Los problemas en el PRD se resumen a la renuencia del presidente de la organización a aceptar su derrota en la lucha por la candidatura presidencial.
Si el señor Vargas Maldonado fuera un político coherente entregaría al candidato la presidencia del partido, porque su retórica mientras inexplicablemente y en riña con la tradición perredeista aspiraba a las dos posiciones, es decir la candidatura y la presidencia del PRD, dijo siempre que eso era esencial a la unidad y necesaria para una campaña electoral exitosa.
Su resistencia a ser fiel a su propia prédica está generando en el partido precisamente lo que él trataba de evitar cuando se creía en posición de un liderazgo único en el PRD y actuaba allí como si fuera una de sus muchas empresas, florecientes todas según dicen.
Lo curioso es que el expresidente Mejía, quien le derrotó en la campaña por la nominación, es un beneficiario de su poca visión política, por cuanto él, Vargas, se encontraba prácticamente sólo en el escenario sin nadie que le disputara la candidatura, por las limitaciones que imponían la Constitución anterior al ejercicio presidencial, ni nadie que pudiera aventajarle en la búsqueda de la jefatura del Estado.
Fue su unilateral decisión de aceptar, sin autoridad para ello, la firma de un pacto con el presidente Fernández que modificó las reglas del juego y le abrió el camino al mandatario para la aprobación de una nueva Carta Magna y su potencial regreso en el 2016 como candidato, lo que le trajo los sinsabores que le han hecho tropezar una y otra vez, lo cual demuestra su incapacidad para lidiar con sus enconos, lo que no es el caso de Fernández y mucho menos el de Mejía.
La cuestión es que si no llega a un arreglo con el candidato pone en riesgo su posicionamiento en el liderazgo nacional y potencialmente las posibilidades de su partido. Olvida que ya Mejía fue presidente y a él le falta serlo.