que Sócrates repetía a sus discípulos hace casi 25 siglos. Platón lo transmitió a Aristóteles, quien asignó a su más célebre pupilo, Alejandro, la misma singular tarea, como lo evidencia su testimonio del desafío que supone este interminable ejercicio, al revelar que:

“Conocerse a uno mismo es la tarea más difícil porque pone en juego directamente nuestra racionalidad, pero también nuestros miedos y pasiones. Si uno consigue conocerse a fondo a sí mismo, sabrá comprender a los demás y la realidad que lo rodea”.

Implícito en las palabras de Alejandro Magno aflora el tributo al valor del ejercicio de conocerse a sí mismo para el éxito en la vida más allá de la contemplación espiritual. De seguro que él recordaba vívidamente la sentencia de su maestro en el sentido de que, “Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo.” Conocerse no es tarea solo para filósofos, sino sobre todo para  gente de acción. Lamentablemente muchos creen que es una pérdida de tiempo, o “cosa de mujeres”, con las nefastas consecuencias que con frecuencia conlleva el ignorar la sabiduría destilada de los Antiguos.

En realidad, conocerse a sí mismo era desde sus albores el primer mandamiento de la civilización helénica, cuyo epicentro espiritual fue el santuario de Delfos. “Conócete a ti mismo” rezaba la entrada al templo dedicado a Apolo frente al monte Parnaso.  Luego en la intimidad del recinto sagrado donde se pronunciaba el Oráculo,  destacaba la inscripción admonitoria con el texto in extenso:

"Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Mortal, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses".

Quienes llegaban desde lejos hasta el ombligo del mundo en busca de la revelación del oráculo de Delfos eran advertidos en términos inequívocos de que no hay atajos para conocer los misterios de la naturaleza, ni del porvenir. Que el precepto aplica a monarcas y mendigos por igual, y que la fiebre no está en la sábana. No hay misterios: el oráculo solo sirve a quien se conoce bien a sí mismo y solo ayuda a conocerse mejor a sí mismo.

Pero no es solo la tradición de Occidente que insiste en que lo fundamental es la conciencia del propio ser. Con un matiz diferente el contemporáneo Confucio apuntaba en Oriente la importancia de conocer sus propias limitaciones al expresar que “el auténtico conocimiento es conocer la extensión de la propia ignorancia.”

El conocimiento de nuestras fortalezas y debilidades es lo que nos permite crecer como persona, apoyándonos en la pata fuerte para fortalecer la más débil, y así cojear menos. Somos cojos, pero no inválidos. Debemos reconocer lo que somos y aceptarnos de buena gana, pues no conviene querer ser la persona que no somos. Sin embargo, sí podemos (y debemos) perfeccionar  lo que somos, superándonos en base a sacrificio y esfuerzo. Conocerse para superarse, conocerse para seguir conociéndose, conocerse como un proceso dinámico para toda la vida, análogo a “aprender a aprender”. Así reinterpreta San Agustín desde el cristianismo  la máxima griega, ordenando: “Conócete, acéptate, supérate.”

No solo guías espirituales, místicos y filósofos destacan lo fundamental de conocerse a sí mismo. Los científicos más rigurosos y defensores de la razón como herramienta para conocer la naturaleza también reconocen lo fundamental de la introspección. Como muestra nos sirve la expresión del estudioso de los lejanos astros, Galileo Galilei, al afirmar que “la mejor sabiduría es conocerse a sí mismo.” No todo gira en torno a nosotros, nos revela el íntimo conocimiento de uno mismo.

Nuestra variación preferida sobre el tema del “autoconocimiento” son los versos de Alexander Pope en la Epístola II de su “Ensayo sobre el hombre”, que arrancan:

“Conócete a ti mismo: no pretendas

de Dios la esencia penetrar, amigo.

Estúdiate a ti mismo, pues el hombre

es el más propio estudio para el hombre.”

En tono socarrón – lleno de sarcasmo al tratar un tema de tanta trascendencia-  el poeta exhibe la envidiable capacidad de los ingleses de reírse de sí mismos, sin ofender a nadie. “Ve, enséñale a la Sabiduría Eterna cómo gobernar- ¡y luego cae en ti mismo y sé un idiota!” Pope retrata al ser titubeante, que pende entre la pasión y la razón, que es el ser humano. Un instante se cree Dios, y al siguiente, menos que animal. Excelente guía, didáctica y entretenida, para quien quiere aventurarse en el pozo profundo de su propio ser, es el poema cuya lectura recomendamos.*

Concluimos este largo periplo desde la Antigüedad, con paradas en el Cristianismo de la Edad Media, el Renacimiento y la Ilustración, desembocamos en la antesala de la Singularidad, preguntando:

¿Tiene vigencia aun la máxima pre-socrática sobre la importancia de conocerse a sí mismo después de más de 2500 años desde su proclamación?

El futurólogo Yuval Noah Harari recomienda auto conocerse como vacuna contra el peligro de ser dominados por los algoritmos de la Súper Inteligencia Artificial.**

O quizás sea cuestión de velar por lograr que los desarrolladores de los algoritmos programen la capacidad de auto-conocerse en sus creaciones artificiales inteligentes. Y ya que están en eso, que por favor programen la capacidad de reírse de sí mismos, como los ingleses, en sus vástagos artificiales.

Mientras tanto, en las pantallas de mis artefactos inteligentes se lee con claridad el adagio milenario grabado en el ombligo del mundo antiguo:

“Conócete a ti mismo”.

*http://www.otroparamo.com/alexander-pope-epistola-ii-de-su-ensayo-sobre-el-hombre/  texto  inglés y español

**If you don’t like this, and you want to stay beyond the reach of the algorithms, there is probably just one piece of advice to give you, the oldest in the book: know thyself. In the end, it’s a simple empirical question. As long as you have greater insight and self-knowledge than the algorithms, your choices will still be superior and you will keep at least some authority in your hands. If the algorithms nevertheless seem poised to take over, it is mainly because most human beings hardly know themselves at all.–Yuval Noah Harari en “Big Data, Google and the End of Free Will”  https://www.ft.com/content/50bb4830-6a4c-11e6-ae5b-a7cc5dd5a28c