Ninguna confrontación se parece más a una guerra civil, por su componente de pasión y destrucción, que un enfrentamiento descarnado a lo interno de un partido político.

A propósito de conflictos internos que se producen cíclicamente al interior de los partidos políticos, surge la interrogante: ¿Qué conduce a dos compañeros de partido que han llegado a cultivar una entrañable amistad, a romper sus relaciones, muchas veces de manera irreparable, por desavenencias internas?

La respuesta es, como el título de la famosa obra del dramaturgo español Jacinto Benavente: los intereses creados.

Las confrontaciones entre los principales líderes de los partidos políticos son cíclicas y terminan casi siempre dividiendo a las formaciones partidarias. Estas son frecuentes en las democracias que carecen de regulaciones efectivas para garantizar el funcionamiento democrático de los partidos.

Por el contrario, en aquellas democracias en las que la ley regula la escogencia de los candidatos, mediante métodos democráticos de elección, la probabilidad de que los partidos se dividan es mínima.

Diferente a los conflictos que surgen como producto de la escogencias de candidaturas a cargos de elección popular, los generados por los procesos de elección de los directivos de los partidos, no son proclives a terminar en divisiones, aunque afectan el normal desenvolvimiento de los partidos, contribuyendo a su debilitamiento.

En ese sentido, las divisiones más que por el control del partido son la consecuencia de la lucha por la candidatura presidencial.

¿Cómo afectan a los partidos los conflictos que se generan por los demás cargos de elección? Aunque no generan división, estos conflictos pueden afectar la unidad interna y disminuir la posibilidad de la organización para ganar los cargos congresuales y municipales.

Los conflictos al interior de los partidos se producen por dos motivos principales que son: 1) la escogencia de los cargos de elección popular, y 2) la selección de los cargos de dirección de los partidos.

No obstante, cuando existen reglas democráticas que son aplicadas debidamente por las cúpulas, los resultados de ambos procesos tienden a ser aceptados, sin ningún riesgo de conflicto, por los participantes. Es decir, el respeto a la democracia interna es la clave para garantizar la unidad de los partidos.

Hasta que las élites partidarias no apliquen, al interior de los partidos, la frase del político estadounidense Al Smith, que reza: “Todos los males de la democracia pueden curarse con más democracia”, tendremos conflictos y divisiones que los debilitarán irremediablemente.

Después de un largo período de paz, todo parece indicar que el próximo cisma partidario tendrá como epicentro al Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y como principales actores a su presidente Leonel Fernández y al presidente de la República, Lic. Danilo Medina, dos entrañables amigos cuya relación sincera parece haber llegado a su fin.

Ojalá que los dos principales líderes del PLD superen la fobia a la autorregulación y aprueben la Ley de Partidos y la Ley Orgánica del Régimen Electoral en la próxima legislatura, ya que estas son las vacunas más efectivas para evitar que los conflictos internos destruyan a los partidos.